Por: Farid Barquet Climent.
Desde los años sesenta del siglo XX el Inter de Milán y el AC Milán se han caracterizado por su solidez defensiva. Dos entrenadores históricos de uno y otro equipo, Helenio Herrera y Nereo Rocco, elevaron a nivel de dogma aglomerar a sus dirigidos en las inmediaciones de la portería propia como mejor método para guarecerla.[1] En la ciudad de la moda y el diseño, Herrera y Rocco pusieron de moda ese diseño táctico, bautizado por el periodista Gianni Brera como catenaccio (palabra que significa cerrojo en italiano), cuya idea subyacente, de acuerdo con el sociólogo mexicano José Woldenberg, es “una verdad del tamaño de una basílica”: “Si no te meten gol no puedes perder”.[2]
Rácano en espectacularidad pero eficaz en resultados, el catenaccio pronto extendió su popularidad por toda Italia. Muchos imitaron, aunque no con la misma fortuna que los dos gigantes milaneses, esas defensas impenetrables, como las que en su tiempo acaudillaron Giacinto Facchetti para el cuadro nerazurri o Cesare Maldini (padre de Paolo) vestido con la maglia rossonera, en las que se veía a sus integrantes más dispuestos a armar un muro colgándose todos del travesaño antes que ponerse a hacer suertes con el balón.
Sin embargo, tal como termina por ocurrirle a toda táctica ya muy vista, el paso del tiempo volvió predecible al catenaccio. El Milán de Sacchi de los 80 tardíos y de los 90 tempranos como también el Inter de Mourinho en el nuevo siglo, fueron concebidos a contracorriente de sus postulados.[3] Pero que ya casi no se le vea dibujado en la pizarra de los entrenadores contemporáneos no ha sido obstáculo para que los prestigios del catenaccio a la milanesa sean ahora invocados y utilizados como anzuelo de marketing, con resultados condenables, por fraudulentos, en algo auténticamente delicado que rebasa, por mucho, al futbol, como es la salud pública.
Esta semana que transcurre se cumplieron 3 años de que el Milán se convirtió en propiedad de los capitalistas chinos que se lo compraron a Silvio Berlusconi el 14 de abril de 2017 por 740 millones de euros. Y precisamente esta misma semana otro empresario, también chino, fue descubierto intentando hacer un jugoso e inconfesable negocio —que se puede calificar sin exageración como potencialmente homicida por creación de un riesgo— usando la buena fama defensiva del Milán (y también del Inter, club que al año siguiente de la venta del Milán corrió la misma suerte al convertirse en propiedad de un empresario también chino, que puso a su hijo de 26 años a presidirlo) con el aparente pero dolosamente falso propósito de cerrarle el paso a una amenaza de verdad, la que atemoriza a toda la humanidad: el coronavirus.
Según lo publicado por el portal francés de noticias futboleras So Foot con base en información del diario deportivo italiano La Gazzetta dello Sport, el martes 15 de abril de 2020 un cuerpo especial del ejército de Italia, denominado Guardia di Finanza, decomisó 130 000 cubrebocas que llevan impresos los escudos del Milán y del Inter. Su incautación no obedeció a sospechas de piratería, es decir, al uso sin autorización de marcas registradas de ambos clubes, sino que el secuestro de esos bienes respondió a una causa verdaderamente grave: que además de llevar grabadas las insignias barradas con las clásicas strisce aurinegras y rojinegras, tienen estampado, de manera apócrifa, para hacer caer en engaño, otro logotipo más, el que de verdad importa en el contexto de la pandemia: el sello “CE”, que significa “Conformidad Europea” y con el cual se da a conocer a los consumidores que los productos que lo llevan cumplen con la normatividad sanitaria de la Unión de países de ese continente.[4]
De no haberse impedido su circulación, los cubrebocas con las heráldicas de los dos protagonistas del derbi della Madonnina habrían generado entre los aficionados que los adquirieran la falsa sensación de salir a la calle protegidos por un catenaccio buconasal infranqueable, cuando en realidad esos falsos catenaccios los habrían puesto a merced del COVID19.
A pesar de que, como dice Woldenberg, “la primera y más importante misión del catenaccio es mantener el cero”,[5] triste y lamentablemente el catenaccio sanitario en Italia se implementó de manera tardía, por lo cual el cruento partido contra la enfermedad en ese país se va perdiendo por goliza: 24 648 muertos hasta el 21 de abril. Y entonces uno se pregunta cuánto habrá influido en la pérdida de esas vidas el “otro virus”, a cuya propagación contribuyen sujetos como el fabricante de esos trozos de tela que quiso hacerlos pasar por cubrebocas. Un virus también mundial, pero que no es nuevo, y ante el que parece no haber catenaccio que nos proteja: el virus de la codicia inescrupulosa que saca ventaja en medio de la zozobra, el virus del lucro tramposo que no se detiene ante la angustia de millones ni con la latencia de la muerte.
[1] Los ‘padres’ conceptuales del catenaccio no son ni Rocco ni Herrera. Ambos supieron perfeccionarlo, pero no es de su invención. De acuerdo con el historiador inglés del futbol italiano John Foot, autor del libro Calcio: A History of Italian Football, citado por Michael Herron, la idea fue del entrenador austriaco Karl Rappan, quien le dio su primer nombre, verrou (“cerradura” en francés), y lo puso en práctica, primero, en el club suizo Servette, para después darlo a conocer a todo el orbe cuando dirigió a la selección helvética que venció y eliminó a la de Alemania en el Mundial de Francia 1938. Tampoco fueron Rocco ni Herrera quienes lo introdujeron en Italia: fue Giuseppe “Gipo” Viani cuando dirigía al Salernitana, un equipo de la Serie B que Viani ascendió al circuito estelar. Para patentar su personal modalización del verrou de Rappan, Viani denominó vianema a ese dispositivo por el que uno de los defensores era relevado de realizar marcaje personal a algún jugador adversario a fin de dejarlo libre (de ahí su nombre de curso común en la terminología futbolera: líbero) para desplazarse al encuentro del balón cuando sus compañeros se vieran superados. La cosecha de títulos gracias al empleo del catenaccio no tuvo que esperar a la época de Herrera y Rocco: desde la década previa, la de los 50, Alfredo Foni lo utilizó para llevar al Inter a ganar el scudetti de la temporada 1952-1953. Véanse Enric González, “‘Teoría del error ajeno’”, El País, 26 de noviembre de 2006; Michael Herron, Holding the Line. 25 great defenders and how they changed football, Leicestershire, Matador, 2018, p. 21; y Storie di Calcio, “Alfredo Foni: Scudetto e schiaffi a base di Catenaccio”.
[2] José Woldenberg, “Catenaccio”, El Universal, 13 de noviembre de 2018.
[3] Irati Prat del Pozo, El Milán de Berlusconi 1986-2017: Radiografía de un proyecto que cambió el fútbol (pról. Gaby Ruiz), Sevilla, Samarcanda, 2018.
[4] So Foot, “En Italie, un traffic illégal de masques à l’effigie des clubs de Serie A”, 15 de abril de 2020.
[5] Woldenberg, “Catenaccio”, op. cit.
Foto: EssentiallySports