Su personalísimo recuento de los daños que dejan los últimos siete ciclos mundialistas, es lo que nos regala Israel Martínez López con su primera entrega para futboleo.net.
Por: Israel Martínez López
El rito es aquel acto fundacional que se repite constantemente en una sociedad. En efecto, el fútbol mexicano en los mundiales convierte, desde 1994, su rito en el cuarto partido.
Después de siete ocasiones, el quinto partido se está volviendo un mito para el fútbol mexicano a nivel selección mexicana. No hay más repetición que meter máximo un gol y caer en la misma instancia.
Aún recuerdo ver al colorido Jorge Campos llorar bajo el atardecer neoyorquino de un martes 5 de julio del 94. El fusilamiento del acapulqueño comenzó con los medusinos penales. Petrificadas las lágrimas de Campos a los consuelos del máximo crack búlgaro, Hristo Stoichkov, que había dado el primer dardo de octavos de final.
Como el ritual lo marca, cuatro años después se repitió el mismo dolor. Sí, me acuerdo bien de aquel gol del “Matador” Hernández, aquella anotación a los tumbos que ocasionó que un niño cayera sobre mi dedo gordo del pie izquierdo. Después, no supe nada. Mi clase de inglés se dilató. La profesora, su perico mecánico y aquel peinado de casco de la NFL llegaron con la devastadora noticia. Ahora, los bávaros volvían a recordarnos los lacerantes seis goles de Argentina 78 y a la caldera volcánica del Monterrey del 86. Una vez más, el Tri volvía a la a casa después de cuatro partidos.
Una vez más el calendario volvió a correr los cuatro ritualescos años. En el primer mundial celebrado en Asia, se trataba de no volver a caer y menos después de aguantar a los croatas, de callar a los ecuatorianos y de dominar a los azzurros en la primera fase. No se podía caer. No aquella madrugada. No. Era imposible. No se debía perder. Como dice Juan Pablo Villalobos, ese mundial lo teníamos que haber ganado. Sí, porque contra Estados Unidos se tiene prohibido perder. Ahí no se debe caer. Pero este maldito ritual siguió rodando y el “dos a cerou” se volvió una oración, una plegaria para que no olvidemos que esto es un ritual.
Y sí, ahora caminando llegamos a otro ritual, ahora con brujas, dragones y demás espíritus. La limpia se iba a hacer. Porque ahí estaba (implícita) la mano de Menotti y la Argentina campeona del 78. Pero se empezó con un maquillado 3-1 contra Irán, un aburrido 0-0 contra Angola (porque somos expertos en regalar puntos y victorias a precoces mundialistas) y el atemorizante 2-1 ante Portugal. Pero ahí teníamos a Argentina, y en la banca el mostacho pampero se mostraba confiado. Y los teníamos en la mano. No descifraban aquella caja fuerte mexiceleste. Pero se tenía que cumplir el ritual. Genialidad era la única forma de hacernos valer nuestro destino. Un gol imposible que jamás volverá a hacer en su vida Maxi Rodríguez. Y sí, otros cuatro partidos para regresar a casa.
Sin embargo, se volvió a intentar y calcar el trayecto de Corea-Japón. Vasco Bombero nos volvió a meter al mundial, a la jungla del 2010. Y sí, se ganó a un campeón del mundo, pero se volvió a perder humillantemente. Y sí, se dejó conseguir un punto al anfitrión. Y sí, esa gorra blanca sin mostrar la mirada nos decía que debíamos cumplir con el ritual. Fuera de lugar o no, Argentina iba a ganar. El Bofo y los sueños de Carrillo. Esos disparos de Guardado y Salcido que raspaban el poste diciendo que no, que México no rompería el cero hasta terminar el ritual. Y, sí, otra vez, cuatro juegos y ya.
Bajo gritos prestados regresamos al ritual. Noches podridas nos llevaron a Brasil. Un gol que jamás debía gritar y un equipo amateur oceánico nos pusieron el ritual. Y sí, ahí se veía la orilla sagrada, aquellas mieles sin años en probar. Un partido más que detuviera el rumbo del país, un camino que ponía a Costa Rica y Argentina para el quinto y sexto partido. Pero no, los dioses mitológicos dijeron que no. Diez minutos bastaron. Holanda tenía el quinto partido; con penal o no, fue gol. El fútbol es de goles, no de encerrarse como murciélagos colgados del poste. Y sí, se quedó en cuatro partidos, en los mismo cuatro partidos que siempre vemos.
Y así terminamos esta historia que en cuatro años se volverá a repetir. Una historia que estamos viviendo. Cuatro partidos y ya. Sí, se ganó a (la peor) Alemania de la historia mundialista. Se le ganó a Corea y se dejó humillarse ante los suecos. Y ahí llegaron los de las cosas chingonas, los del pelo teñido… la selección más mediática de la historia, escupía un comentarista. Sí, una selección aburguesada, tomando prestado el adjetivo del Tuca. Y Brasil es Brasil.
¿Debemos acostumbrarnos al ritual de lo habitual?
Foto: Futbol Total