De las excursiones futbolístico-literarias de la escritora mexicana Guadalupe Nettel, escribe Farid Barquet Climent en esta entrega.
Por: Farid Barquet Climent
A Israel Martínez López
Hay infancias que curten. Si no, que se lo pregunten a Guadalupe Nettel. Su novela autobiográfica, intitulada El cuerpo en que nací, testimonia cómo la escritora, durante la difícil curtimbre de su infancia, supo suavizar gracias al futbol las adversidades que atravesaron su niñez. De aquellos años en que vivía atormentada por preguntas sin respuesta, dice Nettel: “lo único que se me ocurría hacer era dejar de pensar en la medida de lo posible y jugar, jugar, jugar al futbol…”. Eso explica que ayer, víspera de Mundial, en The New York Times haya escrito que, en la infancia, el futbol es “un juego que basta para darle forma al universo”.
Nettel relata su iniciación futbolística en los jardines del lugar donde vivía: la Villa Olímpica de la capital mexicana, conjunto de edificios que alojó a los deportistas que participaron en la Olimpiada de México 68 y que en el sexenio presidencial de Luis Echeverría se convirtió en Unidad Habitacional, a la que arribaron muchos exiliados de las dictaduras latinoamericanas de los años setenta.
En Villa Olímpica, Nettel conoció también el futbol organizado: las canchas del inmenso condominio —dispuestas para que sus primeros habitantes, los atletas olímpicos, pudieran ejercitarse— alojaron en la década de los ochenta la escuela de futbol infantil México Soccer, a la que pudo ingresar la hoy Directora de la Revista de la Universidad de México gracias a un alegato de su abuela, que no fue un vertedero de argumentos igualitaristas a favor de la inclusión de su nieta en una liga de hombres, sino un pedido de conmiseración hacia su avanzada edad y las dificultades concomitantes de cuidar de la impetuosa niña.
Con el tiempo a Nettel le llegó la hora de tener que hacerse seguidora de algún equipo profesional. Curtida como para entonces ya lo estaba, no sorprende que la niña Nettel se haya inclinado por el equipo del gremio de la curtimbre: Unión de Curtidores. Así lo recuerda: “tardé años en elegir un equipo al cual aficionarme. No sentía pertenencia a ninguno de los que veía jugar en los torneos de primera división. Finalmente, cuando tuve que escoger, me decanté por la Unión de Curtidores, el equipo menos glamoroso, el menos conocido y con menores posibilidades de ganar algún día un campeonato”.
Fundada en 1928 por los trabajadores de los talleres de curtiduría de la industriosa ciudad del calzado mexicano, León, Guanajuato, la Unión de Curtidores es descrita por Nettel como una “escuadra tan desaliñada”, un equipo tan gobernado por un “modo fatalista de jugar”, que “lo único que lo volvía especial era su nervioso ir y venir entre la primera y la segunda división, ya que se trataba de un equipo que vivía al borde de la tragedia, del oprobio, en la peor de las incertidumbres. Su objetivo no era ganar el campeonato, con el que ni siquiera soñaban, sino conservar la compostura”.
Después de su último descenso a la Segunda División en 1984, Unión de Curtidores desapareció por un lapso de tres lustros, hasta que volvió a aparecer en el torneo Verano 1999 de la entonces llamada Primera División “A”, equivalente a la hoy denominada Liga de Ascenso, por aquello de que de un tiempo para acá nadie quiere llamarle por su nombre a la Segunda División y por eso se le ponen denominaciones eufemísticas. En aquella temporada en que contaron en sus filas con tres que en el futuro serían jugadores americanistas, José de Jesús Chuy Mendoza, Álvaro Ortiz —hoy Secretario de la Asociación de Futbolistas Profesionales— y Christian Patiño, así como con dos refuerzos llegados del León para los partidos finales, Everaldo Begines y Jaime Ordiales, el conjunto cuerero logró su ascenso al máximo circuito, pero la franquicia fue vendida al Puebla para que éste no descendiera. Fue así como el descendido Puebla se quedó en Primera sin deportivamente merecerlo y el ascendido Curtidores de plano terminó por desaparecer del profesionalismo, aunque esto último no lo comparte su insospechada seguidora, quien afirma: “a pesar de lo que cree la gente, la Unión no desapareció del mapa. El equipo ha cambiado de nombre a lo largo de los años pero su esencia sigue siendo la misma. Como los animales más antiguos que pueblan el planeta, los curtidores han tenido que mutar para sobrevivir”.
Lo que quizá no sabe la finalista del Premio Herralde 2005 es que la única vez que los Curtidores mutaron conscientes de su mutación, más que buscar su sobrevivencia lo hicieron para prestarse a una burda maniobra que sólo sirvió para manchar al futbol mexicano con el oprobio de la trampa.
Ocurrió a mediados de 1979. México debía buscar su pase a la Olimpiada de Moscú 80 enfrentando a Estados Unidos en dos partidos a visita recíproca. En aquel tiempo el Comité Olímpico Internacional prohibía la participación de futbolistas profesionales tanto en los encuentros eliminatorios como en la fase final a disputarse en la sede olímpica. No obstante, alguien en la Federación Mexicana de Futbol, algún vil trapacero, débil mental o incompetente supino, tuvo la idea de que la Unión de Curtidores mutara en la selección nacional amateur. Fue así como los jugadores de Curtidores, que habitualmente usaban el uniforme característico que Nettel tiene muy presente —“blanco con una franja color azul oscuro que recuerda a las de Miss Universo”, recuerda la escritora— tuvieron que sustituirlo por el tradicional de las selecciones mexicanas. Vestidos con la camiseta verde de México, el 23 de mayo los curtidores —entre los que se contaban Miguel Ángel Pueblita Fuentes, que jugó toda la década de los ochenta con el Atlante, y Efraín Cuchillo Herrera, que fuera campeón con el América y con el Necaxa, destinatario de una versión primigenia pero más sofisticada del grito homofóbico que desde hace algunos años se escucha en las tribunas mexicanas: ¡ese no es Cuchillo, es puñal!— enfrentaron en el mítico estadio leonés de La Martinica al representativo de Estados Unidos, al que vencieron 4-0. En el encuentro de vuelta, disputado en Nueva Jersey en el estadio de los Gigantes de Nueva York, los curtidores tricolores se impusieron nuevamente, por marcador 0-2.
En razón de que la prensa leonesa cantó a los cuatro vientos la noticia de ese triunfo que se adjudicó al representativo patrio pero que en realidad había sido obtenido por un equipo de su localidad, el Comité Olímpico Internacional se enteró de que la selección mexicana que había asestado seis goles a los estadounidenses sin recibir ninguno era un equipo profesional hecho pasar por amateur, motivo por el cual México fue descalificado y, en consecuencia, no participó en las competencias de futbol de Moscú 80. El futbol mexicano se ausentó de la única Olimpiada celebrada en la urss no porque se hubiera sumado al boicot impuesto a esa edición de los Juegos por el presidente estadounidense James Carter como forma de manifestar su desaprobación por la invasión soviética a Afganistán en aquel 1979. La Guerra Fría nada tuvo que ver. La causa fue la deshonestidad inveterada de nuestros dirigentes, que ocho años después harían la misma treta, con resultados aún peores, en el episodio conocido como los cachirules.
Según Nettel, fueron los comentarios que le hicieron los amigos de su madre y algunos otros niños sobre sus primeros escritos infantiles los que, como ella afirma, la “iniciaron en la adicción del elogio, de la que uno se recupera pero no se cura jamás”. Esa es una adicción que, como escritora, no como aficionada al Curtidores, comparte con la inmensa mayoría de los futbolistas de todo el mundo, gremio global de narcisistas. Ya lo decía el escritor Pier Paolo Pasolini: “como es sabido, los futbolistas están viciados: durante unos años de su juventud son divos como ningún otro divo. Nada es igual que un estadio lleno de gente: ni siquiera el gran público del cine, fraccionado en mil salas y salitas, puede compararse con esa masa viva, rugiente y, finalmente, atormentadora de espectadores”.
El que, a diferencia de Nettel, estuvo muy lejos de ser adicto al elogio, fue el equipo de su predilección, porque Curtidores conquistó muy pocos trofeos y esos pocos ni siquiera son suficientemente atesorados, pues según informa el diario Milenio, se extraviaron con facilidad durante la demolición de La Martinica, en cuyo terreno se construirá, para variar, un centro comercial, ese destino trillado para muchos estadios de ayer y también de hoy.
Nettel recuerda que a ella, cuando su madre se fue una larga temporada de México dejándola a ella y a su hermano a cargo de su abuela, dejó de interesarle la escritura, “al igual que todo lo demás excepto el futbol”. A muchos les costará trabajo imaginar a la autora de Juegos de artificio apartada de las letras y futbolizada hasta el límite. Pero quienes conocemos la capacidad reparadora del futbol, si se quiere su efecto evasivo, nos resulta más fácil pensar a la hoy novelista como una niña concentrada exclusivamente en una cascarita en Villa Olímpica o intrigada por la suerte, siempre malograda, del equipo que desde entonces decidió abrazar: la Unión de Curtidores.
Foto: Magdalena Siedlecki