Boicot, desaparecidos y futbol

Por: Farid Barquet Climent.

Hoy se conmemora el aniversario 38 del desembarco de la marina británica que marcó el inicio de la guerra de las Malvinas, esa empresa bélica a la que una languideciente dictadura argentina envió cobardemente a miles de sus jóvenes para que ahí encontraran la muerte o la desgracia.

Cuatro años antes de la guerra de las Malvinas, las atrocidades cometidas por la Junta militar argentina se entrecruzaron con el máximo evento futbolístico: el Mundial de futbol, cuya onceava edición se llevó a cabo en Argentina en 1978. En marzo de 1976 un golpe militar desplazó del poder a la viuda del General Juan Domingo Perón, María Estela “Isabelita” Martínez de Perón, quien por haber sido compañera de fórmula electoral de su cónyuge se quedó como presidenta del país tras la muerte de su esposo en 1974. Derrocada, “Isabelita” huyó rumbo a España abandonando en helicóptero la Casa Rosada, sede de la presidencia, y a partir de entonces, marzo de 1976, los militares iniciaron (o continuaron y agudizaron) el periodo de persecución contra opositores políticos más cruento de la historia nacional, que se prolongó hasta 1983. Si bien Argentina había sido designada como sede del Mundial desde 1966,[1] es decir, prácticamente diez años antes de que se entronizara la Junta militar, el curso de la historia hizo que el certamen futbolístico finalmente se llevara a cabo en los tiempos siniestros de la dictadura, que buscó utilizar el evento como móvil propagandístico con el propósito de “limpiar” su mala imagen internacional de régimen golpista y represor de la disidencia.

En Suecia, una de las naciones cuya selección calificó al Mundial, se gestó un reclamo a favor de boicotear la celebración del Mundial. Y fue en Francia, otro país clasificado para jugar el Mundial, donde la propuesta de boicot encontró mayor eco, sobre todo en sectores políticos de izquierda provenientes del movimiento de mayo de 1968,[2] tal como sostiene la historiadora argentina Marina Franco en su libro El exilio: argentinos en Francia durante la dictadura, publicado por Siglo XXI Editores.

El primer llamado público al boicot apareció en el diario francés Le Monde en octubre de 1977, y para fines de ese año se formó el Comité de Boycott du Mondial de Football en Argentine (Comité de Boicot del Mundial de Futbol en Argentina, por sus siglas COBA), cuyos integrantes, franceses en su mayoría, distribuidos en más de doscientos comités a lo largo del territorio galo, exigían a la FIFA que el Mundial no se jugara en Argentina por la existencia de presos políticos y desaparecidos, o en su defecto demandaban que la selección de Francia se ausentara de la competencia.[3]

La propuesta puso a los exiliados argentinos radicados en Francia y en otros países —incluido desde luego México— ante una disyuntiva radical: apoyar o no apoyar el boicot. Algunos propusieron una tercera alternativa: no sumarse a los planees del COBA pero a cambio asumir respecto al Mundial una actitud a la que denominaron “participación crítica”,[4] consistente en aprovechar que durante el evento la atención del planeta estaría puesta en Argentina para así poder evidenciar las tropelías de la dictadura. Su idea era explotar la sobreexposición mediática del país durante los 25 días de la competencia, a fin de provocar una mayor sensibilización de la opinión pública internacional hacia las violaciones de derechos humanos cometidas por el gobierno dictatorial.[5]

Quienes estaban a favor del boicot opinaban que “la denuncia vía participación crítica era una falacia”,[6] una claudicación disfrazada de estrategia, mientras que quienes se inclinaban por la participación crítica tildaban al COBA y a sus seguidores de ilusos, incapaces tanto de reconocer la inviabilidad de alcanzar tan ilusorio propósito a contracorriente de poderosos intereses económicos y políticos como de comprender que un eventual cambio de sede implicaría desaprovechar una oportunidad inmejorable de maximizar la visibilidad del terrorismo de Estado impuesto por Jorge Rafael Videla y sus secuaces.

Tanto la mencionada Marina Franco como su paisana y colega Silvina Jensen coinciden en que fueron dos las razones por las que las organizaciones de exiliados se volcaron en su mayoría hacia la participación crítica: 1) el temor a perder apoyo popular, dado el inmenso poder de convocatoria del futbol en un país como Argentina, donde es una auténtica pasión[7] que alcanza cotas casi religiosas[8] y 2) que las principales organizaciones de la izquierda argentina, destacadamente la peronista Montoneros, fueron partidarias de no impedir que el Mundial se disputara, bajo el argumento de que gracias al certamen futbolístico aterrizarían en Argentina corresponsales extranjeros a raudales, y éstos, a través de sus reportajes acerca de la situación social imperante, se encargarían de “incrementar la denuncia internacional de la dictadura”.[9]

Montoneros acuñó el eslogan “Cada espectador del Mundial, un testigo de la Argentina real”[10], que sintetizaba su convencimiento de que el Mundial permitiría “que el mundo se asome al país y observe la realidad que bulle tras los afiches turísticos: una realidad hecha de dominación económica y represión sangrienta”.[11]

De acuerdo con Pablo Llonto —autor del libro La vergüenza de todos, cuyo título parafrasea al de una pésima película ditirámbica de la organización del Mundial del 78, La fiesta de todos, que con poca fortuna cinematográfica mezcla imágenes de partidos de aquel torneo con burda comedia— la no adhesión de Montoneros al boicot generó desconfianza: “la política de ‘dejemos que el Mundial se juegue’ es la que daría origen, años más tarde, a la sospecha de una o más conversaciones entre la conducción de Montoneros y el almirante (Emilio Eduardo) Massera para sellar un pacto de no agresión que permitiera que durante el Mundial no corriera sangre”.[12] El dirigente Montonero Roberto Perdía niega que la postura de no oponerse al Mundial haya sido resultado de algún pacto inconfesable y desmiente que hayan tenido lugar reuniones subrepticias entre la dictadura y la dirigencia de Montoneros, tal como en su momento lo denunció un grupo de la propia organización, denominado Peronismo Revolucionario.[13] En entrevista con Llonto, Perdía afirma: “El único diálogo que existió entre Massera y los Montoneros fue en las mesas de tortura”.[14]

En vista de la falta de respuesta favorable al boicot tanto de los opositores a la dictadura en territorio argentino como de las organizaciones del exilio, el COBA y sus núcleos adláteres europeos decidieron replantear sus estrategias, algunas deudoras aún de la creencia de que el Mundial podría llegar a suspenderse o bien mudarse a otro país. Hubo quienes emprendieron acciones extremistas aunque tragicómicas, como el fallido intento de secuestrar a Michel Hidalgo, entrenador de la selección francesa,[15] y otros se decantaron por otras más bien simbólicas, como solicitar a los futbolistas de sus representativos nacionales que no participaran en actividades protocolarias que pudieran contribuir a prestigiar a la dictadura argentina[16], o exhortar a sus gobiernos a que no contrataran vuelos chárteres que fomentaran la asistencia al evento[17].

Lo más que pudo obtener el COBA de personajes de la esfera pública francesa fue una declaración de apoyo de un dirigente del Partido Socialista, Lionel Jospin (quien veinte años después sería primer ministro, justo cuando Francia por fin ganó un Mundial),[18] así como un desplegado, impactante por estremecedor, publicado por Bernard Stasi, entonces vicepresidente de la Asamblea Nacional de Francia, el órgano en el que recae el poder legislativo de la república. Bajo el título “Veintidós franceses en la Argentina o el otro equipo en Francia”, Stasi dio a conocer, en la edición de Le Monde del 24 de mayo de 1978, una lista con los nombres de 22 ciudadanos franceses, pero que no correspondían a los 22 futbolistas que jugarían el Mundial con la camiseta bleu sino a igual número de connacionales que habían sido detenidos en el país sudamericano y cuyo paradero se desconocía,[19] entre los que se contaban las monjas Alice Anne Marie Jeanne Domon y Renee Leonnie Henriette Duquet, cuyos asesinatos, según se supo después, fueron perpetrados en diciembre de 1977 por órdenes del militar Alfredo Astiz a través de su compinche Antonio Pernías, arrojándolas sedadas al mar desde un avión en uno de los llamados “vuelos de la muerte”.[20]

Ninguno de los objetivos iniciales del COBA se logró, pues el Mundial se jugó en Argentina y Francia envió a su equipo representativo.[21] En cambio, aquellos que no se adhirieron al boicot y ante la inevitabilidad del Mundial cifraron sus esperanzas en que la prensa extranjera enviada especialmente al evento revelara lo que estaba pasando en Argentina, terminaron por tener algo de razón gracias a un reportero holandés, Frits Barend, corresponsal de la revista Vrij Nederland, quien fue más que un mero “testigo de la Argentina real”, como rezaba el eslogan de Montoneros. Barend fue el principal divulgador de “la Argentina real” en Europa. En vez de presenciar in situ desde la comodidad del palco de prensa el encuentro inaugural entre las selecciones de Alemania Federal y Polonia (0-0), Barend decidió acudir ese 1 de junio a la Plaza de Mayo para entrevistar a las madres de desaparecidos que todos los jueves se concentran en el lugar. Ahí escuchó directamente su dolor y su desesperación. Terminada la final del Mundial, Barend consiguió estar frente a frente con Videla y preguntarle sobre los desaparecidos. Para lograrlo, él y su compañero fotógrafo Bert Nienhuis se colaron a la cena oficial de clausura, haciéndose pasar por jugadores de la selección holandesa —ninguno de los cuales asistió— mostrando sendas invitaciones que los futbolistas les facilitaron. Incomodado por los cuestionamientos de Barend, el dictador fue librado por sus guardias de la presencia de los dos periodistas, quienes de inmediato empezaron a ser acosados: esbirros del régimen siguieron todos sus pasos y les sustrajeron pasaportes, dinero y tarjetas de crédito. Tuvo que intervenir directamente el Ministerio de Asuntos Exteriores de Holanda —pues Barend no le caía simpático al embajador de su país en Buenos Aires, toda vez que en una de sus notas hizo público que el diplomático asistió, sin permiso de la superioridad, a desfiles militares invitado por la cúpula dictatorial— para que pudieran salir de Argentina, aunque tuvieron que hacerlo tres días después de lo programado.[22]

Durante el Mundial el terrorismo de Estado no se detuvo. Tampoco en los meses previos. De acuerdo con el periodista Fernando Ferreira, “para mayo de 1978 los vuelos de la muerte despegaban con una frecuencia de cinco por día”.[23] Según lo consignado en la Breve historia de la Argentina escrita por Jorge Saborido y Luciano de Privitellio, durante junio de 1978, el mes mundialista, “fueron secuestradas 63 personas, la mayor parte de las cuales pasaron a formar parte del nutrido grupo de desaparecidos”.[24] Desde el primero hasta el último día de partidos hubo desapariciones. Por repartir volantes con propaganda de Montoneros cerca del estadio Monumental el día de la inauguración, fueron detenidos Omar Bastarrica, miembro de las juventudes peronistas, su novia María Josefa Fernández, Rubén Alfredo Martínez Pannacciulli, Ricardo Alfonso Freire y Alicia Cristina Amaya, los primeros cuatro estudiantes de Derecho y la última de Trabajo Social en la Universidad de Buenos Aires. Irma Niesich fue secuestrada el 15 de junio y Roberto Zaldarriaga el 20,[25] mientras que la víspera del partido final, Guillermo Marcelo Möller Olcese, un militante de la organización Política Obrera (por cierto, partidaria del boicot),[26] también fue detenido. Desde entonces, desde esos días de Mundial, los ocho están desaparecidos.[27] [28]

[1] El Congreso de la FIFA, reunido en Londres, otorgó la sede del Mundial de 1978 a Argentina el 6 de julio de 1966, una semana después de que el militar Juan Carlos Onganía asumiera la presidencia de facto del país.
[2] Marina Franco, “Derechos humanos, política, futbol y ciencia”, en El exilio: argentinos en Francia durante la dictadura, Siglo XXI Editores Argentina, Buenos Aires, 2008, pp. 181 y 200.
[3] Ibid, p. 183.
[4] Silvia Inés Jensen, “Suspendidos de la historia/exiliados de la memoria. El caso de los argentinos desterrados en Cataluña (1976-…)”, tesis doctoral, Universidad Autónoma de Barcelona, 2004, p. 541.
[5] Ibid, p. 541.
[6] Ibid, p. 542.
[7] Idem y Franco, op. cit., p. 192.
[8] Antonio Marimón, citado por Carlos Prigollini, Fútbol secuestrado, México, Urdimbre, 2008, p. 25.
[9] Jensen, op. cit., p. 545.
[10] Franco, op. cit., p. 188 y Pablo Llonto, La vergüenza de todos (El dedo en la llaga del Mundial 78), Buenos Aires, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, 2005, p. 214.
[11] Franco, op. cit., p. 188.
[12] Llonto, op. cit., p. 226.
[13] Franco, op. cit., p. 189.
[14] Llonto, op. cit., p. 226.
[15] Miguel Ángel Lara, “El boicot a Argentina 78 y el ‘secuestro’ del seleccionador francés”, Marca, 18 de enero de 2016, y Matías Bauso, 78. Historia oral del Mundial, Buenos Aires, Sudamericana, 2018.
[16] Jensen, op. cit., p. 544 y Franco, op. cit., p. 197.
[17] Jensen, op. cit., p. 544.
[18] Franco, op. cit., pp. 196-197.
[19] Los franceses desaparecidos en Argentina enlistados por Stasi son: Marcel Amiel, Robert Marcel Boudet, Jean-Yves Claudet Fernández, Francoise Marie Dauthier de Martínez, Yves Domergue, Alice Domon, Pedro Eduardo Duffau, Leonnie Henriette Duquet, Andrés Roberto Duro, Marie-Anne Erize Tisseau, Maurice Jeger, Mario Roger Julien Cáceres, Gabrielle Longueville, Pierre Albert Pegneguy, Juan Roger Pena, Cecilia Rotemberg, Jean Marcel Soler, Marcel Tello, Paul Tello y Raphael Tello. Véase Bauso, op. cit.
[20] De acuerdo con los resultados de las investigaciones del Equipo Argentino de Antropología Forense (eaaf), las monjas fueron recluidas y torturadas en la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (esma) y arrojadas con vida al mar desde uno de los llamados “vuelos de la muerte”, encubiertos en la terminología castrense como “operaciones militares especiales”, junto a otras mujeres familiares de desaparecidos, entre ellas Azucena Villaflor de De Vincenti, fundadora de Madres de Plaza de Mayo. Se calcula que fueron secuestradas entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977 en la iglesia de la Santa Cruz, en el barrio de San Cristóbal, y sus cuerpos aparecieron una semana después en las playas de Santa Teresita, arrastrados por la corriente. Se les inhumó como no identificadas en el panteón de General Lavalle. Por los delitos de privación ilegal de la libertad agravada, imposición de tormentos y homicidio calificado en perjuicio de las monjas francesas y otras personas, Alfredo Astiz fue condenado a prisión perpetua tanto en ausencia por la Cámara de Apelaciones de París como por la justicia argentina, que sentenció en similares términos también a los militares Antonio Pernías, Raúl Enrique Scheller, Jorge Carlos Radice, Alberto Eduardo González, Néstor Omar Savio, Julio César Coronel, Ernesto Frimon Weber y Ricardo Miguel Cavallo, este último, detenido en 2000 en México con fines de extradición a España, mientras prestaba servicios al gobierno mexicano para la instalación de un registro nacional de vehículos. Véanse Horacio Verbitsky, El Vuelo, Buenos Aires, Grupo Editorial Planeta, 1995; Rosa Elvira Vargas, “La caída de Ricardo Cavallo hundió el proyecto del Renave”, La Jornada, 28 de octubre de 2011; y Franco, op. cit., p. 200.
[21] El seleccionado francés Dominique Rocheteau, leyenda del Saint-Étienne (de donde deriva su apodo “Ángel Verde”, por el color de la camiseta de ese club), militante de la Liga Comunista Revolucionaria y actualmente jefe de la Comisión Nacional de Ética de la Federación Francesa de Futbol, dice haberse sentido “muy concernido por el problema (de los desaparecidos), lo conocía”, pero al mismo tiempo afirma que él nunca se planteó no acudir al Mundial. Véase Bauso, op. cit.
[22] Ailín Bullentini, “Un infiltrado en el agasajo final del Mundial 78”, en papelitos.com.ar.
[23] Fernando Ferreira, Hechos pelota: el periodismo deportivo durante la dictadura militar (1976-1983), Buenos Aires, Alarco Ediciones, 2008, p. 60.
[24] Jorge Saborido y Luciano de Privitellio, Breve historia de la Argentina, Madrid, Alianza Editorial, 2006, pp. 418-419.
[25] María Seoane y Vicente Muleiro, El dictador. La historia secreta y pública de Jorge Rafael Videla, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, p. 362.
[26] Marina Franco, “Derechos humanos, política y fútbol”, Oficios Terrestres No. 22, 2008, p. 34.
[27] Registro de víctimas de la base de datos del Monumento Parque de la Memoria del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires: http://basededatos.parquedelamemoria.org.ar/
[28] El gremio de futbolistas profesionales no quedó exento de que uno de sus miembros se cuente entre los 30,000 desaparecidos por la dictadura. El 6 de diciembre de 1977 fue secuestrado con 24 años Antonio Enrique “El Tano” Piovoso, portero que se formó en las inferiores de Estudiantes de la Plata y que jugó en Primera División con Gimnasia y Esgrima de la misma ciudad durante el torneo Metropolitano de 1973, en suplencia de Hugo Orlando “Loco” Gatti y de Daniel Guruciaga. Al momento de su desaparición era estudiante de Arquitectura. Lo secuestró Héctor Acuña, alias “El Oso”, detenido en 2006 y condenado en 2014 a cadena perpetua por 43 privaciones de libertad y 127 torturas, abusos sexuales y asesinatos, muerto en prisión a mediados de 2018. Véanse Andrés Burgo, “Antonio Piovoso, el arquero desaparecido”, El Gráfico, 24 de marzo de 2019 y Victoria Ginzberg, “Del campo de concentración a la propia casa”, Página/12, 10 de enero de 2018.

 

Foto: CUCSH

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