Por: Farid Barquet Climent.
Hoy se cumplen 11 años de la última gran goleada propinada por la selección boliviana. La víctima fue nada menos que el equipo nacional argentino dirigido por Maradona, que cayó 1-6 en el estadio Hernando Siles. La efeméride sirve para plantear de nuevo una añeja pregunta: ¿La altura sobre el nivel del mar de la ciudad capital de Bolivia es realmente una ventaja para el representativo local cuando recibe equipos extranjeros? ¿La altura supone un hándicap que juega en contra de las escuadras que lo visitan?
En 2007, el entonces presidente boliviano Evo Morales se puso al frente de la campaña contra el veto que la FIFA amagó en aquel tiempo con imponer a La Paz y a otras ciudades de altitud sobre el nivel del mar superior a los 2 500 metros, para que en ellas no se pudieran celebrar partidos oficiales.
Porque en marzo de ese año, el Comité de medicina del deporte de la FIFA había solicitado que en mayo siguiente, dentro del 57º Congreso del organismo rector del futbol mundial, se analizara la posibilidad de adoptar medidas provisionales acerca de la altitud máxima permitida para disputar partidos y realizar prácticas durante la eliminatoria mundialista entonces por venir.[1] El vicepresidente del citado comité médico, el checo Jiri Dvorak, publicó junto a otros dos colegas un artículo científico en Scandinavian Journal of Medicine & Science in Sports, en el que afirma que el impacto de la altitud en el rendimiento de los futbolistas varía según se trate de jugadores que habitualmente juegan y se entrenan en altitudes cercanas al nivel del mar, o bien si lo hacen en altitudes mayores a 1,500 o incluso superiores a 3.000 metros,[2] altitud esta última que actualiza una única ciudad entre todas las del mundo futbolístico que son sedes de encuentros eliminatorios: la capital boliviana. Los autores sostenían que para jugar en una altitud como la de La Paz, los jugadores de las selecciones visitantes requerían, como mínimo, entre 10 y 15 días de aclimatación antes de cada partido.
Tal como lo admite su más reciente rival electoral en los comicios de 2019, el también expresidente Carlos Mesa Gisbert, Evo “comenzó una ofensiva personal para defender el derecho boliviano a jugar donde vive una gran parte de su población”.[3] Mesa atribuye el éxito de Evo en derrotar al veto al hecho de ser oriundo de una región alta y miembro de una etnia originaria, por lo cual Evo “era en sí mismo una carta demasiado fuerte y simbólicamente incuestionable como para que la FIFA se estrellara contra él, que simbolizaba un país que incorporaba en forma definitiva a los indígenas andinos de Bolivia a la plenitud de la vida política”.[4]
Evo terminó ganándole a la FIFA el partido de la altitud. Han transcurrido más de doce años sin que el organismo internacional haya insistido nuevamente en que La Paz deje de ser sede de eliminatorias. Y para remachar su victoria, por iniciativa suya se construyó un estadio, inaugurado en 2017, en el municipio de El Alto, vecino de La Paz, que tiene una altitud superior a 4 000 metros, donde disputa sus partidos como local el club Always Ready desde principios de 2019.[5] No obstante que en el tiempo transcurrido desde la última tentativa prohibicionista de la FIFA la selección boliviana ha obtenido sorprendentes victorias en casa —como la goleada 6-1 propinada en abril de 2009 a la Argentina dirigida por Maradona—, la evidencia agregada desmiente que la altitud sea el jugador número 12 de Bolivia. Y para demostrarlo está la evidencia de las estadísticas. En los tres ciclos mundialistas acaecidos en los últimos tres lustros, Bolivia no ha estado siquiera cerca de calificar a una Copa del Mundo: quedó penúltima en las eliminatorias sudamericanas para asistir a los Mundiales de 2010, 2014 y 2018.
El hecho de que la única vez que Bolivia ha logrado ganar la Copa América fue cuando se disputó en su territorio, ha servido para propalar la tesis de que se ve favorecida por su altitud, pero quienes así lo afirman probablemente ignoren que a esa vigésimo octava edición del torneo continental, disputada en 1963, no asistieron dos selecciones, Chile y Uruguay, mientras que dos más, Argentina y Brasil, no enviaron a sus jugadores estelares. El representativo chileno no se presentó por la ruptura de relaciones diplomáticas con Bolivia; el uruguayo se excluyó; el brasileño no incluyó en su lista de convocados a ningún integrante del equipo que recién el año anterior alzó la Copa del Mundo; y el argentino envió a varios jugadores que hicieron su debut internacional precisamente en aquel certamen sudamericano.
Y cuando Bolivia le quitó en 1993 el invicto a Brasil en eliminatorias, no parece haber sido por el factor altura, sino porque entonces tenía a la mejor selección de su historia. Bajo la conducción del español Xabier Azkargorta, el representativo boliviano vivió su mejor época clasificándose por primera y hasta ahora única vez a un Mundial luego de superar la eliminatoria, pues sus dos anteriores participaciones mundialistas, en 1930 y 1950, fueron por invitación. Fue el 25 de julio de 1993 en el Hernando Siles de La Paz. Faltando 10 minutos para el final del partido, el lateral brasileño “Jorginho” fauleó dentro de su área a Marco Antonio “Diablo” Etcheverry, pero el penalti resultante se lo detuvo Claudio André Taffarell a Edwin “Platini” Sánchez, quien lo tiró demasiado centrado y sin la potencia suficiente. Pero al 88’ Bolivia logró irse adelante gracias a una larga y trompicada escapada de Etcheverry, que terminó en gol con cierta ayuda, involuntaria, pero ayuda, de Taffarell. Un minuto después, Álvaro Guillermo Peña marcó el segundo tanto boliviano, que puso fin a la imbatibilidad brasileña en las instancias previas a las fases finales de los mundiales. Era la selección que integraban, junto a los ya mencionados, jugadores de categoría como Milton Melgar, contención que jugó en los dos clubes que protagonizan el superclásico argentino: Boca Juniors y River Plate; el duro defensor Marcos Sandy, el caracolero “Chocolatín Castillo”, Julio César Valdivieso, William Ramallo…
A la FIFA parece no importarle que Qatar, donde hasta en la noche se rebasan los 40 centígrados de temperatura, será la sede del próximo Mundial. Un probable impacto negativo en la calidad del espectáculo es pasado por alto tratándose de los catarís. Pero sí parece importarle, recurrentemente, que se siga jugando en la capital de un país pobre, en el que el futbol no es una moda traída por petrodólares, sino una práctica centenaria.
[1] Fifa, https://www.fifa.com/about-fifa/who-we-are/news/fifa-sports-medical-committee-addresses-increase-violent-fouls-113973
[2] Peter Bärtsch, Bengt Saltin y Jiri Dvorak, “Consensus statement on playing football at different altitude”, Scandinavian Journal of Medicine & Science in Sports No. 18, julio 2008, pp. 96-99.
[3] Mesa Gisbert, Carlos, “Fútbol y altura. La dramática historia de La Paz y el fútbol boliviano”, Nueva Sociedad No. 248, noviembre-diciembre 2013.
[4] Idem.
[5] Reuters, “Estadio de Bolivia sobre los 4,090 metros, el nuevo ‘fantasma de la altura’”, 12 de febrero de 2019.
Foto: Dycit.com