Al Doctor Sergio Olvera Cruz
Por: Farid Barquet Climent.
Séptimo piso del Hospital Nacional de Cardiología, al sur de la Ciudad de México. Son más o menos las 10:00 horas de la mañana del miércoles 25 de noviembre de 2020. Estoy en la sala de espera, haciendo lo que se tiene que hacer en una sala de espera: esperar. En mi caso, esperar información. Información sobre el estado que guarda un corazón.
Mientras miro a través de los enormes ventanales la espectacular vista dominada por el majestuoso estadio Azteca, de repente me llega una información que nada tiene que ver con la que estaba esperando. Es una información que me llega de afuera del hospital, no de adentro. Es mi argentino favorito quien me informa vía WhatsApp: “Acabo de enterarme que murió Maradona”. La noticia de la muerte de Maradona, el superhéroe que se salió de los cómics (como dice otro buen amigo argentino), me sorprende así, mirando al Azteca.
Maradona, que desde el Azteca me hizo querer al futbol con el corazón, se muere porque se le para el corazón en el mismo momento en el que el ser humano que me acercó al futbol con todo su corazón, mi superhéroe en casa, el que supo que el futbol puede ser una forma de decirnos que nos queremos sin decírnoslo, el que a mis seis años me llevó por primera vez al Azteca a conocerlo por fuera pocas horas después de que terminó la inauguración de aquel Mundial en el que Maradona habría de consagrarse, avanza exitosamente en salir avante de un problema en su corazón.
Aquella mañana el superhéroe de las canchas ya no pudo gambetear a la muerte, como cantaba Bersuit, mientras que el superhéroe de casa tiene todavía muchos partidos por jugar.
Cosas del corazón. Mientras tanto el mío, atravesado por la tirante simultaneidad de esas dos informaciones, en aquel instante sólo atinó a ordenarle a mis ojos que dejaran brotar unas lágrimas… mirando al Azteca.
Foto tomada por el autor con su celular, mirando al Azteca.