Fundación de una nación

Por: Farid Barquet Climent.

Howard Fast, el escritor norteamericano perseguido durante el macartismo, narra que “una fresca y agradable mañana de comienzos del otoño de 1774”[1] se presentó, en la casa que tenía Benjamin Franklin en Inglaterra, un hombre pobre, hijo de un corsetero, que se negaba a continuar el oficio paterno para no replicar el anodino destino de su progenitor. Vestido con ropas raídas y con un notorio descuido de su aspecto, aquel hombre que frisaba los cuarenta años acudió al connotado sabio e inventor para que le extendiera una carta de recomendación que le permitiera encontrar una oportunidad de trabajo en América.

Fue esa carta de recomendación, dirigida por Franklin a su yerno radicado en Filadelfia, la que llevó a Thomas Paine a la tierra en la que habría de redactar, con pluma libertaria, sus extraordinarios escritos panfletarios, preñados de persuasión, que galvanizaron el sentimiento independentista que desembocó en la fundación de una nación: Estados Unidos.

Casi un siglo después otra carta de recomendación, con remitente domiciliado también en Inglaterra, desencadenó la fundación de lo que sin exagerar es otra “nación” americana, más específicamente argentina, rosarina: la nación Newell’s. En 1869 Isaac Newell, un joven de 16 años nacido en el condado de Kent, en Rochester, a unos 50 kilómetros al sur de Londres, se embarcó en un buque de carga rumbo al Puerto de Rosario, portando como único equipaje una misiva que debía entregar a Mr. William Wheelwright, desarrollador del ferrocarril en Argentina, para que le diera empleo como telegrafista en la industria de los trenes.[2] En su nuevo oficio, cuya materia prima por definición son las palabras, Newell pronto se familiarizó con las de la lengua local y al poco tiempo se tituló como profesor de su idioma natal. Dio clases en el Colegio inglés y en 1884, junto con su esposa Anna Margaretha Jockinsen, abrieron su propia escuela, el Colegio Comercial Anglo Argentino, primera institución educativa no católica de la ciudad, por la que pasaron varias generaciones de estudiantes que se afanaron en practicar el juego cada vez más popular que les enseñó su mentor inglés en el patio de su sede, ubicada en el número 139 de la calle Entre Ríos.

Fue tal el gusto que el estudiantado le tomó al futbol, que casi 20 años después, el 3 de noviembre de 1903, un grupo de alumnos y ex alumnos del Colegio familiar, encabezado por un hijo de Isaac Newell, Claudio Lorenzo Newell, fundó el Club Atlético Newell’s Old Boys, que adoptó los colores rojo y negro de la institución de enseñanza de la que surgió y por la cual años más tarde retomó la vinculación con su origen escolar, pues desde 1993 cuenta con un plantel de nivel secundaria: el Complejo Integral Educativo Newell’s Old Boys.

Tras hegemonizar la liga rosarina en los primeros treinta años del siglo XX —en los que surgió de sus filas el pionero del éxodo, Julio Libonatti, el precursor de las transferencias trasatlánticas, primer futbolista nacido en América que se enroló en un club europeo[3] al ser contratado en 1925 por el granate[4] de Turín: el Torino Calcio—, en la década siguiente el equipo de los ex chicos de Newell se convierte en el primer campeón citadino de la era profesional, y para los cuarenta logra su internacionalización al ganar 10 de 14 partidos a domicilio ante equipos alemanes, españoles, portugueses y belgas, antecedente exitoso de la gira europea que realizaría en 1955 con resultados halagüeños. Para entonces, ya abreviado su nombre como Ñuls, destaca en su alienación el mediocampista José “Piojo” Yudica, quien después le daría un campeonato nacional como entrenador en 1988 y posteriormente, junto a Rubén “Ratón” Ayala, formaría parte del cuerpo técnico que ascendió al club Pachuca a la Primera División del futbol mexicano en 1996.

Los años 60 fueron aciagos, de “turbulencia institucional”[5] para el club del Parque de la Independencia, a pesar de lo cual en sus filas apareció un jugador de época, Jorge “Indio” Solari —cuyo hermano Eduardo jugaba para el archirrival Rosario Central—, que al paso de los años dirigiría en México al América.

Hubo que esperar hasta el 2 de junio de 1974 para que llegara el primer título nacional de Newell’s, fecha en que, bajo la dirección de Juan Carlos Montes, salió campeón del torneo Metropolitano al imponerse a Rosario Central en el Gigante de Arroyito. Fue en esos años 70 que vistieron su camiseta cracks del calibre de Héctor Casemiro “Chirola” Yazalde, primer jugador no europeo en ganar la Bota de Oro[6] al anotar 46 goles en una sola temporada para el Sporting de Lisboa; del zurdo Mario Nicasio “Marito” Zanabria, un generador de juego, un regista como les llaman en Italia, que retirado entrenó al Atlas de Guadalajara en la temporada 1992-1993; y de un canterano oriundo de Las Parejas, campeón mundial en México 86, estelar del Real Madrid y de las letras futboleras: Jorge Valdano.

Con las magníficas cartas de recomendación que su buen juego le granjeó, una generación de futbolistas rojinegros arribó a la Liga mexicana en los años 90 para integrarse a un conjunto con los mismos colores e idéntico uniforme. El director técnico Marcelo Bielsa y algunos integrantes del plantel de Newell’s que ganó el título del torneo Apertura 1990 y que salió campeón argentino en la temporada 1990-1991, fueron contratados por el Atlas. Nombres como Eduardo Berizzo, Christian “Pájaro” Domizzi, Martín Félix Ubaldi, Ricardo Lunari y Mariano Dalla Líbera, fueron el armazón del cuadro tapatío que cobijó el debut de futuros internacionales mexicanos, como Pável Pardo, Oswaldo Sánchez y Jared Borgetti.

Vendrían también a México otras grandes figuras del Ñuls. Al Cruz Azul se incorporaron el portero Norberto Scoponi, segundo jugador con más participaciones en la historia de las siglas NOB con 370 partidos, y Julio Zamora, el extremo que tantas asistencias sirvió a Carlos Hermosillo, el atacante que con sus 294 tantos es el mexicano más goles ha metido en el país; el Atlas trajo a Darío Franco, que después saldría campeón con el Morelia; Irapuato y Tecos tuvieron a Jorge Gabrich; los Pumas de la unam contaron en momentos sucesivos con Bruno Marioni, último jugador auriazul en conseguir el título de máximo goleador del futbol nacional, y con Ignacio Scocco, fino mediocampista ofensivo que se quedó a muy poco de conquistar con el conjunto universitario el título del torneo Apertura 2007. En el presente, los Tigres de la UANL tienen a Nahuel Guzmán.

En su seno nacieron a la vida futbolística jugadores internacionales de la talla de Abel Balbo, querido como pocos por la afición del AS Roma; Walter Samuel, el argentino que más títulos ha ganado en Italia (aunque nunca pudo ganar una Liga); Leonardo Biagini, campeón mundial juvenil en 1995 y contribuyente de recambio al doblete (Liga y Copa) del Atlético de Madrid en 1996; y Mauricio Pochettino, el entrenador que causó sensación en Europa, primero, al llevar al Tottenham Hotspur a pelear la Premier, y después, al situarlo en la final de Champions en 2019.

Newell’s Old Boys no tiene tantos títulos como otros clubes argentinos, pero lo que sí tiene es mucha historia. Es la institución donde debutó Batistuta, donde Messi hizo las inferiores, donde Maradona retozó durante 539 minutos repartidos en siete encuentros antes de jugar su último Mundial, donde es tenido por “ídolo eterno”[7] el actual entrenador nacional de México, Gerardo “Tata” Martino, quien a su vez afirma que “pro­ba­ble­men­te no le al­can­ce la vi­da pa­ra de­vol­ver­le a Newell’s lo que le dio”.[8]

Sospecho que la carta de recomendación que entregó a Mr. Wheelwright, la trajo consigo Isaac Newell desde Inglaterra guardada entre las páginas de un ejemplar de Rojo y negro, la novela de Stendhal. Porque el título de esa obra alude a las pulsiones tirantes que terminaron por imprimirle un temperamento pendular a su protagonista, Julian Sorel. De un lado, el rojo de la milicia francesa, a cuyo servicio lo inclinaba a Sorel su admiración por Napoleón; del otro, el negro de la vida monástica, cercana a su vocación de preceptor. En Newell’s Old Boys el rojo, guerrero, y el negro, reflexivo, como los pensaba Stendhal, no aparecen como los extremos de una oscilación, sino como la combinación de combatividad e inteligencia. Y por eso, quizá, Isaac Newell, cuatro años antes de morir a los 54 años, los puso a convivir a partes iguales dentro del contorno curvilíneo del sobrio escudo de su equipo, cuyos seguidores en Rosario hoy son una legión tan grande que raya en una auténtica nación.

 

[1] Howard Fast, El ciudadano Tom Paine, Barcelona, Seix Barral, 1999, p. 11.
[2] Rafael Bielsa y Eduardo Van del Kooy, Cien años de vida en rojo y negro: el nuevo libro de Ñuls, Buenos Aires, 2003, p. 13.
[3] Matías Rodríguez, “Julio Libonatti: Goleador de exportación”, El Gráfico, 18 de noviembre de 2014.
[4] El rojo granate que tiñe la camiseta del Torino Calcio (que en 2005 cambió su denominación a Torino FC) fue elegido en homenaje a la Brigada Savoia, la que en 1706, es decir, 200 años antes de la fundación del club, adoptó como insignia un pañuelo del color de la sangre, en honor del mensajero de la Brigada que cayó muerto tras llevar al pueblo de Turín la noticia de la liberación de la ciudad, que se encontraba sitiada por tropas francesas. Véase Alberto Manassero, Il Grande Torino. Gli Inmortali (pref. Franco Ossola), Rímini, Diarkos, 2019.
[5] Bielsa y Van del Kooy, Cien años de vida en rojo y negro, op. cit., p. 39.
[6] El premio Balón de Oro se instauró en 1968. Desde entonces se otorga al jugador que haya anotado más goles en una sola temporada de Liga de algún país europeo. Antes que Yazalde lo ganaron el portugués Eusebio (1968 y 1973), el búlgaro Petar Zhekov (1969), el alemán Gerd Müller (1970 y 1972) y el yugoslavo Josip Skoblar (1971). En la entrega correspondiente a la temporada 1973-1974 Yazalde superó los 36 goles del austriaco Hans Krankl, del Rapid Viena, así como los 30 tantos marcados por los alemanes Gerd Müller y Jupp Heynckes, del Bayern y del  Borussia Mönchengladbach, respectivamente, así como por su compatriota argentino Carlos Bianchi, del Stade de Reims. Después de Yazalde tendrían que pasar tres lustros para que otro no europeo, y también latinoamericano, lo recibiera: el mexicano Hugo Sánchez, primer futbolista en obtener ese galardón jugando para un equipo español.
[7] Bielsa y Van del Kooy, Cien años de vida en rojo y negro, op. cit., p. 166.
[8] Ignacio Levy y Marcelo Orlandini, “Los 100 años de Newell’s”, El Gráfico, 2003.

 

Foto: Messi en las inferiores de Newell’s Old Boys. mediotiempo.com

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