La mixtura de su juego

Por: Farid Barquet Climent.

Un costado de la plaza pertenece a Santana de Livramento, Brasil, mientras que el otro es territorio de Rivera, Uruguay. Dicen que es un sitio único en el mundo, porque en esa “frontera de la paz”, como se le conoce, cualquier persona puede transitar libremente de una orilla a la otra sin tener que mostrar pasaporte ni padecer restricciones aduanales. Por eso se llama Plaza Internacional, porque la comparten dos naciones. Y también por eso en la zona se habla una lengua mixta, el portuñol riverense, que mezcla los idiomas de ambos países: el portugués y el español.

Para hacer aún más ostensible su mixtura, desde su denominación este dialecto fronterizo suma dos palabras, português y español: portu + ñol = portuñol. Sin embargo, como apunta el lingüista camerunés Yaouba Daïrou, “esta facilidad morfológica no traduce del todo la complejidad del asunto, porque sin pretensión alguna de exagerar, se puede afirmar que hay tantos tipos de portuñol como las personas que lo hablan”.[1] Y el ejemplo vivo de esa verdad es un oriundo de Rivera que lleva por dentro y al mismo tiempo proyecta su propio portuñol, ya no idiomático sino futbolístico, amalgama de toques y pases, y desde luego de piques y coberturas y cierres, que abrevan de esa contigüidad uruguayo-brasileña que lo vio nacer: Cesilio de los Santos.

Portador del apellido que probablemente es el más extendido en el universo lusoparlante (Oliveira y da Silva son los únicos que le compiten), Cesilio fundió en su estilo de juego la fantasía y la solvencia técnica brasileñas con la entrega y la disciplina táctica uruguayas, lo que motivó que con 17 años lo pusieran a jugar junto a compañeros y contra adversarios mayores de 30, en el equipo de su barrio, el Club Social y Deportivo Frontera Rivera Chico, que al paso de los años haría historia al ser el primer equipo no radicado en Montevideo en jugar en Primera División.

Hay una máxima según la cual todo lo bueno es bueno si es con medida. Y si algo era bueno, redobladamente bueno, era el futbol brasileño de los ochenta. Cesilio lo sabía. Su inteligencia le indicó que debía nutrirse, sí, pero con justa medida, del preciosista futbol brasileño, sobre todo del gaúcho, el que se juega en Porto Alegre y en general en todo el estado de Rio Grande do Sul, que colinda con Rivera. “El riverense veía mucho, demasiado futbol brasileño, y por eso creía que con técnica todo lo podía resolver”, recuerda Cesilio sentado a la mesa de una cafetería de la Colonia Narvarte, en la Ciudad de México. Tiene muy presente cuál fue la mejor solución que encontró en aquel tiempo para dosificar adecuadamente el consumo tan a la mano de futbol del vecino: voltear la vista hacia el sur, más allá de Tacuarembó, que es donde todo riverense que se respeta considera que empieza el territorio uruguayo propiamente dicho. Cesilio intuía que en la capital encontraría los secretos para ser un mejor jugador.

“El jugador riverense no se cuidaba, era suelto. En cambio, el profesional montevideano encaraba el futbol con seriedad”, dice Cesilio, en muy buena forma física, al grado que, si no se supiera que el 12 de febrero de 2020 cumplió 55 años, haría pensar que sigue en activo. Gracias a que fue convocado a la edad de 17 a la selección juvenil de Rivera y a los 18 a la mayor de la localidad (que salió campeona del Interior en 1983),[2] pudo entrar en contacto directo, en el epicentro del futbol charrúa, con jugadores cuyos hábitos adecuados para la profesión y sentido de la responsabilidad le sirvieron de ejemplo.

En uno de sus magníficos cuentos futboleros, el insigne escritor uruguayo Mario Benedetti le hace decir al personaje principal: “Para poder jugar más allá de Propios hay que tenerlas bien puestas”.[3] Vaya que Cesilio demostró “tenerlas bien puestas” para jugar más allá de Propios, la calle montevideana a la que se refiere Benedetti, rebautizada por el gobierno como Bulevar José Batlle y Ordóñez —aunque la gente le sigue llamando Propios—, la más extensa de la ciudad y que es necesario cruzar para llegar al mítico estadio Centenario. Porque tras salir campeón con la selección riverense en el campeonato nacional juvenil de 1984, Cesilio fue el único jugador de la región limítrofe que ese año fue contratado para quedarse a jugar en Montevideo, pues dos meses después de aquel certamen del que salió triunfante se hizo de su pase el Club Atlético Bella Vista.[4] El año siguiente otras jóvenes promesas riverenses seguirían sus pasos, como Pablo Bengoechea, que se enroló en Montevideo Wanderers antes de saltar a Europa con el Sevilla.

Con la camiseta del equipo “papal” —se le conoce así al Bella Vista porque sus colores son el blanco y el amarillo, los mismos del Estado Vaticano— Cesilio salió subcampeón del Torneo Competencia bajo la dirección de José Ricardo De León en 1986, y al año siguiente consiguió un tercer lugar en la Liga, detrás solamente de los dos que prácticamente la han duopolizado a lo largo de la historia: Peñarol y Nacional.

Así como en sus inicios voltear al sur le ayudó a Cesilio a encontrar su norte futbolístico, el siguiente impulso a su carrera vendría del norte, pero del continente. Tras pasarse gélidas mañanas viéndolo entrenar sobre la cancha del estadio Charrúa, el Secretario Técnico del América de México y visor de talentos para ese club, Francisco “Panchito” Hernández, decidió contratar a Cesilio antes de que su carta se encareciera demasiado, aprovechando que recién había sido convocado por primera vez a la selección mayor de Uruguay por el que era entonces y nuevamente es, desde 2006, el técnico nacional, Óscar Washington Tabárez,[5] quien por cierto tuvo sus inicios como entrenador en los equipos inferiores del Bella Vista tras retirarse como jugador en el club en 1979.

Cesilio llegó al entonces equipo campeón defensor del futbol mexicano para reemplazar a Efraín Herrera, quien se había marchado al Necaxa de cara a la temporada 1988-1989. A diferencia del apodado “Cuchillo”, férreo y rudimentario marcador, Cesilio, además de las capacidades defensivas que sólo en última instancia hacía descansar en su velocidad, sabía transitar entre líneas y daba al América, tanto al ataque como en la recuperación de la pelota, una superioridad numérica sobre sus adversarios que no había tenido en campañas anteriores. Lejos de mantenerse fijo en su parcela, desde su debut contra Cobras de Ciudad Juárez, pero sobre todo a partir del segundo partido que disputó, un clásico contra Chivas que ganó 3-1 el América en el Azteca, Cesilio abonaba a la posesión del balón ofreciendo siempre un punto referencia en el cual descargar el juego por la banda izquierda.

En la primera temporada que contó con Cesilio, aquel América —en el que él contribuía a dar soporte a la capacidad creadora de Antonio Carlos Santos y a los contragolpes letales de Luis Roberto Alves “Zague”— logró el bicampeonato, ganó además el trofeo de campeón de campeones y al año siguiente, 1990, se llevó las copas de Concacaf e Interamericana. Como en ese tiempo los partidos de la Liga mexicana no se transmitían en Sudamérica, el seleccionador uruguayo, Tabárez, el mismo que había convocado a Cesilio al representativo antes de su partida a México, seguramente no pudo dar seguimiento a su buen desempeño y por eso no lo incluyó en la lista de jugadores que disputaron el Mundial de Italia.[6]

Pero no tardó mucho en volver a ponerse la celeste. Reapareció en 1991 en el Luis Pirata Fuente de Veracruz, en un partido amistoso contra México que marcó los debuts de César Luis Menotti en la banca y de Jorge Campos en la portería de la selección mexicana. Con goles de Gabriel Cedrés y Porfirio Jiménez, el encuentro terminó empatado a un gol. Dos años después jugó partidos de Copa América y de Eliminatoria para el Mundial de Estados Unidos 94.

Tras su salida del América después de 6 temporadas, pasó por los Tigres de la uanl y por el Puebla, para finalmente retirarse en uno de los dos grandes de su país: Nacional de Montevideo, el club decano del futbol uruguayo, que dirigido por Hugo de León en su primera experiencia como entrenador, con jóvenes como Damián Rodríguez reforzados por la experiencia de Rubén Sosa, ese año 1998 en que Cesilio se incorporó ganó los torneos Apertura y Clausura, que lo convirtieron en Campeón Uruguayo después de una seguidilla de cinco Ligas consecutivas conquistadas por el archirrival Peñarol.

Una vez que obtuvo el título de Director Técnico, Cesilio se puso a dirigir. Fue campeón con la Tercera División del América y con el plantel de Segunda calificó a la liguilla en los dos torneos que lo dirigió. Condujo también al Socio Águila, entonces equipo filial azulcrema en el circuito de ascenso, al que también logró calificar por única vez en su corta historia, siendo eliminado por los Tiburones Rojos en un partido ríspido y tensísimo en el puerto jarocho. Y no se le podía escapar el equipo sub-20, en el que orientó y ayudó a pulir las dotes de un joven hidalguense que ya mostraba hechuras de gran futbolista, el hoy delantero del Wolverhampton Raúl Jiménez. Después formó parte de los equipos de trabajo de Manuel Lapuente y Carlos Reinoso en el primer equipo de las Águilas, hasta que retomó a la categoría sub-20, y precisamente mientras celebraba con los noveles a su mando la consecución de un nuevo trofeo de campeón, le avisaron que ya no requerían más sus servicios en Coapa.

En los años más recientes ha hecho carrera en los medios de comunicación. Participa tanto en programas de análisis como en trasmisiones de partidos en la función de comentarista, que él diferencia claramente de la que cumplen sus compañeros narradores, porque las intervenciones de Cesilio, expresadas siempre con naturalidad, alejado de rocambolescas interpretaciones, complementan el relato, le dan un valor agregado a la crónica al ofrecer explicaciones, desde su amplio conocimiento del juego, acerca de porqué pasa lo que se ve en pantalla.

Amin Maalouf, escritor nacido en Líbano en 1949 y radicado en París desde 1976, dice que incontables veces le han preguntado si se siente más francés o más libanés, a lo que responde: “‘¡Las dos cosas!’. Y no porque quiera ser equilibrado o equitativo, sino porque mentiría si dijera otra cosa. Lo que hace que yo sea yo, y no otro, es ese estar en las lindes de dos países, de dos o tres idiomas, de varias tradiciones culturales”.[7] Lo que hace que Cesilio de los Santos sea Cesilio de los Santos y no otro, es más que el haber venido al mundo exactamente en las lindes de dos países, de dos idiomas, de dos tradiciones culturales, porque Cesilio se quedó a vivir en México, tiene dos hijas mexicanas, hace la vida entre nosotros, añadiéndole para siempre todos los ingredientes de esta tierra a su de por sí compleja aleación identitaria.

 

[1] Yaouba Daïrou, “El portuñol. Hacia una clarificación del concepto”, Archipiélago Vol 20, No. 74, México, unam, 2011, p. 30. Esta afirmación de Daïrou coincide con el rasgo de variabilidad entre sus hablantes que caracteriza al portuñol, de acuerdo con la investigadora de la Universidad de Extremadura María Jesús Fernández García. Véase María Jesús Fernández García, “Portuñol y literatura”, Revista de estudios extremeños No. 62, 2006, p. 555.
[2] Integraron esa selección, junto a Cesilio, Miguel Ángel Reginaldo, Juan Carvalho, Gustavo Humberto Madera, Pablo Bengoechea, Julián Matías Sánchez, Alejandro Enrique Neme, Héctor Daniel da Silva, Wilson Luley Oliver, Sergio Daniel Vargas y Hélio Martins Gomes.
[3] Mario Benedetti, “Puntero izquierdo”, en Montevideanos, Buenos Aires, Sudamericana, 1959, p. 31.
[4] El Bella Vista de Montevideo exportó a México al primer futbolista uruguayo en salir campeón de la Liga mexicana, Julio María Palleiro quien al igual que Cesilio jugó para el América, aunque sólo lo hizo durante una temporada. El “Cañonero de Casupá” fue máximo goleador del torneo mexicano con la camiseta del Necaxa durante dos años consecutivos (1953-1954 y 1954-1955). Militó también en el Toluca entre 1951 y 1961. Al igual que Cesilio, Palleiro se quedó a vivir en México. Vivió en Ciudad Satélite, Municipio de Naucalpan, hasta su fallecimiento en 2006.
[5] Tabárez es el técnico que en más mundiales ha dirigido a una misma selección, la uruguaya, en cuatro ediciones: 1990, 2010, 2014 y 2018. Los brasileños Carlos Alberto Parreira y Luiz Felipe Scolari han dirigido más mundiales que Tabárez, con 6 cada uno, como también el serbio Velibor “Bora” Milutinovic, con 5, pero ellos lo han hecho con distintos representativos nacionales.
[6] A 20 años de distancia de aquel Mundial italiano, nuevamente en el puesto de entrenador nacional, Tavárez reafirmó el aporte a la selección de los futbolistas que, como Cesilio, provienen del interior de Uruguay. En la página 7 del documento de su autoría intitulado Institucionalización de los procesos de las selecciones nacionales y de la formación de sus futbolistas. Versión actualizada para el periodo 2010-2014, el “Maestro” (apodo que deriva de su pasado como profesor de educación básica) que llevó al representativo charrúa hasta las semifinales en la Copa del Mundo Sudáfrica 2010 sostiene que “el potencial del futbolista juvenil del interior debe ser permanentemente reivindicado y aprovechado en los procesos de selección”.
[7] Amin Maalouf, Identidades asesinas, Madrid, Alianza Editorial, 5ª edición, 2012, p. 11.
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Un comentario en «La mixtura de su juego»

  1. Honestamente no sé qué se disfruta más del presente artículo: si la gala de conocimientos sociales, la erudición futbolística o el pulcro estilo literario. Genial.

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