Atlante: La distancia no es el olvido

Por: Farid Barquet Climent.

Mañana domingo el Atlante pondrá punto final a una estancia de 13 años lejos de su casa, la Ciudad de México, al recibir en la capital del país a los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara dentro del torneo Guard1anes 2020.

El mote “Equipo del pueblo” que acompaña al Atlante no es un eslogan que se le haya ocurrido a un publicista. Lo fraguó la tradición y lo acuñó el periodismo. Es mucho más que una frase: es la expresión sintética del arraigo de los Potros de Hierro entre los sectores populares.

En los años 30 y 40 del siglo XX, los clubes Asturias y España, tal como lo evidenciaban sus denominaciones, estaban vinculados a la colonia española radicada en la capital; el Necaxa cosechaba seguidores en el gremio electricista y el América gozaba de simpatías en estratos socioeconómicos privilegiados, aunque después su afición se expandió hasta atravesar todos los estamentos una vez que lo adquirió el consorcio televisivo dominante. Pero el que animaba los fines de semana de obreros y pequeños comerciantes era el Atlante, que a pesar de tortuosas mudanzas a otros lares siempre ha conservado un enclave de identidad territorial: la capital de México. Si un equipo chilango existe, ese es el de los Potros de Hierro.

En 1916, dos hermanos que inmigraron a la capital provenientes del Estado de Querétaro, Trinidad y Refugio “Vaquero” Martínez, fundaron un equipo al que primero llamaron Sinaloa, como la calle de la colonia Condesa sobre la que se ubicaba la cancha llanera en la que jugaron sus primeros partidos, cercana al rancho La Nopalera, en los límites con el pueblo de Tacubaya. Después lo denominaron Lusitania y luego U-53 (supuestamente en honor a un submarino que se usó en la Primera Guerra Mundial), hasta que finalmente se decantaron, en 1920, por el nombre definitivo, Atlante, cuya primera década quedó marcada por el primer ídolo futbolístico atlantista, el interior izquierdo Juan “Trompo” Carreño, anotador en la Olimpiada de Amsterdam 1928 del primer gol mexicano en juegos olímpicos, y autor también, en Uruguay 30, del primer tanto nacional en Mundiales.

El estreno del Atlante en la Liga Mayor, la de la entonces Federación Central, equivalente a la hoy Federación Mexicana de Futbol, tuvo lugar hasta 1927. Algunos historiadores sostienen que el populoso equipo tuvo que someterse a partidos de prueba antes de ser aceptado, aunque otros estiman que esa versión es un mito. Lo cierto es que un año antes de su ingreso al circuito estelar el Atlante se midió ante los principales equipos del momento gracias a que en los tres años previos se enseñoreó como campeón de la Liga Spalding, fundada en 1918 por el sueco Pablo Alexanderson para que en ella compitieran equipos de barrios populares que no podían pagar la cuota exigida para el ingreso a la Liga de la Federación. Además, el año anterior el Atlante había representado a México en los primeros Juegos Deportivos Centroamericanos. Hayan sido o no a modo de exámenes de admisión, venció al Toluca 7-3 y luego al entonces campeón América, al que superó 2-1 el 15 de agosto de 1926. Aprobado con creces, el conjunto que ese año empezó a vestir de azulgrana debutó en la división máxima el 9 de octubre de 1927 en un encuentro contra el Necaxa, que terminó empatado a 2 goles y que marcó el inicio de un clásico de época. Porque su primer título de campeón lo consiguieron los Potros de Hierro en 1932, bajo la dirección del español Miguel Tovar Mariscal, precisamente tras derrotar en una serie de 4 partidos al Necaxa, que el año siguiente se cobraría revancha adjudicándose el cetro. La alineación del primer Atlante campeón la conformaron Luis Garfias, Alberto “El Serio” Islas, Agustín “El Compadre” Pérez (que además fungía como tesorero del equipo), Rafael “La Pipisca” Durán, los hermanos Felipe “Diente” y Manuel “Chaquetas” Rosas, Fernando “Patadura” Rojas, los hermanos Gabriel “La Nacha” y Felipe “La Marrana” Olivares, Dionisio “Nicho” Mejía y Juan “Trompo” Carreño.

La primera Copa del Mundo de la historia, Uruguay 30, la ganó la selección anfitriona. El club del que provenían 4 de sus integrantes, el Bella Vista de Montevideo, enfrentó al Atlante el 8 de marzo de 1931 luciendo en su alineación a rutilantes estrellas,  como José Nasazzi, “El Mariscal”, el futbolista que creó la figura del capitán de equipo y que en esa condición lideró a sus compañeros del representativo nacional uruguayo hasta conseguir en 1924 y 1928 dos medallas de oro olímpicas más el título mundial en 1930, en cuyo honor fue bautizado con su nombre el estadio del Bella Vista y que alternó aquella tarde ante la oncena azulgrana con otros también campeones mundiales, como Miguel Ángel Melogno y Pablo Dorado, que contra los potros mexicanos jugaron reforzados por otros dos integrantes de la selección celeste, Héctor “Manco” Castro y “La Maravilla Negra” José Leandro Andrade, quienes jugaban para el club Nacional de la capital charrúa. El Bella Vista, con todo y sus flamantes primeros ganadores de la Copa Jules Rimet, mordió el polvo en la Ciudad de México: el Atlante fue el vencedor por marcador 3-2.

La maltrecha economía atlantista obligó a recurrir, a mediados de los 30, a la protección del jefe de la policía de la Ciudad de México: el entonces todavía Coronel José Manuel Núñez, bajo cuya gestión, en los albores de los 40, los Potros ficharon a un ariete español, Martín Vantolrá, ex integrante del Real Club Deportivo Español de Barcelona y del Fútbol Club Barcelona y además secretario general del sindicato de futbolistas catalanes, quien tras la guerra civil española, gracias a la política de asilo del presidente Lázaro Cárdenas del Río, se exilió en México, a donde vino a jugar una gira con los azulgranas mediterráneos, pero de donde ya nunca se fue, pues se quedó para siempre entre nosotros, primero militando una sola temporada en el club España e inmediatamente después, durante toda una década, hasta su retiro en 1950, portando la camiseta azulgrana del Atlante, cuya oncena contó con la contribución decisiva de Vantolrá para la conquista de un título enseguida de su incorporación: el de campeón de Liga 1940-1941, junto a Raúl “Pipiolo” Estrada, Benjamín Alonso, Carlos Laviada, Antonio “Peluche” Ramos, Alberto “Caballo” Mendoza, Alfredo Hidalgo, Leonardo “Chanclas” Zamudio, José “Margarita” Gutiérrez, Ignacio “Calavera” Ávila y el costarricense Antonio Hütt, dirigidos por Luis Grocz.

El 8 de febrero de 1942 los atlantistas lograron otra hazaña internacional. Los clubes azulgranas de México y de Argentina, los entonces subcampeones de sus respectivas Ligas, el Atlante y el Club Atlético San Lorenzo de Almagro, se enfrentaron en el único partido que el equipo del barrio bonaerense de Boedo perdió durante su gira de 10 partidos por tierras mexicanas, en la que superó 1-2 al Necaxa, a la selección de Jalisco dos veces —la primera 0-1 gracias a un gol de Isidro Lángara, que después sería ídolo en México jugando para el Real Club España, y la segunda por goliza 1-9— y le propinó una tremenda goleada a un combinado de Irapuato 0-12 en la ciudad fresera. En la cancha del desaparecido Parque Asturias de la Ciudad de México —convertido desde los años 60 en tienda de autoservicio— los Potros se impusieron por marcador 5-3 a aquella oncena en la que destacaba el ítalo-argentino Mateo Nicolau —que se quedaría en México, primero con el América y después durante tres temporadas en el Atlante, antes de emigrar al FC Barcelona y luego volver para poner fin a su carrera con el Zacatepec— junto a otras figuras, como Salvador Grecco y Rinaldo Fioramonte Martino, conjunto que por su juego arrollador motivó que desde entonces al club se le apode “El Ciclón”, buena fama que fue llevada a Europa a finales de 1946 y principios de 1947 para enfrentar una exitosa serie de 10 partidos en España y Portugal, en la que salieron triunfantes en la mitad al ganarle 2 veces a la selección española merced a 13 goles que le anotaron entre los 2encuentros, goleando al representativo portugués 4-10, imponiéndose 1-4 al Atlético Aviación —hoy Atlético de Madrid— y venciendo por marcador 9-4 al Porto.

El torneo 1945-46 marcaría un hito: la delantera atlantista conformada por Vantolrá, Nicolau, el ídolo nacional Horacio Casarín, el también mexicano Ángel “Angelillo” Segura y el costarricense Rafael “Tico” Meza, anotó 105 de los 121 goles marcados por todo el equipo en los 30 partidos de la temporada, promediando 4 dianas por encuentro. El año siguiente esa ofensiva fue la clave en la consecución del primer trofeo de campeón de Liga en la era profesional que el Atlante tiene en su haber.

Treinta años después, lejos de la tutela del ya para entonces General Núñez, —que habría de fallecer el año siguiente—, mientras su propietario era el empresario editorial Fernando “Fernandón” González —al que se le atribuye la idea de sustituir por Juanito 70 a Pico, la mascota diseñada originalmente para el Mundial de 1970 por el estadounidense Lance Wyman, autor de la identidad gráfica de los Juegos Olímpicos México 68 y del Metro de la Ciudad de México—, el Atlante descendió el 29 de julio de 1976. Regresó a la más alta competencia un año después, dirigido por José “Che” Gómez, invicto durante su breve estancia en la Segunda, y en el otoño de 1978 cambió de manos. La historia del traspaso le fue contada a quien esto escribe por su principal protagonista: Arsenio Farell Cubillas, director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de 1976 a 1982. Afuera del salón de clases en el que impartía cátedra de Teoría General del Proceso a futuros abogados —entre ellos yo— a principios de los años 2000, Farell recordaba que el presidente de la república en la segunda mitad de los 70, José López Portillo, estaba molesto por los adeudos de cuotas a la seguridad social acumulados por un sinfín de patrones, por lo que ordenó a Farell que abriera créditos fiscales, o sea, expedientes de deuda, a morosos ricos y famosos para que la cobranza de sus débitos hiciera escarmentar en cabeza ajena al resto del empresariado nacional. En consecuencia, Farell instruyó que le reportaran una lista de patrones incumplidos. En la relación aparecía un nombre que de inmediato llamó la atención del funcionario: “Fernandón” González. Requerido en las oficinas de Paseo de la Reforma 476, el dueño de Litográfica Juventud reconoció ante Farell: “debo no niego, pago no tengo”. “¿No tiene? ¿Acaso no es usted dueño del Atlante?” —replicó Farell.

Fue así como, a modo de dación en pago, el 10 de octubre de 1978 el Atlante pasó a formar parte del patrimonio de la mayor institución nacional de seguridad social. En los años siguientes el Atlante-IMSS incorporaría a su nómina a una pléyade de estrellas extranjeras: al máximo goleador histórico del futbol mexicano, el brasileño Evanivaldo Castro “Cabinho”, que venía de salir campeón romperredes con los Pumas de la unam los últimos 4 torneos y que como azulgrana mantendría ese cetro 3 años más; al argentino Rubén “Ratón” Ayala, mundialista en 1974, referente del Atlético de Madrid campeón intercontinental en 1974; al polaco Grzegorz Lato, Bota de Oro mundial en Alemania 74; y al argentino Ricardo Antonio Lavolpe, campeón mundial en 1978 como tercer guardameta de la selección argentina, retirado en México en otro equipo del IMSS, el Oaxtepec, e importado por el Atlante en 1979 directamente desde otro viejo proveedor azulgrana, el Club Atlético San Lorenzo de Almagro, del que es el socio número 88235N-0 Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.

En cuanto Farell dejó el IMSS para ocupar el cargo de secretario del Trabajo y Previsión Social, el Atlante pasó a otra entidad gubernamental, el Departamento del Distrito Federal, hoy Gobierno de la Ciudad de México, lo que marcó su mudanza al estadio de la Ciudad de los Deportes, que de inmediato fue bautizado como Azulgrana. Sobre la grama del recinto de Indiana 255 una generación de jóvenes mexicanos escribiría algunas de las páginas más gloriosas en la historia atlantista. Fueron tiempos en que la propiedad del club volvió a ser detentada por particulares, adquirido primero por el vendedor de automóviles Juan Mata, después por el fabricante de artículos deportivos José Antonio García y más tarde por el empresario televisivo Alejandro Burillo Azcárraga. Nombres como Félix Fernández, Guillermo Cantú, César “Chispa” Suárez, Luis Miguel Salvador, Mario García, José Guadalupe “Profe” Cruz, Roberto “Demonio” Andrade, Tomás Cruz, Raúl “Potro” Gutiérrez, evocan ese Atlante campeón 1992-1993, mayoritariamente hecho en casa, cuya alienación recita de memoria la grey atlantista, que después se encariñaría también con los planteles que acaudillaron los sudamericanos Sebastián “Chamagol” González y Luis Gabriel Rey, y más tarde, también con el que conquistaría un nuevo título en 2007, el que integraban, entre otros, Federico Vilar, Javier Muñoz Mustafá, David Toledo, José Joel “Chícharo” González, Christian “Hobbit” Bermúdez, Giancarlo Maldonado y Gabriel Pereira, el habilidoso mediocampista que para celebrar sus goles se ponía la máscara del “Místico”, el acrobático luchador del pancracio capitalino.

En 2020 el grupo empresarial encabezado por Emilio y Felipe Escalante ha hecho posible el regreso del Atlante a la Ciudad de México. Con todo acierto la presidencia deportiva del club ha sido confiada a un exfutbolista oriundo de la ciudad, Jorge Santillana, destacado delantero surgido en los años 90 del trabajo con jóvenes que ha caracterizado a los Pumas de la UNAM; mientras que como Director Técnico del plantel ha sido designado un integrante del Atlante histórico de mitad de los 90, Mario García, que en años recientes ha dirigido equipos de la División hoy de Expansión y que fungió como auxiliar técnico de Diego Armando Maradona a su paso por el futbol de nuestro país.

“Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón”, reza el bolero de Roberto Cantoral y de esa misma convicción es la fiel afición atlantista, la que a pesar de la distancia nunca arrojó a sus Potros a las fauces del olvido.

Foto: Atlante FC

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