Por: Farid Barquet Climent.
En junio de 1952, con 38 años, Octavio Paz fue designado Encargado de negocios de México en Japón. El entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Carlos Tello Barraud, le encomendó al escritor reabrir la Embajada mexicana después de diez años en que las relaciones mexicano-japonesas estuvieron rotas a raíz de la entrada de México en la Segunda Guerra Mundial en mayo de 1942.
Paz llevó adelante su encargo de reanudar los intercambios entre ambas naciones, aunque finalmente no fue designado Embajador en Tokio una vez reestablecidas las relaciones diplomáticas[1]. Pero si hubo, en el ámbito comercial, un fruto sobresaliente de ese reencuentro que Paz ayudó a cimentar, fue la apertura, en el Estado mexicano de Morelos, de la primera fábrica con sede fuera de Japón de la compañía automotriz Nissan: la Planta Ciudad Industrial del Valle de Cuernavaca (CIVAC), inaugurada en mayo de 1966.
Está demostrado que donde hay trabajadores hay futbol. Y por eso al complejo industrial CIVAC, contiguo a la ciudad de la eterna primavera, se le dotó de canchas para practicarlo, en las que tres lustros después, hacia 1980, habría de gestarse una nueva misión mexicana con igual destino al país del sol naciente. Una legación ya no diplomática sino futbolística, encabezada por un defensa central de apenas dieciocho años, Félix Cruz Barbosa Ríos, quien después de ser observado por visores nipones en los campos de CIVAC formó parte de la primera camada de futbolistas mexicano en jugar en la Primera División de Japón, junto a Francisco Javier Mora y Jorge Morales, al ser contratado por el Nissan Motors FC (hoy denominado Yokohama F. Marinos), club de futbol que, como lo dejaba ver su nombre, era —y es— propiedad de la mencionada marca de automóviles.
Félix se encontraba cerca de CIVAC porque ya radicaba en la Ciudad de México, donde hacía sus primeras prácticas con el plantel estelar de los Pumas de la UNAM, en el que por aquellos días iba a ser difícil que recibiera una oportunidad de debutar porque los puestos de defensas centrales los ocupaban jugadores muy consolidados: Gustavo Vargas, que solía salir jugando con mucha claridad, y Jorge Paolino, el argentino que había llegado precedido de un gran prestigio, que confirmaría en canchas mexicanas, procedente del Flamengo de Río de Janeiro después de destacar durante un lustro en el Racing Club de su país, junto a otros grandes defensores, como “Quique” Wolf, que después jugaría para el Real Madrid, o Rubén Osvaldo “Panadero” Díaz, emblemático zaguero del Atlético de Madrid.
Ante la dificultad de una oportunidad en la oncena puma, Félix aceptó ir a probarse a CIVAC. Bajo la conseja tan socorrida según la cual más vale pedir perdón que pedir permiso, acudió a la prueba sin dar aviso, menos solicitar autorización, ni a la directiva ni al cuerpo técnico del conjunto universitario. Un año atrás lo había incorporado a Pumas Miguel Mejía Barón, entonces a cargo de las fuerzas básicas, enviándole un telegrama a Torreón después de verlo jugar en la prueba de preselección del representativo nacional amateur, en la que le tocó marcar a Omar Mendiburu, delantero surgido de la Liga Satélite, que venía de ser campeón goleador de los Juegos Centroamericanos y que después saltaría al profesionalismo con el Cruz Azul.
A pesar de que su padre quería hacerlo beisbolista, Félix empezó a jugar futbol desde los 5 años en la colonia San Joaquín de Torreón, donde vivía junto a sus 6 hermanos varones, sus 2 hermanas y 2 primas que crecieron dentro de la familia. A la edad de 10 entró al equipo Veterinaria La Vaquita, de Miguel Román Hurtado. Cinco años después un vecino de la San Joaquín, José González, lo llevó al club profesional de la comarca, La Ola Verde del Laguna, donde lo sumaron de inmediato al plantel el entrenador Carlos “El Charro” Lara y el preparador físico Joaquín Mendoza. Por consejo de este último, Félix dejó de ser centro delantero para convertirse en defensa central. Y fue también Mendoza quien insistió en que, una vez que en 1978 la franquicia tuvo que abandonar Torreón para trasladarse al Estado de México transmutada en Coyotes Neza al ser adquirida por el empresario periodístico Anuar Maccise Dib en consorcio con el gobierno mexiquense, Félix fuera incluido en el grupo de jugadores que se fueron a jugar a Nezahualcóyotl, a lo que Lara se resistió dado que todavía lo consideraba demasiado joven.
Fue su exentrenador en el Veterinaria, Miguel Ángel Román Hurtado, quien insistió en que Félix pudiera probarse en la selección nacional juvenil, que dirigía José Moncebáez Maceda. En razón de que un hijo de Moncebáez radicaba (y radica) en Torreón, su padre le asignó la tarea de visorear a Félix. Al vástago del “Monche” le agradó su buen juego, por lo que recomendó que recibiera una oportunidad en el representativo con límite de edad. Pero como ya estaba definido el plantel y no había posibilidad de darlo de alta, Moncebáez decidió llevarlo a Pumas, donde lo recibió Miguel Mejía Barón, quien para probarlo lo puso a marcar, en un partido interescuadras, nada menos que a Evanivaldo Castro “Cabinho”, por entonces campeón goleador del futbol nacional de manera consecutiva durante los últimos cuatro años. “Le tiraba unas barridotas”, dice Félix en entrevista para FutboLeo.net.
Félix recuerda que cuando pernoctó por primera vez en la casa club que tenía Pumas en la colonia Guadalupe Inn, “no había ni sábanas; fuimos comprando platitos, cubiertos”. Pero donde no pudo siquiera conseguir cubiertos fue al llegar a Japón, donde tuvo que aprender a dominar los palillos. Además, la dieta de sus compañeros, basada en pescados, en nada se parecía a las costumbres alimenticias de la región ganadera de donde es oriundo. A pesar del radical cambio cultural, su adaptación fue rápida y hoy sigue agradecido por esa estancia de dos años, en la que logró salir campeón en 1980: “Me fui muy joven y me ayudó mucho para madurar, el hecho de jugar en una Primera División en una cultura diferente, con otro idioma, otro clima, me sirvió muchísimo para mi formación como futbolista, fue la base de mi carrera”.[2]
En una carta que dirigió a su amigo francés Jean Clarence Lambert para comentarle sus primeras impresiones tras arribar a la nación oriental, Octavio Paz escribió: “¿El Japón cerrado a los extranjeros? Jamás he visto pueblo más cortés y acogedor”[3]. Y lo mismo opina Félix: “los japoneses son personas muy nobles y muy trabajadoras”,[4] declaró el exfutbolista a un sitio web de noticias deportivas a propósito del sismo y del tsunami que azotaron Japón en marzo de 2011.
Sus buenas temporadas con el equipo de Yokohama, en las que se convirtió en un auténtico samurái de la defensa, provocaron que Pumas, dueño de su carta, lo llamara de regreso para debutarlo por fin en la Primera División de México. Fue el 15 de mayo de 1982, cuando en un encuentro contra el Atlético Potosino el director técnico Velibor “Bora” Milutinovic lo hizo entrar de cambio por Jorge Paolino, quien saldría del equipo al terminar ese torneo, por lo que a partir del siguiente y durante los 6 subsecuentes Félix sería un infaltable en el parado del conjunto universitario, hasta que salió del club en 1987 para jugar una temporada con el Atlante. Durante el lustro siguiente Félix supo lo que es jugar el clásico regiomontano desde las dos trincheras contrapuestas, y finalmente dijo adiós al futbol profesional como jugador con la camiseta de Toros Neza en 1994.
El sol rojo, el de la bandera de Japón, alumbró las grandes tardes de Félix en el lejano oriente y también la otra cima de su carrera, la más alta de su trayectoria: su participación en el Mundial México 86. Porque el símbolo del estadio Azteca es precisamente un Sol rojo: la escultura que guarnece su explanada principal con sus 25.8 metros de altura, que la convierten en la de mayores dimensiones de toda la obra del artista estadounidense Alexander Calder. En los 4 partidos que jugó en el Coloso de Santa Úrsula en aquel Mundial, la selección mexicana no perdió ninguno: ganó 3 y empató 1. Lejos del sol rojo, en Monterrey, cayó ante Alemania en la serie de tiros desde el manchón penal. Estaba previsto que el último disparo, el quinto, el que se pensaba sería el decisivo para avanzar a la semifinal, Félix lo iba a tirar. Su nombre aparecía al final de la lista de tiradores. Pero su turno ya ni siquiera llegó.
La poesía japonesa legó al mundo los haikús: brevísimas composiciones poéticas conformadas por solo tres versos, el primero de 5, el segundo de 7 y el tercero de 5 sílabas. Si me preguntan quiénes han sido los mejores defensas centrales en la historia la selección mexicana, contestaría con un haikú:
Pongo a Rafa
También a Claudio Suárez
Y a Félix Cruz.
[1] A partir de octubre de 1952 fue nombrado Embajador en Japón el también escritor Manuel Maples Arce, poeta fundador del movimiento estridentista junto a Germán List Arzuvide, Arqueles Vela y Salvador Gallardo.
[2] Mediotiempo.com, “Félix Cruz: un mexicano muy japonés”, 16 de marzo de 2011.
[3] Aurelio Asiain, “Octavio Paz, diplomático en Japón”, Revista Mexicana de Política Exterior, número especial 2014, p. 65.
[4] Mediotiempo.com, “Félix Cruz: un mexicano muy japonés”, op. cit.
Foto: Estampa 114 del Álbum Panini Mundial México 86.