Por: Farid Barquet Climent.
Uno de los motivos, mas no razones, que se han aducido para intentar justificar la desaparición del ascenso y del descenso entre las divisiones primera y segunda del futbol mexicano, es la inestabilidad financiera y la consecuente debilidad institucional de la mayoría de los clubes del circuito inferior. Que varias de esas entidades han sido mal administradas o que aún con buenas administraciones los problemas estructurales que enfrentan han hecho peligrar constantemente su viabilidad es una realidad, pero ese diagnóstico es utilizado falazmente por quienes apoyan la medida de desaparecer el ascenso para de él desprender que los que hasta el tercer mes del presente año se batieron en la categoría subalterna no merecen poder ganarse un lugar en la palestra estelar.
Lejos de fortalecer esas franquicias, la desaparición del ascenso les dará el tiro de gracia. La imposibilidad de subir agravará sus maltrechas finanzas y convierte a su debilidad presente en el augurio de su muerte inminente. El peor error, si se quiere evitar ese desenlace, será apelar a la solución de siempre: buscar nuevos mecenas salvadores que le inyecten dinero a los clubes. Porque como cualquier empresario, los que eventualmente decidan aportar capital esperarán obtener beneficios. Y ahora que las aspiraciones de todos esos equipos quedarán topadas a solo campeonar sin escalar peldaños, tales beneficios nunca llegarán. Entonces resulta conveniente, si no es que necesario, explorar una opción distinta, que no exija una rentabilidad a corto plazo. Y sí existe. Es un camino que en México está prácticamente intransitado: que los clubes que hoy están en la cuerda floja adquieran la forma legal de asociaciones civiles y abandonen su condición actual de sociedades anónimas. Dicho en otras palabras: que esos clubes sean, ahora sí, auténticos clubes, conformados por socios con voz y voto provenientes de su afición, en vez de empresas con un único dueño que decide unilateralmente todo en cada institución, incluida su desaparición, como acaban de hacerlo varios propietarios de equipos del Ascenso Mx, que a cambio de un subsidio que les haga salir de sus deudas prefirieron verlos morir.
No se trata de una fórmula novedosa. Todo lo contrario. Bajo esa estructura operan el Real Madrid, el FC Barcelona y el Atlético de Bilbao, los únicos tres clubes que tienen esa naturaleza jurídica en España y los únicos tres financieramente sanos del futbol ibérico. El futbol argentino es otro importante botón de muestra: sus clubes más que centenarios, incluidos los más ganadores, como Boca Juniors y River Plate, y también los que más jugadores producen y exportan, como Newell’s Old Boys o Argentinos Juniors, deben su conservación a la figura de la asociación civil, que les ha permitido salir avante en momentos de crisis.
En México no está vedado en modo alguno que un club de futbol se constituya en asociación civil. En Primera División hay uno: el Club Universidad Nacional A. C. Y si no tenemos más clubes que sean sociedades civiles es porque el futbol en México ha sido históricamente un nicho comercial reservado a los grandes capitales, en el que participan las televisoras, las cerveceras, las cementeras. Es la hora de cambiar esa historia.
No estoy planteando que a los actuales dueños se les expropien sus equipos y que se socialice la propiedad de éstos. Lo que sostengo es que los clubes del Ascenso que hoy tienen un destino incierto pueden intentar esa alternativa de probada eficiencia, durante más de un siglo, en países también hispanoparlantes, con los que tenemos afinidades culturales, que al igual que nosotros tienen millones de aficionados al futbol (con poblaciones muy inferiores a la de México) y que están atravesados también, en mayor o menor grado, por la desigualdad social.
Propongo darle oportunidad al asociacionismo en un medio en el que ha predominado una visión empresarial que en realidad no es exitosa: ningún club mexicano se sostendría si no fuera por los grandes corporativos que los respaldan con su capital proveniente de los ramos industriales y de negocios que realmente les reportan ganancias. Apostar por un modelo diferente en modo alguno es una utopía: ahí están las experiencias plausibles de otras latitudes. Además, en una sociedad tan partida como la mexicana, organizaciones en las que realmente participen e incidan los aficionados pueden erigirse —tal como lo afirma Julio Frydenberg, un estudioso de su génesis y evolución— en “instituciones de ayuda mutua”,[1] que favorezcan la construcción de ámbitos colaborativos en tanto sedes de cooperación comunitaria, que ofrezcan bajo el pretexto aglutinante de la competencia deportiva “un horizonte valorativo integrador”.[2]
La pandemia de coronavirus ha sacado a relucir la acción solidaria de los clubes que son asociaciones: algunos ofrecieron los estadios de su propiedad para el acopio y distribución de instrumental hospitalario, como ha sido el caso del Real Madrid.[3] El argentino Club Atlético Lanús acondicionó como hospitales de campaña los 2 microestadios de su sede social mediante el despliegue de 200 camas.[4] Otro más modesto, el también argentino Defensores de Belgrano, que compite en la segunda división, realizó colectas para la adquisición de mamelucos sanitarios para uso de quienes exponen su salud cuidando la de los demás.[5]
Los clubes como asociaciones civiles, que no persiguen en principio la búsqueda del lucro sino el sostenimiento y conservación de referencias simbólicas cohesionadoras de sus seguidores, favorecen la regeneración del tejido social. Porque a diferencia de los clubes como los conocemos, no son solamente máquinas productoras de un espectáculo de masas, sino agentes de sociabilidad. Sus socios no tienen que ser necesariamente grandes capitalistas que compran y venden acciones en la bolsa de valores: cualquier persona, en función de su capacidad de compra, puede adquirir partes sociales. Asalariados, profesionistas y medianos comerciantes son en su mayoría nominal los socios de los clubes-asociaciones de Europa y Sudamérica.
Se trata de instituciones de puertas abiertas que funcionan, además, como incubadoras de democracia. Incluso, tal como lo destacan los sociólogos Rodrigo Daskal y Verónica Moreira, al interior de ellas se han ejercido la deliberación y el derecho a votar aún en tiempos no democráticos, como ocurrió durante los años de la más reciente dictadura argentina.[6] Son entidades con un peso y una acción social de que carecen los clubes mexicanos y por eso generan identificaciones más profundas que la sola simpatía deportiva. Bajo esa modalidad societaria sus socios pueden vivir algo que millones de personas en México reclaman: “la sensación de formar parte de algo”,[7] la experiencia de pertenecer llevada más allá de pagar un boleto para entrar a un estadio, comprar una camiseta o sentarse frente a un televisor.
[1] Julio Frydenberg, Historia social del fútbol: del amateurismo a la profesionalización, Buenos Aires, Siglo XXI Editores Argentina, 2013, p 28.
[2] Ibidem, p 79.
[3] El País, “El Real Madrid convierte el Bernabéu en un almacén de productos sanitarios”, 26 de marzo de 2020.
[4] Clublanus.com, “#LanúsVSCovid19: hospitales de emergencia en la sede”, 6 de abril de 2020.
[5] TyC Sports, “Defensores de Belgrano y un gran gesto solidario”, 9 de abril de 2020.
[6] Rodrigo Daskal y Verónica Moreira, Clubes argentinos. Debates sobre un modelo (pról. Ezequiel Fernández Moores), unsam, Buenos Aires, 2017, pp. 15 y 37.
[7] Frydenberg, Historia social del fútbol, op. cit., p 62.