Hoy en el cumpleaños número sesenta de Hugo Sánchez, recordamos su primer gol como profesional.
Por: Farid Barquet Climent
“Me intriga esa especie de vida privada que respalda a los goles”, dice Juan Villoro. Yo también me intrigo y al mismo tiempo me emociono cuando mi imaginación se aventura a indagar, aunque sea hipotéticamente, la vida privada de un gol que sería el primero de cientos: el que marcó un joven de 18 años de edad, estudiante de Odontología en la UNAM, el 27 de marzo de 1977. Fue su tanto iniciático como goleador en Primera División. Se lo hizo al América en el Estadio Azteca.
Se jugaba la jornada 29 del torneo de Liga. A Pumas se le presentó la oportunidad de anotar en la forma de tiro libre, desde un punto no muy cercano al semicírculo del área americanista, centrado como si fuera un penalti pero casi al triple de distancia de la portería y con una barrera de siete defensores del conjunto local. Tres jugadores universitarios se alistaron como probables cobradores. Los dos primeros corrieron hacia el balón con la intención aparente de disparar al arco, pero fue el tercero quien pateó: Hugo Sánchez Márquez, quien dio a conocer al mundo en ese instante la precisión de su pierna zurda al incrustar el esférico a media altura y pegado al poste derecho del portero Francisco Paco Castrejón, guardameta que entonces contaba con doce años de experiencia en el máximo circuito del futbol nacional y era considerado por el periodismo deportivo del país como una verdadera leyenda.
“Vivimos una miríada de segundos y, sin embargo, es uno solo, siempre uno, el que pone en ebullición todo nuestro mundo interior”, escribió el gran biógrafo austriaco Stefan Zweig. Es verdad que Hugol anotó una miríada de goles en su carrera prodigiosa, pero fue uno solo, el que marcó en aquel mediodía de primavera, el que puso en ebullición el mundo interior de una estrella precoz, cuyo talento, inteligencia, tesón y confianza en sí mismo lo convertirían, al paso de los años, en el más grande futbolista mexicano de todos los tiempos.
Foto: Fritz the Flood