La selección francesa derrota a los Le Pen. Parte 1.

Por: Alejandro Olvera Fuentes.

En el verano de 1996, el estadio de Old Trafford fue el escenario en el que dos penaltis fallados por Reynald Pedrós y Vicente Guérin privaron a la selección francesa de llegar a la final de la Eurocopa de ese año. Las gradas de ese mítico recinto atestiguaron cómo el portero checo, Petr Kouba, se consagró como el héroe del partido al detener el penalti decisivo, el que le dio a la selección checa el pase para disputar el partido por el campeonato. Desde los once pasos se consumó tanto la alegría checa como la tragedia francesa.

La Copa que se disputó en suelo inglés hace 22 años se negó a caer rendida en los brazos de la multicultural selección francesa. No quiso provocarle una sonrisa al portero galo, Bernard Lama, originario de la Guyana Francesa; tampoco quiso estar en las manos del mediocampista Christian Karembeu, con ascendientes en Nueva Caledonia; ni del defensa Jocelyn Angloma y el lateral derecho Lilian Thuram, nacidos en isla Guadalupe; tampoco de los descendientes de magrebíes Yuri Djorkaeff, Sabri Lamouchi y Zinedine Zidane, de raíces armenias, tunecinas y argelinas, respectivamente.

Aquella selección francesa que compitió con jugadores de distintos orígenes nacionales no pudo lograr la hazaña europea, lo cual no fue del agrado de algunos connacionales de Napoleón Bonaparte. Entre los inconformes estaba el líder del Frente Nacional, Jean-Marie Le Pen, un político ultranacionalista que aspiraba a llegar a la Presidencia y que en aras de tal fin, quiso sacar partida de la derrota gala en la Eurocopa, ya que acusó a los jugadores de la selección francesa de jugar sin sentir amor por Francia, pues según él ni siquiera entonaban La Marsellesa (himno nacional francés) con el cariño y respeto que merecía. No conforme con tal afrenta, el dirigente ultraderechista continuó su arremetida contra el equipo francés al decir que «es artificial que se haga venir a extranjeros y luego se les bautice como equipo de Francia», en clara alusión a aquellos jugadores que no eran de origen francés y que, a sus ojos, eran los culpables de la derrota ante los checos.

Las declaraciones de Le Pen vinieron a convulsionar la unidad del grupo seleccionado francés, así como también convulsionaron la arena política francesa. Las declaraciones del político conservador sólo eran reflejo de sus propuestas de políticas públicas enfocadas a combatir la inmigración en Francia y a no darle el status nacional a aquellas personas que no nacieron en territorio galo. Con tales declaraciones, Jean Le Pen trató de catapultar su agenda política a partir de la derrota del equipo nacional en la Eurocopa, pues propagó la idea de que la selección, compuesta en su mayoría por inmigrantes, era un claro ejemplo de que los llegados del exterior eran los responsables tanto del descalabro futbolístico como de los problemas del país.

Jean Le Penn quiso aprovecharse del revés futbolístico y vaya sacó ventaja, puesto que le trajo redituables beneficios electorales, tan es así que para el año de 1998 se perfilaba a la elección presidencial con una fuerza de alrededor del 15 % del electorado, fuerza suficiente para presentarse a la segunda vuelta y pujanza necesaria que le permitiría competir contra el inamovible presidente Jacques Chirac. La caída de la selección francesa fue el pretexto idóneo para el ascenso de Le Pen.

Sin embargo, la jugada maestra de Le Pen no contaba con que los jugadores galos tomarían venganza en el mundial de Francia 1998. Y para lograr tal objetivo, a la base de la Eurocopa de 1996 se les sumaban los defensas africanos Patrick Viera y Marcel Desailly, originarios de Senagal y Ghana, respectivamente, así como el delantero Thierry Henry, estrella del Arsenal inglés y nacido en las Antillas. El presidente Chirac apoyó a esa selección, encabezada por “el argelino” Zidane, a fin de hacer un claro contraste respecto de las arengas xenófobas de Le Pen. A pesar de que no le gustaba el fútbol, el entonces habitante de El Elíseo era consciente de que la selección multicultural francesa representaba su idea de nación, pues era la mejor demostración de que Francia era una nación cosmopolita. Chirac apostó su continuidad al proyecto que simbolizaba la selección francesa.

Hay que decir que Chirac no se equivocó, su estrella política quedó catapultada en el mismo momento en que la selección francesa levantó la Copa del Mundo. Su permanencia al frente del gobierno fue consecuencia del magnífico rendimiento del mago Zidane y sus dos goles decisivos en la final contra Brasil. Zidane se convirtió en un activo político que se tradujo en el refrendo popular de Chirac en la presidencia. Zidane, convertido en héroe nacional, se sumó a la campaña de Chirac con la famosa frase de la Francia multicolor  y convocó a los ciudadanos franceses a que no votaran por el ultraderechista Le Pen.

Y como nada se le podía negar a Zidane, los franceses encantados acudieron a las urnas a refrendar el mandato de Chirac. De algo habrá servido el llamado de Zidane y sus compañeros galos porque Chirac obtuvo en la segunda vuelta un apoyo del 83% frente al 16% de su competidor Le Pen.

Como en un final de película francesa, la selección multicultural contribuyó a la derrota electoral del ultranacionalismo. Aquel equipo de fútbol demostró que la grandeza de Francia esta alimentada de ciudadanos de distintos orígenes, pero que viven y creen en los ideales civilizatorios de Francia. Su triunfo en la Copa del Mundo de hace veinte años le recordó a Francia que los inmigrantes son parte esencial del desarrollo de esta potencia.

Sin embargo, en este lapso de dos décadas el rebrote de las fobias hacia los inmigrantes no se hizo esperar, por lo cual debemos desear que la Copa Mundial conquistada recién el pasado domingo, sirva para demostrarle a la hija de Le Pen, Marine, heredera de su facción política, que la grandeza de Francia la construyen sus fronteras abiertas.

 

Foto: FourFourTwo

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