Por: Farid Barquet Climent.
1986 fue el sexto de los 8 años que duró la guerra Irán-Irak, en la que murieron más de 200 000 personas en cada uno de los dos países. Entre tanta desolación, el futbol apareció como una flor, literalmente, en medio del desierto: ese año la selección iraquí tuvo su única participación mundialista hasta ahora.
Compuesto por jóvenes de la misma generación que el medio millón de combatientes que Saddam Hussein envió al frente recién el año anterior, el representativo de Irak cumplió en el mundial mexicano una actuación que se puede calificar como decorosa en función tanto de su nulo historial futbolístico fuera del continente asiático como del terrible momento que atravesaba esa nación. Si bien perdió sus tres encuentros, lo hizo por la mínima diferencia y sólo en un cotejo recibió más de un gol.
Mientras la política interna de Estados Unidos se sacudía por el descubrimiento de que el presidente Ronald Reagan financiaba la contrainsurgencia en Nicaragua con fondos provenientes de la venta de armas a Irán para su uso contra la población iraquí, los futbolistas mesopotámicos hacían su debut mundialista contra el combinado de Paraguay en el estadio de la capital mexiquense, que para el certamen fue rebautizado como Toluca’86. El solitario gol de Julio César Romero “Romerito” inclinó la balanza a favor de los guaranís. Por igual marcador, el equipo proveniente de las riveras del Tigris y del Éufrates cayó en su tercer partido ante la selección anfitriona, que en ese mundial tuvo la mejor participación de su historia en Mundiales. Si bien el marcador pudo haber sido más abultado —en el primer tiempo un zapatazo de Luis Flores se estrelló en el travesaño y otro remate suyo, una cuasi media tijera, fue finalmente atajado por el portero Insayaf Abdulfattah— fue el tanto anotado por Fernando Quirarte al minuto 54 el que le dio el triunfo a México.
Entre su partido de estreno y el de su despedida, Irak jugó otro, en Toluca, en el que consiguió anotar su único gol en Copas del Mundo. Su autor fue un joven bagdadí, de entonces 22 años, Ahmed Radhi, quien logró batir al arquero que, de haber existido en aquella edición mundialista el premio Guante de Oro, habría sido su seguro ganador: el belga Jean-Marie Pfaff.
A punto de cumplirse una hora de partido, cuando ya pesaba sobre su equipo una desventaja de dos goles, Radhi fue visto sin marca por su compañero Hashim Natik, quien le filtró el balón hacia la entrada del área. Antes de que llegara al cruce el central Francois Van der Elst, el camiseta ‘8’ iraquí cruzó un derechazo inatajable para el rubio arquero.
Es el gol más recordado de los 62 que Radhi marcó —su mejor “cliente” fue el Líbano: le hizo 5— en los 121 partidos en que defendió la camiseta de su país, tradicionalmente verde, pero que a sabiendas de que ese color es el mismo de la indumentaria del seleccionado de la nación sede de aquella justa, quizá para no incomodar al dueño de la casa fue sustituida de cara a sus compromisos en tierras mexicanas por vestimenta celeste ante México y Bélgica, y amarilla ante Paraguay.
Cuando vino al Mundial Radhi era jugador del club Al-Rashid, fundado tres años antes por Unay Hussein, el sicótico y brutal hijo primogénito de Saddam, designado por su padre como ministro de deportes y presidente del Comité Olímpico iraquí, muerto en 2003 en un ataque durante la más reciente invasión estadounidense, de quien se afirma que mandaba torturar e incluso llegó a matar a los futbolistas si perdían sus partidos, según investigaciones de Simon Freeman publicadas en su libro Baghdad FC: Una historia oculta de deporte y tiranía. Además del Al-Rashid, que desapareció tras el derrocamiento de Hussein, Radhi jugó para otro club de su país, Al-Zawraa, que aún compite en la liga profesional, y militó también en un equipo qatarí: Al-Wakrah.
Radhi participó con su selección en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. Su destacada actuación le valió ser condecorado como Futbolista Asiático del Año. Es el único iraquí que ha ganado esa distinción. La Federación de Futbol de Asia lo catalogó en el noveno lugar de la lista de los mejores futbolistas del siglo XX nacidos en ese continente.
El iraquí Khalid Kaki escribió el poema Fue y regresó:
Fue al huerto
y regresó con una flor…
A las tiendas
y regresó con pan
y una lata de sardinas…
A la guerra
y regresó con una espesa barba
y cartas de los muertos
Radhi no fue a la guerra Irán-Irak ni a la primera guerra del Golfo Pérsico, la de George Bush padre, ni tampoco a la segunda, la de Bush hijo. Pero Radhi sí fue a un Mundial. Y regresó con un gol.
A donde también fue, pero de donde ya no regresó, es de la enfermedad que asola a la humanidad en estos días. En la cama de un hospital de Bagdad, Ahmed Radhi murió hoy 21 de junio de 2020.
Aunque en prosa, es una auténtica poesía al destacado futbolista
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