Por: Farid Barquet Climent
Bien dice José Woldenberg que “hay vidas que resumen una época”. La vida de Rafael Amador, segada en las primeras horas de hoy a sus 58 años, resume una época del futbol mexicano: la de la selección nacional que ha llegado más lejos en un Mundial y la de los Pumas de la UNAM convertidos en el semillero por excelencia de jugadores de talla internacional.
Nacido en Xaltocan, Tlaxcala, municipio cuyo topónimo alude a la siembra, Amador formó parte de la primera gran cosecha de futbolistas jóvenes que debutaron en Primera División con los Pumas a finales de la década de los setenta y principios de los ochenta. Se hizo de la titularidad del puesto de lateral derecho en la temporada 1980-1981, en la que Pumas conquistó su tercer título de Liga al vencer en el estadio Olímpico Universitario al Cruz Azul, en un partido en el que antes de los veinte minutos Pumas tenía ventaja 2-0 gracias a un remate de cabeza de Hugo Sánchez a centro de Amador y a otro tanto de Ricardo Tuca Ferreti propiciado por un mal rechace del arquero cruzazulino tras un potente tiro de Amador.
Campeón interamericano con los Pumas en 1981 tras imponerse al Nacional de Montevideo, Amador fue jugador clave de la selección mexicana que consiguió el sexto lugar en el Mundial de México 86. En el partido de octavos de final contra Bulgaria disputado en el estadio Azteca el mediodía del domingo 15 de junio, Hugo Sánchez recibió el balón de espaldas a la portería, intentó darse la vuelta pero un defensor búlgaro se lo impidió, Rafael Amador recuperó el balón azteca y recompuso la jugada enviando un servicio elevado a Manuel Negrete, que tras una pared con Javier Vasco Aguirre, marcó el gol más bello de la historia de las Copas del Mundo.
Tras jugar la mayor parte de su carrera con los Pumas, Amador se retiró de las canchas portando la camiseta del Puebla, el equipo de la entidad contigua a su estado natal. Dirigió equipos de las fuerzas básicas universitarias durante los años noventa y entre 1999 y 2000 fue entrenador del Primer Equipo auriazul.
Amador ganó la mayoría de los más de 230 partidos oficiales en que defendió los colores de la UNAM. Pero el partido contra el cáncer, contra el que luchó los últimos meses, hoy ya no pudo ganarlo. Me quedo con el recuerdo de su impresionante capacidad para subir y bajar por la banda, con sus calcetas siempre al tobillo, pero sobre todo recuerdo que fue el primer futbolista que vi desde adentro de un estadio. Fue la primera vez que mi padre me llevó al Olímpico Universitario, un domingo nublado de la segunda mitad de 1986. Al entrar por el túnel 18, el primer futbolista que asomaba era precisamente el camiseta ‘18’ de aquellos Pumas, Rafael Amador, el mismo que a mediados de la década siguiente, en las chanchas del Seminario Menor de Acoxpa o en los campos de Ciudad Universitaria, me alentaba si hacía una buena jugada —“tú y diez más, mijo”, gritaba desde la banda— e inmediatamente después me llenaba de improperios si no acertaba con el balón.
Bien dice Woldenberg que “hay vidas que resumen una época. Y cuando una de esas personas muere nos damos cuenta —como un terrible mazazo— que con ella acaba también esa época”.
Foto: Futboleno.com