Golpe franco

Por Farid Barquet Climent.

Tres asesinatos cometidos en abril, junio y agosto de 1968 en el País Vasco —sobre todo este último, el premeditado de un policía torturador, más que los otros dos, los espontáneos de un guardia civil y el de un taxista que le hizo la parada a un pasajero en el momento y lugar equivocados— dieron pie al llamado “proceso de Burgos”, juicio sumarísimo que se desarrolló en esa ciudad del norte de España, instaurado por el régimen dictatorial de Francisco Franco contra dieciséis personas —13 hombres y 3 mujeres— a las que se les imputó autoría o participación en los homicidios.

El proceso de Burgos inició el 3 de diciembre de 1970. La mañana de ese día la prensa dio a conocer que Euskadi ta Askatasuna (Euskadi y Libertad, por sus siglas ETA), la organización independentista vasca a la que pertenecían los inculpados, secuestró al cónsul de la entonces Alemania Federal en San Sebastián, Eugene Bëihl, exigiendo a cambio de la vida del diplomático que sus integrantes no fueran condenados a muerte. Al día siguiente el ministro de la Gobernación, Tomás Garicano Goñi, solicitó al Consejo de Ministros, órgano encabezado por Franco, la declaración de estado de excepción en Guipúzcoa durante tres meses. No obstante así lo decretó el gobierno franquista, se registraron manifestaciones estudiantiles y huelgas obreras por todo el territorio español en repudio al proceso. Las protestas se extendieron a otros países de Europa, destacadamente Alemania, Italia y sobre todo Francia. En París tuvo lugar una marcha de más de 10 000 personas en solidaridad con los presos, mientras que artistas e intelectuales españoles, como el pintor Pablo Picasso, el violoncelista Pablo Casals y el poeta Rafael Alberti, firmaron sendas cartas de solicitud de clemencia para los encausados. Hasta el Papa Pablo VI dirigió una misiva a Franco para que el juicio no desembocara en la aplicación de la pena capital a los procesados.

Durante las audiencias del proceso de Burgos los indiciados describieron en sus testimonios las torturas a las que eran sometidos, lo que agudizó la movilización en las calles españolas. La respuesta de Franco fue la represión. En una marcha efectuada en Eibar el 4 de diciembre resultó herido un joven electricista de 21 años, Roberto Pérez Jáuregui, quien perdió la vida cinco días después.

Apenas habían transcurrido cinco días desde la muerte de Pérez Jáuregui, cuando el 13 de diciembre tendrían que enfrentarse la Real Sociedad de San Sebastián y el Athletic Club de Bilbao para disputar el clásico del futbol vasco. Como en todo partido de futbol, tenía que haber un árbitro. Y el designado fue Franco. No el dictador Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco Bahamonde, sino el silbante murciano Ángel Franco Martínez. Pero como Franco el dictador no quería que en el estadio guipuzcoano de Atocha, atestado de vascos, se alzaran voces que pretextando las incidencias del partido le gritaran improperios a Franco el árbitro, ordenó que este último no llegara a presentarse al compromiso.

En principio, tal como lo escribe el periodista Miguel Ángel Álvaro López en su libro La Ley del silbato. Anecdotario de árbitros profesionales de fútbol, “que un árbitro tuviera el mismo apellido que el dictador no era lo más apropiado para que los aficionados se atreviesen a insultar… a Franco”.[1] Pero en diciembre de 1970, con el proceso de Burgos a punto de sentencia en una Euskadi atravesada por una huelga general de inconformes, la homonimia parcial entre el dictador y el árbitro podría convertirse en la treta perfecta para proferir vituperios a aquél a través de éste.

Franco Martínez tenía 32 años. Su trabajo principal era el de apoderado legal de un banco. Recién había pitado en esa temporada sus primeros partidos en Primera División. Con independencia de las tensiones sociales y políticas potenciadas por el proceso de Burgos, el clásico que a pesar de su novatez le había sido encomendado por el Comité Nacional de Árbitros tenía de suyo todos los ingredientes para sacar chispas. Además de la rivalidad inveterada entre ambas escuadras, había un ingrediente adicional: en su más reciente enfrentamiento liguero, disputado el domingo 15 de marzo de ese año dentro de la Jornada 25 del torneo 1969-1970, el Athletic cayó en casa de la Real. Fue una derrota muy dolorosa, pues le costó a los rojiblancos el título de esa temporada. Mermados seguramente por las expulsiones de Arrieta y Rojo en la segunda mitad de aquel cotejo, los Leones de San Mamés sucumbieron sobre una cancha enfangada por marcador 2-0 ante los txuri urdines, gracias al tanto de Arambarri a boca de portería y al autogol de Aranguren tras un centro de Boronat a punto de finalizar el primer tiempo, perdiendo así el Athletic 2 puntos que, de haberlos ganado, habrían hecho la diferencia a su favor al final de la competencia y le habrían convertido en campeón, pues cerró el torneo con 41 puntos, tan solo uno detrás del Atlético de Madrid, que bajo la dirección de Marcel Domingo y con la dupla goleadora de los dos pichichis de aquella temporada, Luis Aragonés y José Eulogio Gárate, se llevó la Liga 69-70 en la última jornada, al vencer 0-2 al Sabadell a domicilio.

La alta tensión que al encuentro le imprimía el ansia de revancha del Athletic no fue un obstáculo para que el Comité le confiara ese partido a un principiante en la élite arbitral como lo era Franco Martínez. Fue la paranoia del régimen de su tocayo de apellido la que impidió que soplara su silbato en ese encuentro. El gobierno de Franco ni siquiera se atrevió a instruir que el Comité diera marcha atrás a la designación, sino que el árbitro Franco fue obligado, con intervención eclesiástica de por medio, a declinar motu proprio su participación excusándose en una falsa enfermedad. Así lo recuerda el colegiado:

el Gobierno Civil de San Sebastián llamó al Ministerio de la Gobernación para que fuera a arbitrar cualquiera menos Franco. Al final, decidieron que fuera (Leonardo) Soto Montesinos quien dirigiera el encuentro. Con todo el jaleo del consejo de guerra no querían que arbitrase Franco Martínez, para evitar insultos o lo que fuera. Antes de conocer la decisión de que me excluían de ese partido, acababa de llegar de pitar en Valencia. Me dicen que me ha llamado el canónigo de la Catedral de Murcia y que me espera en su despacho. Decido acudir a la reunión acompañado de mi presidente de la Territorial (del Comité de árbitros). Cuando me ven que voy acompañado, se quedan muy sorprendidos. Me explican que era baja para San Sebastián, por lo del consejo. Pero no acaba ahí. Me hacen prometer, bajo secreto de confesión, que tenía que exponer que no arbitraba ese partido porque estaba enfermo. No le podía decir la verdad ni a mi mujer ni al presidente Plaza (del Comité de árbitros).[2]

 

Fue así como el sevillano Soto Montesinos, un ejecutivo de una empresa trasnacional fabricante de máquinas de escribir, se encargó de escribir la historia arbitral de aquel clásico que dio inicio en Atocha —estadio construido en 1913 sobre lo que antes fue el velódromo del barrio de Eguía, y que fue demolido en 2009 para ser sustituido por el de Anoeta, actual casa de la Real— a las 16:30 horas del domingo 13 de diciembre de 1970 en el marco de la jornada 13 de la Liga 1970-1971. Al equipo donostiarra lo dirigía Ángel Segurola y a sus visitantes rojiblancos el inglés Ronnie Allen. Argoitia puso en ventaja a los bilbaínos al 12’, pero Boronat empató al batir al arquero Iribar al 69’, mientras Corcuera, que entró a la cancha al 46’ en sustitución de Urtiaga, le dio la victoria a los locales al 74’.

¿Cómo no iba Franco a impedir que Franco arbitrara si lo que Franco quería era precisamente demostrar adhesiones y no repudios, como los que prometía la cita en Atocha? El 16 de diciembre, tres días después del partido que le tocaba pitar a Franco, habría de tener lugar en Burgos la primera concentración multitudinaria organizada por el régimen de Franco en apoyo de Franco de cara a la inminente resolución del proceso de Burgos. A ese primer mitin le siguieron varios. Hubo al menos uno diario todos los días hasta el 24. “Una auténtica semana nazi”, como la calificó el cineasta Imanol Uribe en su película documental El proceso de Burgos, ganadora de los premios del Público del Festival de Cine Histórico de Córdoba y Perla del Cantábrico a la mejor película de habla hispana del Festival Internacional de Cine de San Sebastián.

Todo hace suponer que el secuestro del cónsul resultó eficaz para los propósitos de ETA, pues surtió efecto la presión del gobierno alemán sobre Franco para que se abstuviera de matar a los procesados, so pena de que si lo hacía se rompería la relación bilateral y España sería expulsada del Acuerdo Comercial Preferencial con la entonces Comunidad Económica Europea. El día de navidad quedó liberado el diplomático. Tres días después, el 28, el tribunal militar franquista dio a conocer a los abogados de los imputados en el proceso de Burgos las 214 fojas de la sentencia, que condenó a 9 de los 16 procesados a la pena de muerte y a los siete restantes a purgar, en suma, 519 años de cárcel. Pero el día 30, las presiones externas orillaron a Franco a indultar a los condenados a muerte, permutándoles el castigo por las penas inmediatas inferiores en la gradación castrense. Para guardar las formas, así lo determinó, por unanimidad, el Consejo de Ministros que Franco presidía. Según la investigación de la editora y escritora Ana Puértolas —quien pudo acceder al Archivo de Presidencia de Gobierno hasta que se desclasificó en 1993—, en el cónclave destacó la intervención de Torcuato Fernández Miranda, futuro preceptor de Juan Carlos I de Borbón, quien citó a Cicerón y a San Agustín para defender su postura favorable al indulto.[3] El anuncio público lo hizo Franco en su discurso de año nuevo.

Los indultados y el resto de los condenados en el proceso de Burgos fueron amnistiados y dejados en libertad en 1977, con el dictador Franco muerto desde noviembre de 1975, y ya con el rey Juan Carlos de Borbón en la jefatura del Estado y con Adolfo Suárez a la cabeza del gobierno. Ese año de la amnistía, el otro Franco, el árbitro, fue el representante del arbitraje español en el Mundial con límite de edad que se celebró en Túnez, y al año siguiente, 1978, pitó dos partidos en la XI Copa del Mundo que se jugó en Argentina. Portó gafete internacional de FIFA a lo largo de tres lustros y tras retirarse en la temporada 1986-1987, ha llegado a ser vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros de la Real Federación Española de Fútbol.

Durante la última temporada que Franco Martínez pitó, la ya mencionada 86-87, murió un colega suyo, el vasco Emilio Carlos Guruceta Muro, junto con uno de sus jueces de línea, Eduardo Vidal Torres, en un accidente vehicular mientras viajaban a arbitrar un partido. Desde entonces, el diario deportivo Marca instauró un premio con el nombre del finado Guruceta, réferi nacido en San Sebastián, para reconocer al mejor árbitro de la primera y de la segunda división españolas de cada año futbolístico. En esta última categoría, el trofeo Guruceta correspondiente a 2019, año en que fueron exhumados del Valle de los Caídos los restos del dictador Franco, lo ganó un árbitro asturiano, Víctor Areces Franco, que en la democracia española de hoy ya no tiene que preocuparse por compartir apellido con el desaparecido dictador Franco, el que dejó al árbitro Franco sin arbitrar en San Sebastián una tarde de hace casi medio siglo.

 

Foto: La Verdad.

Fuentes:

[1] Miguel Ángel Álvaro López, La Ley del silbato. Anecdotario de árbitros profesionales de fútbol (pról. Ángel María Villamar; ep. Victoriano Sánchez Arminio), Zaragoza, Titano Ediciones, 2011, p. 42.
[2] Ibid, p. 43.
[3] Ana Puértolas, El Grupo. 1964-1974, Barcelona, Anagrama, 2016.
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