Después de 28 años, Egipto está de vuelta en una fase final de Copa del Mundo.
Por: Farid Barquet Climent
Al Embajador Jorge Álvarez Fuentes
Una de las selecciones que en su momento padeció discriminación de parte de la famosa empresa italiana que fabrica los álbumes de estampitas que circulan cada Mundial, fue la de Egipto, cuyos integrantes de hace 28 años, los que participaron en el Mundial Italia 90, ocuparon sólo una y no las dos páginas que habitualmente se asignan a cada equipo, pues en vez de contar con dieciocho cromos, sólo le asignaron diez, que además eran horizontales y no verticales para que cupieran los retratos de dos jugadores y no sólo uno.
En aquel verano de 1990 tuve por primera vez en mis manos uno de esos afiches bicéfalos. Era el número 488 y en él aparecían, como siameses unidos por un mismo sticker, Gamal Abdelhamid y Hossam Hassan, el capitán y el artillero, respectivamente, de la selección de Egipto que, cincuenta y seis años después de su primera participación mundialista en Italia 34, se había ganado el derecho de participar por segunda vez en una fase final de Copa del Mundo, sita igualmente en Italia, tras aprovechar sus tardes de localía y ganar todos sus partidos de la eliminatoria de 1989 como local en El Cairo, contra Liberia, Malawi, Kenia y Argelia.
Hassan, máximo goleador histórico del equipo nacional de Egipto con 69 anotaciones, en Italia 90 sólo pudo hacerse presente, y de manera indirecta, en el marcador del primer partido de su selección, en el que se midieron con el campeón de Europa, Holanda, que por más que contó con Gullit, Van Basten y compañía no pudo vencer al conjunto árabe, pues a siete minutos del final el ariete egipcio propició que Ronald Koeman lo derribara dentro del área y el penalti resultante fue convertido en gol por Magdy Abedelghani, para poner cifras definitivas 1-1.
En su siguiente enfrentamiento mundialista Hassan y los suyos obtuvieron un nuevo empate, sin goles, ante la siempre difícil Irlanda. Y si Egipto tuvo que despedirse de aquel Mundial en la primera ronda, fue por su derrota en Cagliari ante Inglaterra apenas 1-0, en un encuentro muy parejo, que en nada se pareció a la histórica dominación que, en el plano político y económico, los británicos ejercieron sobre los norteafricanos desde que, en los años ochenta del siglo XIX, inició la disputa por el control del Canal de Suez y que llegó a su fin en tiempos del presidente Gamal Abdel Nasser, a mediados de la década de los cincuenta del siglo XX.
Desde el 21 de junio de 1990, día en que cayó por la mínima diferencia ante Inglaterra, Egipto no ha vuelto a disputar un partido de fase final de Copa del Mundo. Su reaparición será mañana, 15 de junio de 2018, día del cumpleaños número 26 de su estrella, Mohamed Salah, el relámpago del desierto que brilla en el futbol inglés con el Liverpool FC y que ha terminado por convertir al río Nilo en una afluente del Mersey.
Seguramente fue Maat, la antigua diosa egipcia de la justicia, la que intercedió ante el fabricante del álbum del Mundial para que Salah y sus compañeros no hayan aparecido, en la edición de Rusia 2018, como sus paisanos de hace veintiocho años, hacinados como estuvieron en estampitas de a dos. No creo que alguien haya pretendido que a los seleccionados actuales se les retratara faraónicamente, como a Ramsés II eternizado en su templo de Abu Simbel, o majestuosos como la Esfinge junto a las pirámides de Guiza. Simplemente fue exigir que en los pequeños trozos de papel que pululan por todo el mundo —cuyas tersura, perfecta simetría y segunda piel auto adherible nada tienen qué ver con la porosidad, forma irregular y textura talluda de los tradicionales papiros en que se representaban los jeroglíficos del antiguo Egipto— se le otorgue al conjunto de jóvenes saharianos el mismo trato que a sus pares de las otras selecciones, el inherente a la calidad que bien han sabido ganarse: la de mundialistas.
Foto: todocoleccion.net