Bandera rediviva

Por: Farid Barquet Climent.

Durante la primera guerra mundial, Francia alentó los afanes independentistas de naciones árabes que aún no eran Estados, como Siria y Líbano, a fin de que durante la conflagración no combatieran del lado del imperio otomano, bajo cuyo dominio se encontraban.

Pero una vez terminada la guerra, Francia no cumplió su compromiso de permitir la independencia de sirios y libaneses, sino que, por el contrario, con el aval de la Sociedad de Naciones (antecedente de la ONU) estableció en 1920 un protectorado, denominado Mandato Francés sobre Siria y Líbano, cuya bandera estaba compuesta por dos barras verdes horizontales intercaladas por una blanca, y para enfatizar que se trataba de una zona bajo su control aquel lábaro quedó rematado en su ángulo superior izquierdo por la tradicional bandera tricolor francesa.

El Mandato duró poco más de 20 años. Siria habría de conseguir su independencia en 1941 y Líbano en 1943. Liberadas del Mandato, ambas naciones se dieron a sí mismas su respectiva bandera como Estados independientes. Pero la bandera de aquel enclave francés, resultado de los Tratados de Versalles, volvería a aparecer, en azarosas circunstancias, aproximadamente 7 lustros después en un lugar insospechado: sobre una cancha de futbol.

En uno de sus partidos del Mundial disputado en Argentina en 1978, la camiseta azul que suele portar la selección francesa tuvo que ser sustituida improvisadamente por una que ni siquiera fue la alternativa de siempre, en color blanco, sino por una de cromática totalmente ajena a les couleurs que el marqués de Lafayette puso en la bandera nacional desde tiempos de la Revolución.

El calendario de aquel Mundial previó que el 10 de junio el representativo de Francia enfrentara al de Hungría en Mar del Plata. Para el cotejo la FIFA asignó a los magiares su indumentaria suplente blanca, por lo que a los galos les correspondía salir a la cancha con la azul habitual, a fin de generar un contraste entre sus respectivas vestimentas para que la audiencia que siguiera el partido a través de televisores en blanco y negro pudiera diferenciarlos.

Pero había un inconveniente: el personal de utilería de la delegación francesa no llevó consigo a la ciudad balnearia camisetas bleus, lo que obligó a conseguir camisetas prestadas de último momento. La solución al problema la dio un equipo de la localidad: el Club Atlético Kimberley, conocido como el Dragón Verde de Mar del Plata (que, de acuerdo con la web del club, tiene ese anglófilo nombre no en honor al apellido de algún británico introductor del futbol en Argentina, sino porque esa es la denominación de una ciudad minera sudafricana de la que tuvo noticia uno de sus fundadores al ver una película de cine mudo), cuya camiseta es como la del español Betis de Sevilla o la del argentino Banfield: a rayas verticales verdes y blancas.

Según el periodista Juan Miguel Álvarez, el dirigente que en 1978 encabezaba la Comisión de Fútbol del Kimberley, Luis Nicolai, solicitó a otro miembro de la comisión directiva del club, Carlos “Pocho” Cubero, y al utilero Agustín Vallejo, que fueran por las prendas albiverdes a la sede de la entidad, sita aproximadamente a 2.5 kilómetros del estadio José María Minella, sede del partido mundialista, que ni siquiera era (ni es) la casa del Kimberley.[1]

Gracias a que Cubero y Vallejo trajeron las camisetas del Kimberley el partido pudo jugarse. Por el tiempo que tardaron en ir y volver, el cotejo inició con 40 minutos de retraso. Y fue así como el equipo nacional de Francia jugó aquel encuentro enfundado en una combinación reminiscente del Mandato francés sobre Siria y Líbano: con las calcetas rojas y el short azul de Francia complementadas con la camiseta a rayas verdes y blancas del Kimberley (club del que partiría rumbo a México y al que después regresaría como entrenador, un histórico de otro equipo también albiverde, pero mexicano, el León: Jorge “Tarzán” Davino, padre de los hoy exfutbolistas mexicanos Duilio y Flavio Davino).

Como la plantilla completa del club marplatense no llegaba a 18 jugadores, los seleccionados franceses que estaban registrados con números igual o mayores tuvieron que usar inferiores. Fueron los casos de Dominique Rocheteau y Olivier Rouyer, quienes estaban inscritos ante la FIFA con el ‘18’ y el ‘20’, respectivamente, pero con permiso del árbitro brasileño Arnaldo Coelho utilizaron la ‘7’ y la ‘11’, que desde luego no coincidían con los números estampados en sus shorts azules, que sí eran parte del uniforme oficial.

El partido lo ganó la versión kimberleyana o, si se quiere, sirio-libanesa de Francia, por marcador 3-1, con goles de Christian López, Marc Berdoll y el mencionado Rocheteau, más el solitario tanto húngaro a cargo de Sándor Zombori.

Fue así como Michel Platini tuvo que abandonar por única vez en un Mundial su característico número ‘10’ y jugar aquel partido con la camiseta 15 del Kimberley, el club que prestó las camisetas pero que jamás las recuperó, pues de las 18 que facilitó se desconoce el paradero de todas, menos de una: la ‘5’, que aquel día usó Francois Bracci, futbolista del Olympique de Marsella, y que actualmente duerme en el museo de la FIFA, en Zúrich.[2]

 

[1] Juan Miguel Álvarez, “El día que Kimberley ‘le salvó la ropa’ a Francia”, La Capital de Mar del Plata, 28 de mayo de 2018.
[2] Juan Miguel Álvarez, “El misterioso destino de las camisetas que usó Francia en el Mundial ‘78”, La Capital de Mar del Plata, 24 de mayo de 2018.

 

 

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