Ciao, Gianni

Por: Farid Barquet Climent.

Conjeturo que fue el desencanto, la frustración, lo que cambió para siempre la vida de Gianni Minà. En 1974, a sus 36 años, llevaba quince trabajando como periodista deportivo sin que su carrera terminara de despegar.

Sus inicios habían sido prometedores. Con apenas un año en el oficio cubrió la Olimpiada de Roma 1960. Sin embargo, aquellos dulces primeros frutos de su labor reporteril —la narración de unos pies descalzos, los del etíope Abebe Bikila, llevándose el oro en la maratón, el relato de la consagración olímpica de Casius Clay antes de que su objeción de conciencia lo convirtiera en Mohamed Ali— que le auguraban en el corto plazo muchas primeras planas bajo su firma, no se tradujeron en ascensos laborales dentro de la celosa jerarquía que regía en la redacción de Tuttosport, el diario turinés para el que trabajaba, fundado en los albores de la posguerra mundial a escasos cuatro meses de que dos combatientes partisanos dieran muerte a Mussolini cerca de Dongo, en Como, la tarde del 28 de abril de 1945 .

A la frustración por su prolongado estancamiento profesional Gianni seguramente le sumó, en aquel 1974, el desencanto por la ruinosa campaña de la selección italiana de futbol en la Copa del Mundo de Alemania. Luego de renacer de sus cenizas tras la vergonzosa eliminación en Inglaterra 66 a manos de Corea del Norte, la Nazionale llegó segunda en México 70, mundial del que no salió campeona nada más porque en la final se le atravesó la orquesta sinfónica de Brasil dirigida por la batuta de Pelé. Aquel subcampeonato en México —conseguido tras eliminar en la semifinal a la Alemania de Beckenbauer y Müller en el llamado Partido del Siglo— generó muy altas expectativas para la justa de cuatro años después, máxime que la base del equipo se mantenía —Facchetti, Burgnich, Mazzola, Rivera, Boninsegna y Riva repetían en la convocatoria— y al mando continuaba el entrenador Ferruccio Valcareggi.

Pero vaticinios tan optimistas acabarían por ser no más que el preludio de una nueva decepción. Un colega de Minà, el escritor y periodista Giovanni Arpino, relata aquella hecatombe en su libro Azzurro tenebra, en el que narra cómo a su concentración en Stuttgart la squadra azzurra arribó con la despensa bien surtida: no faltó la correcta dotación de ruedas de queso, aceite de oliva extra virgen, aguas minerales y vinos de crianza, además de jamones, macarrones y espaguetis. Pero lo que tampoco faltó fue la división interna. Nada más hospedarse en las cercanías del palacio barroco de Ludwisburg brotaron las diferencias entre el cabeza de delegación, que venía de ser presidente del AC Milán, que después del mundial presidió la federación italiana de futbol y que más adelante fue alcalde de Roma postulado por el partido socialista, Franco Carraro, y el director general de selecciones nacionales, Italo Allodi, el visionario que, a finales de la década de los 70, tendría la brillante idea de crear en el centro de entrenamiento de Coverciano —complejo en el que se alojan con todas las comodidades los representativos nacionales de todas las ramas y categorías desde 1950— una escuela de estudios superiores para formar entrenadores y cuadros directivos.

Italo Allodi

Los desencuentros entre los capos trasminaron a la tropa: en su primer partido, en el que enfrentó a la selección representante de la débil Concacaf, Italia fue puesta contra las cuerdas al inicio del segundo tiempo por un debutante en mundiales, Haití. Una escapada de Emmanuel Sanon —no confundirlo con su paisano homónimo, de profesión médico, detenido por la probable autoría intelectual del magnicidio del presidente haitiano Jovenel Moïse el 7 de julio de 2021—, que no pudo ser detenido por el defensor Luciano Spinosi por más que éste lo jaló de la camiseta, puso fin a mil 142 minutos consecutivos de imbatibilidad de la portería italiana —récord mundial que se mantuvo vigente por 47 años, hasta que entre cuatro guardametas, también italianos (Gianluigi Donnarumma, Salvatore Sirigo, Alessio Cragno y Alex Meret) lo rompieron en 2021 al sumar mil 169—, defendida por Dino Zoff, quien salió a achicarle el ángulo de disparo a “Manno” Sanon pero fue driblado por el veloz centravanti antillano.

Gol de Sanon a Zoff

Si bien aquella tarde en Múnich consiguió la remontada —festejada en México por el escritor y filósofo Alejandro Rossi de modo exultante, con arrodillamiento ante el televisor incluido, tal como lo testimonia Juan Villoro— gracias a los goles de Gianni Rivera, Romeo Benetti y Pietro Anastasi que conjuraron lo que pudo haber sido una reedición de la tragedia de Middlesbrough de ocho años atrás, Italia ya mostraba las costuras. Y en su siguiente partido, un empate contra Argentina, ni siquiera pudo anotar: el tanto de la igualada —luego de que un zurdazo del “Loco” René Houseman al minuto veinte le dio ventaja provisional a los sudamericanos—fue un autogol del “Mariscal” Roberto Perfumo, el capitán argentino que tan mal se la pasó en aquel certamen.

A Italia le bastaba un empate en su tercer compromiso para obtener la calificación a la siguiente ronda. Al rival que habría de enfrentar, Polonia, también le convenía ese resultado, pues le garantizaba el primer lugar del grupo 4. Entreviendo el mutuo beneficio, los polacos sondearon la posibilidad de arreglar con los italianos un armisticio: mientras degustaba una salchicha estilo Fráncfort acompañada de una cerveza con vista a las termas de Leuze, en la ribera del Neckar, el periodista Ezio De Cesari, enviado del Corriere dello Sport, fue abordado por un viejo conocido, Zbigniew Dutkowski, un colega proveniente de Varsovia, quien le susurró que al entrenador de los del Este, Kazimierz Gorski, no le desagradaría que su homólogo Valcareggi se abstuviera de alinear en el partido programado para el domingo 23 de junio a Pietro Anastasi y a Giorgio Chinaglia, el flamante capocannonieri de la Serie A, líder de una de las facciones que mal convivían al interior del vestidor del “Lazio de las pistolas”—equipo cuyos jugadores, ganadores ese año del primer scudetto en la historia del club más antiguo de Roma, solían acudir armados a sus entrenamientos, enemistados como estaban entre sí a pesar de su común filofascismo— que después jugara junto a Pelé en una ciudad tan italiana como Nueva York con la maglietta del Cosmos.

Chinaglia y Pelé, compañeros en el Cosmos de Nueva York.

De Cesari entendió inmediatamente lo que Dutkowski esperaba de él: que fungiera como recadero, que transmitiera la propuesta a la delegación italiana. Un compañero de De Cesari, también colaborador del Corriere dello Sport, Mario Pennacchia —que cinco años antes publicó un libro sobre la historia de la Società Sportiva Lazio y después sería biógrafo de Chinaglia—, consideró que la situación no se le podía ocultar a los directivos de su país y se comprometió a informar personalmente al presidente de la federación calcistica, Artemio Franchi.

Quizá porque los periodistas ya sabían que un amaño se estaba cocinando y en consecuencia estaban en condiciones de revelarlo, o quizá por una cuestión de principios, por la convicción de no prestarse a un acuerdo antideportivo, la selección italiana envió un mensaje que parecía —o intentó parecer— de claro rechazo al ofrecimiento: mandó a la cancha desde el inicio a Anastasi y a Chinaglia.

En las postrimerías del primer tiempo podía inferirse que Italia se había negado a convenir el resultado. Dos magníficos servicios enviados al área italiana por el camiseta ‘13’ Henryk Kasperczak fueron convertidos en goles por Andrzej Szarmach y Kazimierz Deyna a los minutos 39 y 45. Habrá quien interprete la sustitución de Chinaglia en el entretiempo como una bandera blanca agitada en señal de que Italia reconsideraba el pacto de no agresión e invitaba a retomarlo. Esa interpretación cobra fuerza a partir del testimonio de Wladyslaw Zmuda, defensa central de aquella selección polaca, contenido en su autobiografía A Ty będziesz piłkarzem (Y tú serás futbolista), publicada en 2021, en la que afirma haber visto durante el descanso del partido, dentro del túnel que conduce a los vestidores del Neckarstadion, al directivo italiano Allodi ofreciéndoles a los futbolistas polacos un maletín lleno de dólares a fin de que aceptaran que el encuentro terminara pareggio. Lo cierto es que el cambio de Chinaglia por Boninsegna o no tuvo la intención de comunicar la disposición italiana de dejar el marcador en tablas o si la tuvo no fue decodificado en esos términos en la banca de los bálticos. Porque Italia no estuvo cerca de dar alcance en el marcador sino a falta de cinco minutos para la finalización del partido, cuando descontó para la causa transalpina Fabio Capello, quien tuvo que empezar esa tarde una cuenta regresiva de veinte años para que su nombre por fin quedara asociado a triunfos futbolísticos internacionales, hasta que como director técnico del AC Milán ganó, el 18 de mayo de 1994 en Atenas, la hoy Champions League, tras vencer 4-0 al Dream Team: el FC Barcelona dirigido por Johan Cruyff.

Capello (der.) dialoga con el arquero Zoff. En segundo plano, Romeo Benetti.

Aquella eliminación del Mundial de Alemania, desconcertante por tempranera, seguramente decepcionó a Gianni Minà. Y peor aún, la fundada sospecha de probables tratos inconfesables en una Copa del Mundo seguramente lo asqueó. Quizá por eso decidió mirar hacia otros lares, desintoxicarse de futbol. Y parece no haber encontrado mejor manera de mandar al futbol de vacaciones que ocuparse de la política, de la cosa publica. Y no limitada a un radio circunscrito a la península itálica, sino a escala global.

Al glosar un ensayo de Albert O. Hirschman (“Interés privado y acción pública”), José Woldenberg escribió que el gran economista nacido en Alemania “encontraba que el desencanto, la frustración, eran resortes eficientes para que una persona se volcara de lo privado a lo público o a la inversa”. Tengo para mí que el desencanto, la frustración que el Mundial de Alemania le deparó a Gianni Minà, fueron los resortes para que se volcara a lo público en aquel año 1974. En la ecuación del ánimo de Gianni, desencanto y frustración conformaron “la variable ‘decepción’, capaz de explicar ‘el cambio de las preferencias’”, como dice Woldenberg. El viraje de Gianni no iba a implicar el abandono del periodismo. Su cambio sería de foco, no de perspectiva. Y no iba a emprenderlo con tibieza, no estaba en sus planes incursionar tímidamente en el abordaje de otros temas. Gianni iba a apostar a lo grande. Y por eso decidió entrevistar “no a cualquier hombre, a un desconocido, a un hombre ordinario” —como sí lo hizo su paisano Giovanni Papini en su célebre cuento El mendigo de almas— sino a un personaje al que miles de sus colegas de todo el mundo no habían podido llegar.

En 1974 la Revolución cubana todavía despertaba entusiasmos. Habían transcurrido tres lustros desde el triunfo de los barbudos de Sierra Maestra, por lo que ya había quedado atrás la que para Jorge Edwards —embajador del gobierno chileno de Salvador Allende en La Habana, encargado de reanudar la relación bilateral— fue la etapa “espontánea, romántica” que siguió al 1 de enero de 1959, y en cambio se empezaban a perder “la frescura y el arrebato de los primeros tiempos”, pero todavía faltaban otros tres lustros para que la isla entrara en el “periodo especial”, el que acabó de desnudar la extrema dependencia económica de la Unión Soviética, que en su caída arrojó a Cuba al hambre. Estamos en 1974. Faltaba década y media para que las cocineras cubanas se vieran orilladas a inventar la receta para preparar bistecs de cáscara de toronja. Estamos apenas en las cercanías de que se cumpla la primera mitad de los 70, en el auge de la Nueva Trova Cubana, al compás de cuyas canciones continuaban encandilados de progresismo en cabeza ajena muchos intelectuales europeos que todavía no tomaban el camión de regreso de sus “euforias juveniles”, como les llama Edwards. Fue entonces cuando Gianni dio un paso decisivo. “Me di cuenta de que tenía que empeñarme en algo más duro [que el deporte]. Y ahí empecé los reportajes políticos”, reconoció treinta años después. Y qué podía haber más duro que lo que se propuso Gianni en aquel 1974: entrevistar a Fidel Castro.

“No me hacía muchas ilusiones. Sabía que cada año había entre 2 mil y 3 mil solicitudes”, declaró Gianni muchos años después al semanario mexicano Proceso. Entre tantas que llegaban al Palacio de la Revolución, formular una más equivalía a lanzar una botella al mar, no porque careciera de destinatario, que lo tenía, y muy conocido, sino porque semejante intento arrastraba el pesado fardo de un éxito improbable.

Sin albergar mayores esperanzas de recibir una respuesta pronta y favorable, Gianni siguió con su vida de reportero de deportes, de la que jamás renegó, marca de agua que lo acompañó por siempre. Nunca dejó de insistir en que “el deporte es una gran palestra, es un sector que te enseña a hacer periodismo porque cada día te confrontas en la calle con la gente que te dice algo y que critica tus críticas. Te enseña a confrontarte”.

Gianni cubrió el Mundial de 1978, pero finalmente no lo hizo in situ a pesar de que así lo tenía programado. Todo porque antes del arranque del torneo dio una muestra de cómo en él ya se fundían la pasión deportiva y las preocupaciones políticas y morales. Durante la conferencia de prensa realizada en Buenos Aires para presentar el evento Gianni interpeló al conferenciante, el contraalmirante Carlos Alberto Lacoste, el pariente por afinidad del dictador Videla —su primo político— que fue comisionado por la dictadura para organizar el Mundial. Lacoste encabezaba la oficina cuya denominación, Ente Autárquico Mundial 78 (EAM 78), da la medida de que el régimen de terror que dominaba la Argentina no conocía los límites. Tan autárquico resultó el ente que cuando Gianni le preguntó a Lacoste: “Nos han informado que han ido desapareciendo personas desde hace un tiempo. ¿Es verdad?”, Lacoste respondió escueto: “está mal informado”, y acto seguido dio por terminada la conferencia. Pero lo que no terminó ahí, sino que inició precisamente ahí, fueron las acciones de intimidación contra Gianni. El periodista argentino Roberto Parrottino cuenta que Gianni fue “avisado de ‘movimientos extraños’ frente a su hotel”. Sin pensarlo dos veces corrió al aeropuerto y se subió en el primer vuelo a Brasil.

Luego de cinco ediciones de la Eurocopa la confederación europea de futbol, la UEFA, decidió que en adelante el torneo se jugara en un sólo país para parecerse a los mundiales. La primera nación en alojar por entero el certamen de selecciones del viejo continente fue precisamente Italia en 1980. Gianni atestiguó en su propia tierra cómo, a pesar de la localía, los ragazzi sólo fueron capaces de ganar en Turín, la ciudad donde él nació. En el estadio Comunale de la capital del Piamonte, un solitario gol de Marco Tardelli valió la victoria sobre Inglaterra. Pero ni en Milán ni en Roma pudieron siquiera marcar. Sendos empates a ceros ante España y Bélgica los privaron de acceder a la final, que terminaría ganando Alemania Federal. El sinsabor se le quitó pronto a Gianni. Porque el año siguiente, 1981, recibió del presidente de la república, Sandro Pertini, el premio Saint Vicent al mejor periodista televisivo. Ese mismo año inauguraría en la Radiotelevisione Italiana, la RAI, la televisora pública, su programa Blitz, que durante los tres años que se mantuvo al aire era sintonizado por tutti le famiglie —hasta que lo borraron de la programación porque Gianni se había vuelto “demasiado poderoso”, según declaró en 2004—, emisión dominical con duración de seis horas que buscaba “hacer divertir a la gente y al mismo tiempo regalarle un conocimiento, no solamente darle divertimiento bobo o banal”, en la que Gianni hizo gala, entre otras virtudes, de sus dotes de ameno e inteligente entrevistador.

Gianni premiado por Pertini

Por fin, después de 48 años, en 1982 Italia volvió a ganar un mundial. Alzó la Copa FIFA en España tras una campaña de cierre tan triunfal como incierto fue su inicio. Cuatro años después, en il secondo Mondiali di Messico, el entrenador llamado a refrendar el título, Enzo Bearzot, y el extremo sensación del mundial anterior, Bruno Conti, antes de que tuvieran que decir adiós eliminados por la Francia de Platini se dejaron fotografiar departiendo afectuosa y relajadamente con Gianni, provistos los tres de su respectivo vaso de vino bianco, con pinta de buen fiano, esa uva de cultivo antiquísimo en Sicilia, la región desde la que emigraron los antepasados de Gianni rumbo al norte de Italia en aras de una vida mejor. En aquel Mundial mexicano Gianni también entrevistó a Maradona, a cuya boda en el Luna Park de Buenos Aires sería invitado tres años más tarde.

Gianni (izq.) con Berzot (centro) y Conti (der.)

Imagino a Gianni en el verano del 87 aprestándose a disfrutar de ese minitorneo ideado por Silvio Berlusconi —con quien Gianni tendría públicas diferencias cuando el magnate de los medios de comunicación se convirtió en presidente del Consejo de Ministros y propuso privatizar la rai, oposición abierta que le acarreó a Gianni el despido de la televisora— para festejar su primer año como dueño del AC Milán, ahorrándole de paso el aburrimiento a un cuarteto de clubes europeos durante el paréntesis entre Ligas, a falta de Euro y de Mundial, en un año, como lo fue aquel 1987, de Copa América. Oporto, FC Barcelona, Paris Saint Germain, Inter y el mencionado AC Milán armaron un pentagonal en la capital lombarda al que, en imitación de un torneo organizado por la FIFA en Uruguay en 1980 por el primer cincuentenario de la primera Copa del Mundo —en cuyo financiamiento Berlusconi jugó un papel no menor al comprar los derechos de transmisión televisiva—pretenciosamente denominaron como lo que no era: Mundialito, cual si un racimo de equipos provenientes de sólo cuatro países, tres del sur y uno del centro de Europa, estuvieran autorizados a arrogarse la representación, así sea a escala, del planeta entero, por más que todos pudieran presumir haber ganado la Copa Intercontinental. Pero Gianni no pudo seguir en vivo los partidos de aquel Mundialito de clubes —que ganaron los rossoneri gracias a un gol de Pietro Paolo Virdis contra el Barcelona— porque le llegó una llamada que después de trece años ya no esperaba. “Un día la embajada de Cuba en Italia me avisó que todo estaba listo”. La botella tirada al mar funcionó.

Gianni en la boda de Claudia Villafañe y Diego Maradona en 1989

En contraste con la característica prodigalidad de sus soliloquios —en 1960 habló durante cuatro horas y media sin parar ante la Asamblea General de Naciones Unidas (onu), marca que habría de romper con creces casi cuarenta años después, cuando a sus connacionales les recetó una perorata ininterrumpida de siete horas y cuarto en 1998— Fidel Castro no se había mostrado afecto a los diálogos en corto con grabadora de por medio. Si alguien lo tenía claro era Gianni, quien escribió: “Fidel, que nunca ha ahorrado sus energías en los discursos públicos, ha limitado mucho sus entrevistas privadas”. Antes de que accediera a ser entrevistado por Gianni, Castro solamente había concedido cuatro entrevistas largas: a la periodista estadounidense Barbara Walters, de la cadena ABC, en 1977; en dos ocasiones, en 1979 y 1985, a un paisano y colega de Walters, Dan Rather, de NBC; y en 1985 al fraile dominico brasileño Frei Betto.

Fidel Castro en la ONU en 1960

“Fidel nunca hace las cosas al azar. Siempre escoge momentos estratégicos para hablar”, dijo Gianni a la periodista Anne Marie Mergier de Proceso. Para Gianni, “en 1987 era obvio que a Fidel le urgía dirigirse a los europeos”. ¿Por qué la urgencia? Porque en ese entonces —dice Gianni— “apenas empezaba la glasnost”, el paquete de reformas liberalizadoras en materia política —como su complemento, la perestroika, lo sería en el ámbito de la economía— anunciado por Mijaíl Gorbachov en febrero y marzo de aquel año durante el 27º Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Con ese trasfondo, Gianni representaba para Castro un conducto inmejorable para comunicar a la opinión pública del viejo continente su reacción a las medidas aperturistas emprendidas desde el Kremlin, centro gravitacional de la política internacional, y también nacional, de Cuba.

Acostumbrado a cubrir eventos deportivos, Gianni había adiestrado la mente para mantenerla en estado de máxima concentración durante los sesenta minutos de una pelea de box, durante las dos, máximo tres horas, de las etapas de una vuelta ciclista o durante los 90 minutos de un partido de futbol. Pero no sabía, como nadie puede saberlo hasta no verse exigido, que su cerebro, si no es que su cuerpo entero, iba a estirar las potencialidades de su lucidez hasta aguantar las quince horas de entrevista a que lo arrastró Fidel. La entrevista, efectuada en el Instituto de Ingeniería de Genética y Biotecnología, arrancó a las 14:00 horas del domingo 28 de junio y no se detuvo sino hasta las 5 de la mañana del lunes. “Fidel era el único de todos nosotros —se refiere a los colegas que viajaron con él desde Italia: el realizador Giampero Ricci, el director de fotografía Roberto Girometti, el camarógrafo Federico del Zoppo, el asistente de cámara Lucio Granelli y el técnico de sonido Lello Rotolo, así como a los colaboradores del gobierno cubano que estuvieron presentes— que no mostraba señales de cansancio. Se había sostenido durante toda la entrevista a base de té”. Años después Gianni le diría a Mergier que el brebaje tenía algo más: era “té con ron”.

Castro y Gianni

Ante Castro Gianni no actuó como un palero. Lejos de comportarse dócil, instrumental, le entró a un tema controversial: el de los derechos humanos en la isla, sobre el que formuló ocho preguntas. “El comandante sabía que yo venía del mundo católico, que no era un comunista”. Castro nunca le pidió revisar ni discutir anticipadamente las preguntas.

Gianni sostuvo reiteradamente que “no se puede hacer periodismo con argumentos ideológicos. Se puede hacer periodismo con los hechos”. Para Gianni, “la verdad no es ni de izquierda ni de derecha, es… la verdad”.

En el maremágnum temático propio de pasar quince horas con un interlocutor arbóreo como Castro, Gianni supo abrirle espacio al futbol. A pregunta de Gianni acerca de la paradójica popularidad en Cuba de un deporte tan yanqui como el beisbol, Castro respondió: “Realmente [los cubanos] deberíamos haber sido futbolistas, porque fuimos colonia española. Y los españoles no jugaban beisbol, jugaban futbol. […] La gran afición que tiene el beisbol [en Cuba] ha competido con el desarrollo del futbol. Nosotros hacemos esfuerzos por divulgar e impulsar el futbol. Transmitimos los campeonatos mundiales, pero no hemos tenido mucho éxito”. Gianni lanza entonces un tiro directo. “¿A usted le gusta el fútbol?”. Castro se remonta a su juventud en escuelas jesuitas: “Cuando era estudiante jugué fútbol en el equipo del Colegio de Belén. También anteriormente en el Colegio de Dolores”. Por su biógrafa brasileña Claudia Furiati sabemos que Castro defendió los colores del Belén en la Liga Intercolegial y Juvenil de futbol, en la categoría de menores de 18 años, bajo las órdenes del padre Barbei, coordinador de educación física del colegio. A otro de sus entrevistadores, el español Ignacio Ramonet —el que más tiempo pasó frente a él, cien horas, aunque no de un tirón sino repartidas en sucesivas conversaciones entre 2003 y 2005— Castro le aseguró que destacó en el futbol. Y hay indicios de que así fue. De acuerdo con Furiati, en la prensa de la época hay constancia de su aptitud con el balón: el Diario de La Marina, en su edición del 5 de mayo de 1944, así lo consigna. 

Cuestionado tantas veces por sus posiciones políticas, Castro iba a ser cuestionado por Gianni acerca de su posición futbolística. “Era delantero derecho”, contesta Castro, y Gianni advierte que el futbol logró en Castro lo que al paso del tiempo resultaría impensable: “Probablemente fue el único momento en que usted jugó a la derecha en su vida”.

Libro que recoge la entrevista de 1987

A pesar de su profundo conocimiento de todo lo cubano, Castro seguramente ignoraba que en el primer partido oficial de su historia, disputado el 13 de mayo de 1902, el Real Madrid alineó a cuatro futbolistas cubanos: Antonio Neyra y los hermanos Mario, José y Armando Giralt. Seguramente Castro tampoco sabía que Lángara, la aldea gallega donde nació su padre, la lleva en el apellido “el goleador más formidable” del futbol español de todos los tiempos —opinión muy extendida que suscribe el periodista e historiador del balompié ibérico Alfredo Relaño—, que marcó también toda una era en el futbol mexicano: Isidro Lángara. Seguramente Castro tampoco estaba enterado de que en aquel 1987 en que Gianni lo entrevistó, el club peruano Asociación Estadio La Unión (AELU) contaba entre sus filas con un jugador del Callao, cuyo apellido, Mego, iba antecedido por los tres nombres de pila que le pusieron sus padres, entusiastas de la revolución cubana. Fidel Raúl Castro Mego jugó además para dos grandes del fútbol peruano: Universitario de Deportes y Alianza Lima. Pero lo que de plano ya no pudo saber Fidel Castro Ruz es que Fidel Raúl Castro Mego, mientras se escribe esta necrológica de Gianni Minà, vive en Miami.

Fidel Castro, futbolista peruano

Al año siguiente de aquella entrevista Castro-Minà, la URSS se llevaría la medalla de oro en futbol durante los Juegos Olímpicos de Seúl. Sería la última vez que pelearía por la presea áurea. No porque la competitividad de su fútbol no le alcanzara para ir de nuevo por la cima del podio cuatro años más tarde. No. La URSS no podría defender su título de campeón olímpico en Barcelona porque para 1992 ya no existía como país, se había desintegrado. El Muro de Berlín había sido derribado en noviembre de 1989, por lo que en los escasos dos meses finales de aquel año Gianni solicitó una nueva entrevista con Castro para actualizar conceptos ante el inminente crepúsculo de la Guerra Fría. Castro accedió al año siguiente, 1990, y su aceptación pilló a Gianni en plena Copa del Mundo, nada menos que la que se estaba jugando en su país, Italia. “Estaba trabajando sobre el torneo mundial de futbol cuando el embajador de Cuba en Italia me mandó llamar. Me dijo: ‘Creo que gustó tu entrevista anterior, Fidel te espera. A él también le importa actualizar todo lo que concierne a la política exterior de Cuba y darte su opinión sobre la caída del comunismo”, relató Gianni. El 28 de junio de 1990,  en vez de estar presenciando desde el palco de prensa del entonces estadio San Paolo de Nápoles —hoy estadio Diego Armando Maradona— el instante en que Roger Milla hizo pasar de atrevido a ridículo a René Higuita, cuando le robó el balón Adidas Etrusco al portero colombiano mientras éste intentaba hacerle una de las arriesgadas gambetas que lo hicieron famoso en aquel mundial, Gianni estaba otra vez en el Caribe platicando con Castro. En esta segunda oportunidad la entrevista duraría “sólo” ocho horas. Al menos Gianni tuvo una buena excusa para perderse los pasos de baile makossa con los que el delantero camerunés rubricaba sus goles.

Tifosso del Torino Calcio —el equipo obrero de su ciudad natal, el rival citadino de la Juventus, el que eligió el rojo granate para teñir su camiseta en homenaje a la Brigada Savoia, la que en 1706, 200 años antes de la fundación del club, adoptó como insignia un pañuelo del color de la sangre en honor del brigadista que cayó muerto tras llevar al pueblo turinés la noticia de la liberación de la ciudad, que se encontraba sitiada por tropas francesas—, Gianni, fallecido el 27 de marzo de 2023 con casi 85 años, fue un maestro de ese género periodístico al que se le conoce como entrevista de suplementos  —aunque está visto que las entrevistas de Gianni desbordaban cualquier revista de fin de semana y daban para libros enteros— y que según el Libro de estilo del diario El País combina dos ingredientes: ”diálogo más interpretación”. Pocos han sabido, como Gianni Minà, dominar el arte de opinar preguntando.

Gianni Minà (1938-2023)

fbc.

Fuentes:

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García, Jacobo, “Haití anuncia la captura de un médico que residía en Florida como inductor del asesinato del presidente”, El País, 12 de julio de 2021.

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Centenario que sí es

Por: Farid Barquet Climent.

Salamanca, Salamanca, renaciente maravilla, académica palanca, de mi visión de Castilla. Miguel de Unamuno

Un día como hoy, hace 100 años, se firmó el acta fundacional de la Unión Deportiva Salamanca en el Café Novelty de la Plaza Mayor salmantina.

Lamentablemente, la Unión no podrá celebrar, como tal, su centenario: fue extinguida por sentencia judicial el 18 de junio de 2013 tras una vida de noventa años, luego de pasar por un concurso de acreedores.

La Unión fue un caso más de la calamitosa conversión de la mayoría de los clubes españoles en sociedades anónimas deportivas (SAD), un triste espejo en el que debiera mirarse por estos días el Valencia Club de Fútbol, que atraviesa una grave crisis económica, institucional y deportiva bajo la propiedad del singapurense Peter Lim, cuyo salida del club reclaman los miles de seguidores que se manifestarán en la ciudad del Turia pasado mañana sábado 11 de febrero.

A la Unión la tenemos presente en México por haber sido la primera escala europea de Carlos Vela: el quintanarroense defendió su heráldica cedido por el Arsenal londinense; en Argentina la asocian con el arquero Jorge D’Alessandro, el jugador con más apariciones en su historia, al haber participado en 334 partidos de primera división entre 1974 y 1984; en Brasil, y no menos en Galicia, es recordada porque ahí militó Everton Giovanella antes de enrolarse en el Celta de Vigo en 1999; la afición maña no olvida que el zurdo de Vicálvaro, Martín Vellisca, dos veces ganador de la Copa del Rey con el Real Zaragoza, debutó en primera con la Unión; los barcelonistas setenteros saben que, durante la era de Rinus Michels, los culés, como sus archirrivales del Real Madrid, también tuvieron su “Juanito”: el extremo tinerfeño Juan Díaz Sánchez, quien hacia el final de su carrera jugó varias tardes como local en el Helmántico, la casa de la Unión; mientras que las peñas memoriosas del Real Madrid no pasan por alto que el tosco pero incansable mediocampista onubense Ángel de los Santos se incorporó al equipo de Chamartín en 1979 procedente del conjunto salmantino, por el que también pasó el delantero reusense Gerard Escoda, quien fuera presidente deportivo del Lleida Esportiu y luego del ce Sabadell, hasta su muerte por cáncer hace un par de semanas, el 27 de enero de 2023 a los 50 años.

Carlos Vela, a su paso por la Unión

Pero a diez años de distancia de su liquidación como entidad jurídica, el capital simbólico de la UD Salamanca se preserva gracias a un amplio segmento de sus aficionados, que decidió fundar un nuevo club, Unionistas de Salamanca, que es algo así como el trasunto de la Unión, pues surgió como consecuencia de su desaparición, lo que lo convierte, aunque diga no quererlo así, en el digno y encomiable sucedáneo de aquélla. Y lo es porque no se trata de una simple continuación. Ni siquiera lo es en sentido legal, máxime que hay otro club que sí reclama ser la continuadora de la personalidad jurídica de la Unión: el Salamanca Club de Fútbol UDS, propiedad de inversores mexicanos, que recibió por concepto de cesión los derechos federativos para competir en divisiones inferiores que dejó a una fundación la Unión, por lo cual se asume como la entidad heredera, cuyo primer equipo, que compite en la quinta división española, es dirigido por la dupla conformada por los mexicanos Rafael Dueñas y Jehu Chiapas, el mediocampista que salió campeón con los Pumas de la UNAM en los torneos de Clausura 2009 y 2011.

Extinguida la Unión, un colectivo de sus hinchas fundó el Unionistas para “seguir defendiendo y compartiendo su sentimiento y amor por el club único e irrepetible” que para ellos fue la Unión, haciéndolo a través de una nueva sociedad, con naturaleza jurídica ya no de SAD sino de entidad deportiva, provista de una estructura “popular, transparente y democrática” y bajo una denominación que hace ostensible su orgullosa progenie de tribuna: Unionistas, el club de los aficionados de la otrora Unión, los unionistas. De ahí su nombre.

El vínculo entre la desaparecida Unión y el actual Unionistas no es el que existe entre un club principal y un filial. Tampoco es una sucursal. Lo que une a Unionistas con la otrora Unión es un nexo sentimental. Así lo suscribieron sus fundadores al darse los Estatutos que los rigen, cuyos artículos 3º y 4º disponen que Unionistas tiene entre sus fines: “homenajear” a la liquidada Unión Deportiva Salamanca, “defender el honor” de ésta y “reunir a aquellos unionistas que quieran seguir defendiendo y compartiendo su sentimiento y amor por el club único e irrepetible”, dejando claro que Unionistas “jura fidelidad eterna al club Unión Deportiva Salamanca, y no trata, ni jamás lo hará, de suplantar o hacerse pasar por él, ni se considera representante, ni heredero de dicho club, posicionándose radicalmente en contra, y condenando a cualquier otro club que hubiese intentado o intentase realizarlo”. Y por eso, si bien usa también los colores blanco y negro, “nunca podrá llevar la combinación de camiseta blanca y pantalón negro, ni el escudo, o imitación del escudo de la Unión Deportiva Salamanca, ni su himno de manera oficial”, como tampoco, en caso de cambio de nombre, “ninguna de las palabras que lo formen podrá ser ‘Unión’”, de conformidad con las prohibiciones establecidas en los artículos 5º y 6º estatutarios.

Alineación del Unionistas

Unionistas se rige por el ideal democrático “un socio, un voto”, de acuerdo con lo preceptuado en el artículo 7º de sus Estatutos. La gestión democrática de los 3 105 que lo integran ha traído buenos resultados deportivos. El club consiguió ascender tres categorías en cuatro temporadas. En ese lapso subió desde la Provincial salmantina hasta a la Segunda División “B”, en la que se encontraba la vieja Unión cuando feneció. Todos los que trabajan en la entidad, desde los trece miembros de su junta directiva hasta quienes acondicionan los días de partidos su pequeño estadio Las Pistas —porque Unionistas no juega en el Helmántico— lo hacen sin recibir por ello remuneración económica alguna. 

El filósofo y escritor Miguel de Unamuno, célebre rector de la Universidad de Salamanca en dos periodos, de 1900 a 1914 y de 1931 a 1936, y tío abuelo del mítico futbolista Rafael Moreno “Pichichi”, en uno de sus Ensayos escribió:

“Yo apenas creo que cambien las ideas y los sentimientos de un pueblo, si con esto queremos decir que los mismos que antes pensaban o sentían de una manera vengan a pensar y sentir, de repente o todo lo poco a poco que se quiera, de otra manera distinta”.

Hoy, el pueblo salmantino le da la razón al autor de Niebla, pues gracias al Unionistas los seguidores de la Unión pueden seguir sintiéndola en su centenario. Porque no se puede, de repente o todo lo poco a poco que se quiera, sentir de otra manera.

Los versos más tristes

Por: Farid Barquet Climent.

Como nunca he trabajado en una redacción, busco extraer lecciones de periodismo de donde puedo. De Antonio Tabucchi —que en su magistral novela Sostiene Pereira recrea las entretelas de un pequeño diario lisboeta de entreguerras— aprendí que “las necrológicas no se pueden improvisar de un día para otro, hay que tenerlas ya preparadas”. Pereira —al que estelarizó Marcello Mastroiani cuando Roberto Faenza llevó Sostiene Pereira al cine— sostenía que “en las páginas culturales hay que estar preparados por si desaparece algún artista”.

Durante mucho tiempo, mientras no me vi en la circunstancia de tener que aplicarlo, el consejo de Pereira me pareció sensato. Porque cuando un artista se va, el público merece leer semblanzas que descansen en informaciones plenamente corroboradas acerca de su obra, alimentadas por datos sobre su vida confirmados a través de diversas fuentes acreditadas. Los redactores de necrológicas deben acopiar lo que hayan escrito los biógrafos del personaje, si es que los tiene, averiguar si dio entrevistas, en fin, allegarse todo lo que abone a la rigurosidad de un perfil digno del adiós. Y para eso, sostiene Pereira, se necesita tiempo, tiempo que sólo puede dar el sentido de la anticipación.

El consejo de Pereira me seguía resultando sensato hasta que tú, Pelé, lamentablemente me colocaste en la tesitura propicia para seguirlo. Pero no me atreví. Porque tratándose del artista que serás por siempre, en cuanto se supo que durante el mundial de Qatar te hospitalizaron por enésima vez, sentí que la sola idea de empezar a esbozar tu necrológica era como llamar a la muerte, no obstante que pudiera justificarme en la evidencia de que ya te rondaba. Me resultó obsceno ponerme a escribir movido por la inminencia de tu muerte, tú que fuiste la vida del futbol.

A diferencia de los cinéfilos que pueden recitar de memoria diálogos enteros de películas que se han vuelto clásicas, yo sólo soy capaz de hacerlo con los parlamentos de un documental sobre ti, uno que vi la primera de muchísimas veces cuando era niño. Fue un regalo de mi padre: un videocasete de formato Beta, tan de los 80. El documental inicia con imágenes del 18 de julio de 1971, en las que se te ve trotando en solitario, con el torso desnudo, mientras varios niños te hacen valla sobre el perímetro de la cancha de Maracaná. Llevas tu canarinha número 10’ en la mano derecha, y la ondeas saludando a la tribuna pletórica de gigantescas banderas de clubes cariocas a los que tantas veces enfrentaste con el Santos y con la selección paulista —el Flamengo, el Fluminense, el Vasco da Gama— cuyos hinchas dejaron ese día de lado sus inveteradas rivalidades, abrieron una tregua y se unieron para ovacionarte, para agradecerte. Los minutos previos serían los últimos en los que se te vio enfundado en la verdeamarelha jugando al futbol. Lejos estoy de dominar la lengua de Pessoa, pero las palabras del locutor montadas sobre las imágenes primeras de aquel documental las puedo pronunciar hasta la fecha: “Os torcedores que gritou seu nome viu sua despedida da seleção, não presenciou seus primeiros passos na Copa do Mundo de mil novecentos cinquenta e oito”.

Pel´´e en su despedida de la selección brasileña en Maracaná

Ese fragmento inicial del guion encierra una gran verdad. Los miles que presenciaban in situ tu último partido como internacional —ante la selección de Yugoslavia— no pudieron seguir en vivo, más que por la radio, tu primer mundial. A veces incompletas, otras dañadas, las cintas en las que tu irrupción luminosa en Suecia 58 quedó filmada paradójicamente en blanco y negro tuvieron que esperar para ser proyectadas en salas de cine, a las que no todo mundo podía acceder. Antes hubo que recuperarlas, reunirlas, restaurarlas, ensamblarlas. Por eso, en mucho, fueron las crónicas deportivas, publicadas en periódicos y revistas, las que conservaron vívidos, refractarios al olvido, tu primer gol mundialista contra Gales en cuartos de final, tu hat-trick en menos de media hora en la semifinal contra la Francia de Fontaine y Kopa, tu doblete en la final contra los anfitriones, gracias al cual, desde entonces, cuando les hablan del partido de los sombreros, los suecos no piensan más en un partido político dieciochesco de los tiempos del reinado de Adolfo Federico, sino que les viene a la mente ese partido de futbol en el que, a tus 17 años, le hiciste un sombrero digno del carnaval de Río a un defensor dentro del área, para marcar así un gol portentoso que demostró que el futbol podía ser una forma de la belleza, el gol más memorable de aquella Copa del Mundo, la primera que ganó Brasil de las cinco que tiene en su haber, esa en la que supuestamente fue un directivo uruguayo de la Confederación Sudamericana de Futbol (Conmebol), Lorenzo Villizzio, quien te asignó, casi sin querer, la camisa número dez, la que jamás te habrías de quitar. No faltan los que intentan persuadirme de que existen razones matemáticas que explican por qué la humanidad usa el diez como múltiplo para contabilizar cantidades, longitudes, pesos. Pero yo sigo convencido de que el mundo se rige por el sistema métrico decimal en homenaje a ti.

Pelé, a sus 17 años, con Gylmar, portero de Brasil en Suecia 58

Se equivocan los que piensan que la camiseta de la selección de futbol de Brasil siempre ha sido la icónica canarinha. Ignoran que durante sus primeros 36 años de existencia vistió completamente de blanco en la mayoría de sus compromisos. Pero como usó esa indumentaria el día fatídico del maracanazo —la derrota dolorosísima en la final de Brasil 50 ante Uruguay— se decidió eliminar para siempre el predominio del blanco con el propósito de exorcizar cualquier reminiscencia de aquella tragedia futbolística. Fue el diario carioca Correio da Manhã —en el que escribía colaboraciones Mário Filho, el entusiasta impulsor de la construcción del reciento que desde 1966 oficialmente se llama como él, “Estadio Journalista Mário Filho”, pero que desde su inauguración en 1950 todo el mundo conoce como Maracaná— el que se puso manos a la obra para dar con la cromática reemplazante.Con el fin de no llegar al mundial de Suiza 54 sin haber definido cómo sería la nueva equipación —como le llaman en España—, en 1953 las páginas del Correio da Manhã dieron a conocer la convocatoria para que, a través de un concurso público, se escogiera el diseño del uniforme que en adelante habría de portar el equipo nacional. La condición para los participantes era que combinaran los cuatro colores patrios: verde, amarillo, azul y blanco. El jurado estuvo integrado en exclusiva por miembros del directorio de la Confederación Brasileña de Deportes (CBD), encabezado por Rivadávia Corrêa Meyer, que dio como ganador el dibujo presentado por un joven de 19 años, nativo de una ciudad de nombre tan futbolero como Pelotas, en el estado de Rio Grande do Sul, quien con el tiempo se convertiría en un laureado escritor, periodista, profesor universitario y traductor: Aldyr Garcia Schlee. Camiseta amarilla con cuello y puños verdes, short azul con raya blanca a los costados y calcetas blancas con franjas horizontales verdes y amarillas, se veían en el boceto de Garcia Schlee. La suya fue una apuesta de mucho colorido, como si estuviera él poniendo su personal contribución deseando que alguien apareciera para terminar de ponerle color al futbol. Y ese fuiste tú, Pelé, que lo hiciste con tu genio, pero también, con la ayuda de una novia que no pudo resistirse a la seducción de tu arte ni al arte de tu seducción: la televisión, que para ti se vistió de colores.

Después de darle a Brasil la primera de sus tres Taças Jules Rimet en Suecia, te presentaste a refrendar el título de campeón en Chile 62. Le anotaste gol a México en el primer partido, pero en el segundo, contra España, te lesionaste. Amarildo te sustituyó en los siguientes encuentros, a la espera de que pudieras reaparecer en la final, que Brasil tuvo que ganar contigo en la tribuna. Era un crimen que la historia de los mundiales no pudiera volver a nutrirse de tu arte. Por eso el mundial de 1966 quedó marcado por la expectativa de tu regreso mundialista. Pero en Inglaterra el crimen habría de ser otro: el de la proscripción de tu magia por la violencia. En el tercer partido, contra Portugal, se desató una cacería sobre tus piernas. Mientras el italiano Claudio Gentile —al que apodaban “Gadafi” no tanto por haber nacido en Libia sino más bien por sus “nasty tactics” a la hora de marcar adversarios— se valió de la laxitud arbitral para lograr su propósito de privarnos a la mala de las gambetas de Maradona en España 82, al portugués João Morais, capaz de derribarte a patadas hasta dos veces en la misma jugada, le bastó aprovecharse de las insuficiencias reglamentarias que entonces aquejaban al futbol para nublar tu futbol en aquella de por sí nublada tarde en Goodison Park. Porque aquel 19 de julio de 1966, en que tuviste que abandonar el partido cargado en hombros por el médico de la selección, Hilton Gosling, y por el sempiterno masajista Américo, todavía no estaban previstas en el reglamento las amonestaciones ni las expulsiones señalizadas en las tarjetas roja y amarilla, como tampoco los cambios de jugadores por lesión. Fue por el abuso de las reglas cometido ese día en tu perjuicio, que el futbol se revisó a sí mismo y se hizo modificaciones para ser mejor a partir del siguiente mundial. No sólo revolucionaste el futbol en cuanto a sus posibilidades atléticas, estéticas, técnicas y tácticas. Literalmente, cambiaste el juego. Y lo hiciste para bien, a raíz de un mal. Hasta en tus horas bajas, cuando se portó ingrato contigo, le deparaste cosas buenas al futbol.

Luego de las sombras que se cernieron sobre tu juego en Inglaterra, tu postergado renacer mundialista tenía que ser como lo merecías: a todo color. Para que luciera el colorido de la canarinha, como quería Garcia Schlee, pero sobre todo para que brillara tu futbol. Seguramente porque sabía que en la siguiente Copa del Mundo habrías de alumbrar el mejor futbol jamás visto, la luz se hizo: México 70 fue el primer mundial que se transmitió a color. Tu clase, tu potencia, tu inteligencia extraordinaria para jugar, te convirtieron en padrino de arras de un feliz matrimonio que se mantiene indisoluble: el que gracias a ti contrajeron el futbol y la televisión.

Si lo que hiciste en Suecia 58 no lo pudo ver el mundo en vivo, quedando como testimonio principal de tus proezas primigenias la tradición oral que detonaron los relatos radiofónicos, para México 70, gracias al lanzamiento al espacio del satélite Telstar, el planeta entero atestiguó en tiempo real tu talento excepcional, acabó de convencerse de que jamás fuiste ni invención periodística ni artificio narrativo y se deslumbró ante la superioridad inapelable de aquel Scratch do Ouro que, en tu Last Dance —Phil Jackson dixit—, supo cobijarte y catapultarte a una nueva cima.

Pelé en hombros con sombrero de charro mexicano, tras la tercera coronación de Brasil en la cancha del Azteca

Cuando en enero de este año trascendió que tus médicos te encontraron tres tumores, estuve seguro de que erraron el diagnóstico: son las tres estrellas de campeón mundial que nadie tiene más que tú, y que sólo parece capaz de colectarlas algún día Mbappé, que a punto estuvo en Qatar de hacerse con la segunda, y que tanto tiene de ti.

Llevo toda mi vida pensando en alguna virtud futbolística que no tuvieras y no en encuentro ninguna. Toque, chute, regate, salto, cabeceo, esprint, carrera larga, pausa, manejo de ambos pies. Tenías todo, y todo lo hacías a la perfección. Eso te hacía indescifrable, tus recursos eran inagotables.

El futbol, nerudianamente, escribe sus versos más tristes esta noche.

fbc.

De Lio, Delio

Por: Farid Barquet Climent.

Nadie ha metido más goles en suelo francés que un argentino. No me refiero a Carlos Bianchi —dueño del inconfundible look que bien describe el periodista Walter Vargas como la amalgama de Curly de Los Tres Chiflados con algo del Doc de Volver al Futuro— y sus cien goles que le valieron una tríada de títulos de goleo individual de la Ligue 1 con el Stade de Reims y dos más con el París Saint Germain. En tierras galas despierta los mismos respetos, quizá más, la figura de otro mítico delantero, que prácticamente triplicó la cifra goleadora del “Virrey”, y que al igual que éste también presume de ser pentapichichi de Francia. Su nombre se pronuncia gol en la lengua de Balzac: Delio Onnis.

Bianchi y Onnis, en la prensa deportiva francesa

Nacido en Italia —en Roma, para mayor precisión— como tantos argentinos, Onnis arribó a la edad de tres años a la Argentina, en 1951. Debutó profesionalmente en 1966 con el Club Almagro, de la Primera División B, equipo para el que marcó 23 goles en 44 partidos, prácticamente un tanto cada dos encuentros, promedio que mantuvo sin mayores variaciones durante sus veinte años de carrera.

En 1968 debutó en el circuito estelar argentino jugando para Gimnasia y Esgrima de la Plata, donde integró, junto a Hugo “El Loco” Gatti, Ricardo Rezza, Roberto Zwyca y otros, el plantel al que se le recuerda como La Barredora. En el Torneo Nacional de 1970 anotó 16 goles en 18 partidos. En total, con la camiseta de El Lobo marcó 53 tantos en 95 encuentros a lo largo de tres temporadas.

En 1971, el Stade de Reims llevaba cuatro temporadas sin encontrar un digno reemplazante de su figura histórica, Raymond Kopa, y computaba ya una década sin ganar el título de Liga. Con el propósito de extrañar un poco menos a Le Petit Napoleon —contribuyente a la conquista de cuatro Ligas— el equipo Rouge et Blanche contrató a Onnis. Y no defraudó, pues metió el balón en el arco 39 veces en dos torneos. En su primera temporada de las cuales vio portería en 22 ocasiones en 32 partidos de Liga. Según consigna la página web oficial del club, la estadía de Onnis en la entidad rojiblanca marcó época: l’époque ‘Tango’.

Onnis y Zwyca, en el Reims provenientes de GELP

Del Reims Onnis pasó a otro equipo rojiblanco, el AS Mónaco, para el que anotó en 157 ocasiones, que le valieron el título de goleo individual en las temporadas 1974-1975 y 1979-1980. Onnis siguió encabezando la tabla de goleadores en las temporadas 1980-1981 y 1981-1982, pero enfundado en los colores del Tours FC. La quinta y última vez que ganó el cetro de máximo romperredes de Francia fue en el torneo 1983-1984, en el que jugando para su tercer club de aquel país, el Sporting Toulon, horadó la meta adversaria en 21 oportunidades.

Onnis con el Mónaco

En todas las Ligas del mundo, sólo 16 futbolistas han anotado más que él. Entre sus compatriotas argentinos, nada más dos lo superan en cuanto a goles ligueros: Di Stéfano y Messi.

El escritor catalán Jordi Puntí afirma que “las estadísticas son la prosa funcionarial del fútbol, aburridas, desapasionadas, pero a menudo resultan reveladoras”. En modo alguno aburridas, por demás reveladoras, me resultan las estadísticas que consiguió en Francia Delio Onnis, quien de haber sido un desapasionado del área no podría haberlas alcanzado.

En la actualidad el principal animador y foco de atracción de la Ligue 1 es otro argentino, Messi, que mañana tiene una cita con su destino. Es tanto lo que Messi le ha dado al futbol, que el futbol le debe lo único que le falta: la Copa del Mundo. Que ante Lloris se haga de Lio, Delio. Que la mira de precisión del ‘10’ apunte y acierte este domingo en Luisail con el que fuera el blanco predilecto de Delio Onnis: un arc français.  

fbc. 

Una reflexión sobre Scaloni, desde el rincón de un deportivista

Por: Christian «El Cangrejo» Gasca. @gascaberrchristian @cangrefut

Lionel Sebastián Scaloni, el impensado director técnico de la selección de Argentina, cuando tomó el mando de su equipo pintaba para llevar a buen puerto un interinato mientras se encontraba al «nombre ideal». Hoy tiene a su país al borde de la gloria máxima del deporte y pocos los hubieran imaginado, su experiencia no invitaba ni a soñarlo. Y esa incredulidad incluye a un deportivista como yo, que le tiene mucho cariño por haber sido parte de ese Súper Dépor de la primera década de los 2000 que me hizo soñar en mis años universitarios.

Saloni celebra un gol suyo con el que el Deportivo se impuso al FC Barcelona de Louis Van Gaal

La posición actual de la celeste y blanca así como una reciente entrevista en El Heraldo de México a Javier Irureta, Don Jabo, que se desvive en elogios para el joven entrenador de 44 años, invitan a reflexionar acerca de cómo nuestro querido ex jugador ha podido llevar de la mano a este seleccionado, de mucho jugador talentoso, pero joven, a pelearle una Copa del Mundo al actual campeón, que tiene en su plantilla al mejor jugador del mundo: Kylian Mbappé.

Scaloni siendo dirigido por Irureta.

Y es que cuando Scaloni era jugador de mi amado Real Club Deportivo de la Coruña, era el mejor actor de reparto. Había actores principales como Makaay, Tristán, Valerón, Fran, Sergio o en su momento Djalminha. El argentino era, sin embargo, muy importante, un auténtico jugador número 12 (de hecho ese era el número que portaba). Una pieza que podía ser acomodada en casi cualquier sector de la cancha. Su posición «nominalmente» era de lateral derecho, un puesto que tenía como dueño a una la leyenda, Manuel Pablo, que no lo soltaba salvo que le rompieran la pierna a la mitad como en aquel terrible incidente con Giovanella del “odiado” Celta. Lionel Scaloni tenía que buscar resaltar en diversas funciones para ser considerado. Además de lateral o carrilero, podía ser extremo, interior e incluso lo llegué a ver como doble pivote. Vamos, era un jugador sumamente adaptable y eso hoy lo podemos ver en su estilo de juego, que tiene esa característica.

Bien lo ha dicho el mismo Lionel Messi: “a este cuerpo técnico no se le va ni el más mínimo detalle”. Con Scaloni como DT, podemos esperar distintas actitudes del equipo entre partidos o dentro del partido mismo: “mi equipo trabaja para adaptarse a las diferentes situaciones que nos presentan los rivales dentro de un partido”, ha declarado el también rosarino y también formado en Newell’s Old Boys. Cuando hay técnicos que defienden a muerte “su estilo”, nuestro Scaloni no tiene reparo en decir que él prepara y guía los partidos considerando lo que tiene enfrente. Lo multifacético que fue como jugador se lo ha impreso a su equipo.

Tampoco debería sorprender su elección de jugadores. Tiene a su súper estrella mundial, sí, pero lo ha rodeado de jugadores que son reflejo de lo que fue su “Euro Depor”. Mc Allister y Enzo Fernández, por ejemplo, son jugadores que hoy destacan en los dos mejores torneos de clubes del mundo (Premier League y Champions League) pero con equipos sensación que se revelan ante el status quo: Brighton y Benfica, respectivamente. Y eso es lo que pretenden hacer el domingo: revelarse ante jugadores más posicionados en la élite como Griezmann, Dembelé, Tchouameni o Varane.

Esta es una final en la que personalmente no tengo un equipo al que apoyar. Mi corazón de mexicano aún sangrante por la eliminación temprana en la que nos encarriló el seleccionado argentino no me permite apoyarte, mi querido jugador número doce. Pero sí te puedo decir que confío en ti, como Jabo confía también, y como muchos deportivistas, que quieren ver en tu coronación como entrenador a su propio “Lionel” en lo más alto, levantando la Copa del Mundo junto con el nuevo mejor jugador de la historia, aquel con quien compartes nombre y un gran sueño. Es de lo poco que le queda al deportivismo: gritar tu copa con el poco aliento que le queda, desde la penumbra de ser un equipo cada vez más olvidado y que ya no le queda nada más que su historia. Y la que tú vas a escribir este domingo.

Suerte, nuestro Lionel. ¡Forza Depor!

cgc.

Un clásico

Por: Farid Barquet Climent.

¿Qué convierte a un clásico en clásico? En literatura, según Ítalo Calvino, un libro clásico es aquel “que nunca termina de decir lo que tiene que decir”. En la teoría política, nos dice Norberto Bobbio, es tenido por clásico un autor “cuyas lecciones deben ser continuamente escuchadas y profundizadas”. En futbol, los partidos entre Argentina y Países Bajos nunca terminan de decirnos lo que tienen que decirnos: el de mañana será su sexto enfrentamiento en Copas del Mundo. De tan repetidos, emocionantes y trascedentes, los duelos que protagonizan son ya un clásico de los mundiales. Y por eso las lecciones que han arrojado los cinco antecedentes acumulados hasta ahora deben ser escuchadas la víspera de que se vuelvan a medir, como lo harán dentro de pocas horas, en Lusail, por los cuartos de final de Qatar 2022.

Argentinos y holandeses se han visto las caras en la segunda fase de grupos de Alemania 74, en la final de Argentina 78, en los cuartos de final de Francia 98, en los dieciseisavos de final de Alemania 2006 y en la semifinal de Brasil 2014.

El partido que disputaron en el mundial alemán de 1974 fue una de las primeras escenificaciones del futbol total de la Naranja Mecánica. Roberto Perfumo, el capitán argentino que comandaba la defensa, contaba que su portero, Daniel Carnevali, retrasaba la reanudación del juego cada vez que le tocaba sacar de meta. Lo hacía no porque la albiceleste fuera ganando y buscara hacer tiempo, sino porque los holandeses los estaban masacrando y temía que si ponía rápidamente el balón en circulación el marcador en su contra se abultara aún más. Gracias a las tardanzas deliberadas de Carnevali la goliza que les propinaron Los Tulipanes —que se presentaban de nuevo en un mundial luego de seis ediciones en que estuvieron ausentes— quedó topada en cuatro goles. El primero de la tarde, a diez minutos del inicio, fue una de las muestras más inolvidables de elegante excelsitud que Johan Cruyff nos legó en aquel Mundial, el único que jugó el legendario camiseta ‘14’. Fue una derrota dolorosa para los argentinos. Al parecer lo fue para uno de ellos, por sobre todos sus compatriotas. Una semana después de la derrota ante los dirigidos por “Rinus” Michels, Juan Domingo Perón, que ocupaba la presidencia de la nación por segunda vez, moría en pleno mundial.

Gol de Cruyff que abrió el marcador

Sudamericanos y flamencos se volvieron a encontrar nada menos que en la final del siguiente mundial, Argentina 78. En esta segunda oportunidad se impusieron los locales y así ganaron por primera vez un mundial. La figura de la noche: Mario Alberto Kempes, “El Matador”. Como en aquel entonces su club era el Valencia de España, Kempes concedió una entrevista a un medio ibérico antes de volar a Argentina para sumarse a la selección de César Luis Menotti. En medio de la dictadura que azotaba a la Argentina desde dos años atrás, Kempes, de 23 años, no esquivó la pregunta acerca de una probable utilización del mundial como distractor social por parte de la junta militar que impuso el terrorismo de Estado en su país, encabezada por el general Jorge Rafael Videla. Interrogado por el periodista Jordi Ferré de la revista española Posible —fundada cuatro años antes por Alfonso S. Palomares, que también dirigió la agencia de noticias EFE— Kempes declaró: “Mis goles son para Argentina y no para Videla”. Por más que Videla, en su carácter de jefe del Estado por un golpe militar, se arrogara el derecho de entregar el trofeo al capitán Daniel Pasarella, Kempes no le ofrendó los dos goles que marcó, a los minutos 38’ y 105’, aquel 25 de junio en la cancha del Antonio Vespucio Liberti, mejor conocido como el Monumental de River, y que valieron la Copa FIFA.

Las características internadas de Kempes al área, se hicieron presentes en la final del Mundial 78

El tercer enfrentamiento mundialista tuvo lugar veinte años después, en Francia 98. Amén de la expulsión que se ganó Ariel Ortega luego de darle un cabezazo a lo Zidane al portero Edwin van der Sar, lo que marcó la diferencia a favor de los europeos por marcador 2-1 fue un gol de antología, de esos que quedan consagrados en los anales de historia del futbol. Su autor: Dennis Bergkamp. Su conocida aerofobia —que obligó a que tuvieran que sedarlo para durmiera durante el viaje en avión al mundial de Estados Unidos cuatro años antes— no impidió que su pie derecho operara como pista de aterrizaje de un balón que voló más de sesenta metros, proveniente del Aeropuerto Internacional Pierna Zurda de Frank de Boer, para luego mandar a cebar mate al defensor Roberto Ayala y, con la parte externa dar un pincelazo, digno de su paisano Rembrandt, que dejó a Carlos Roa, guardameta pampero, literalmente hincado ante semejante obra de arte.

Golazo de Bergkamp

Su cuarta cita, en Alemania 2006, fue aburridísima. Terminó 0-0. Pero la quinta, la de Brasil 2014, resultó tan intensa como cerrada. Fue el partido más difícil para Messi en el torneo. Tuvo que dirimirse en tandas de penaltis. A punto de que empezaran los disparos desde el lunar calcáreo, Javier Mascherano se acercó al portero Sergio “Chiquito” Romero, de más de 1.90 centímetros de estatura, para decirle unas palabras que le hicieran ganar confianza y que resultaron premonitorias. “Hoy te convertís en héroe”, le dijo el “Jefecito” sobre el pasto del Arena Corinthians. Y así fue. Aquel 9 de julio, aniversario de la declaración de Independencia argentina, más que vestido de amarillo, el color del sol de mayo, del escudo patrio incrustado en el corazón de la bandera albiceleste que mandara hacer el general Belgrano, Romero se vistió de “Goyco”, de Sergio Goycochea, el “Atajapenales”, el héroe en Italia 90. Dos lances de Romero sobre sendos costados le dieron a la Argentina el pase a la final.

«Chiquito» Romero lleva a la Argentina en la final de Brasil 2014

A tener en cuenta estos cinco antecedentes. Bien lo decía Maquiavelo: “Suelen decir los hombres prudentes, y no por casualidad ni inmerecidamente, que quien desee ver lo que será debe considerar lo que ha sido; porque todas las cosas del mundo en todos los tiempos tienen su propio cotejo en los tiempos antiguos”.

fbc.

El maestro y el copista

Por: Farid Barquet Climent.

Con los augurios más pesimistas que se recuerden, la selección mexicana llega a su último partido de fase de grupos en Qatar 2022 sin haber podido siquiera anotar un gol en los más de 180 minutos de sus dos primeros encuentros, ante Polonia y Argentina.

Hoy le toca a los mexicanos enfrentar al representativo de Arabia Saudita, el que en el papel, antes del Mundial, parecía ser el escollo menos complicado, el rival de más débiles blasones del Grupo C.

A millones de aficionados en todo el mundo, particularmente a los que andamos cerca de los 40 de edad, cuando pensamos en el futbol saudí nos viene en automático a la mente una secuencia, un tracto sucesivo que le debemos a Said Al Owairan, el copista de Maradona.

Porque una mirada distraída puede llevarnos a concluir que el 29 de junio de 1994 Al Owairan pintó un Maradona. Y no cualquier Maradona. No un mero boceto, no una pincelada aislada, sino su obra maestra.

A pesar de su compacta fugacidad, el segundo gol de Maradona a los ingleses en México 86, la jugada de todos los tiempos —como la bautizó recién parida el narrador Víctor Hugo Morales— llegó a ser tal gracias a un instante, uno solo. Si desgranamos el slalom más memorable del astro argentino, el que ejecutó el 22 de junio de 1986, ese que ni la marina real británica habría podido detener, encontraremos que hubo un punto de inflexión, apenas perceptible, que cambió el curso de aquella historia de apenas 10 segundos, y de paso cambió también el curso de la historia del futbol. Ese instante es una duda: la duda de Terry Fenwick. “Cuando yo lo veo dudar a Fenwick le tiro la pelota adelante, cuando se la tiro adelante él me quiere meter la mano, pero yo venía a cien por hora, a mí no me paraba nadie”, relató Maradona para el programa que transmitía su paisano Quique Wolff por la señal de ESPN.

Maradona habla de su gol más memorable

La imagen televisiva corrobora ese testimonio: el balón no acapara en su totalidad el espectro de visión del genio, que en cambio tantea al defensor que le sale al cruce, huele su miedo, se vale de su indeterminación. Esa duda infinitesimal de Fenwick abrió la rendija por la que se fuga, con destino de gol, la que ya nunca fue su presa.

En 1994 Arabia Saudita participaba por primera vez en una Copa del Mundo. No ser avasallada en sus tres compromisos obligatorios y aspirar simplemente a cumplir con un desempeño decoroso parecía un objetivo razonable. Lo que no parecía razonable, ni siquiera imaginable, era que uno de sus jugadores, Al Owairan, quedara en el imaginario como el émulo de Maradona en el último mundial de Maradona, ese que tuvo que abandonar porque le “cortaron las piernas”. De comparar el lienzo salido de la zurda de Maradona con la copia firmada por Al Owairan saltan algunas semejanzas evidentes. El gol de Al Owairan lo puedes ver a continuación:

En la meteórica escapada de Al Owairan, a diferencia de la de Maradona, todo es voluntad. El árabe impulsa la pelota, pero no la lleva. Cuesta creer que al emprender camino Al Owairan tuviera claridad de dónde iba a terminar. Él no aprovecha ninguna duda —como la de Fenwick— porque llegar hasta la zona de definición no estaba en su cálculo. Le allanan el camino las torpes acometidas de sus adversarios belgas, que a cinco minutos de haber empezado el partido seguían entumidos y al mismo tiempo incrédulos de que un debutante en el máximo torneo internacional osara enfilar rumbo a la portería por sí solo, sin arredrarse por su novatez.

A Said no lo mueve la picardía, esa forma de la astucia, sino el ímpetu que nace del deseo y que se alimenta de sí mismo zancada a zancada. Ni los materiales ni la técnica del original maradoniano son los mismos que los empleados en su reproducción arábiga: en su recorrido, trompicado, de bastante menor plasticidad, Al Owairan no es dueño de todos sus movimientos (algunos parecen más bien reflejos) y en su andar va advirtiendo, paulatinamente, que por la catadura del lienzo y por la verticalidad zigzagueante de su trazo, está a punto de mandar a enmarcar lo más parecido a una litografía del Diego en el Azteca contra los ingleses que se haya producido en un Mundial. En la medida en que la portería belga se le va haciendo grande crece en Said la conciencia de sus posibilidades y conforme avanza se va encontrando a sí mismo, al igual que el futbol saudí terminó por encontrarse a sí mismo en Lusail, recién el 22 de noviembre de 2022, precisamente ante Argentina, una Argentina que ese día no fue ni la copia de sí misma, una Argentina que sigue llorando a Maradona.  

En su autobiografía, y después en sus memorias de México 86, Maradona cuenta que cuando el portero inglés Peter Shilton salió a taparle el arco se acordó de su hermano Hugo “Turco” Maradona, quien le había dado un consejo al terminar un partido en el que también se enfrentaron Inglaterra y Argentina, disputado en Wembley en 1981. En aquel encuentro celebrado en la catedral londinense del futbol Diego hizo una jugada muy parecida a la que haría cinco años después en México, pero no la pudo terminar en gol. Concluido aquel partido, Hugo le aconsejó cómo definir, y por eso el Diez definió como definió en el mundial mexicano: recortando al guardameta dejándolo despatarrado. “Esta vez definí como mi hermano quería…”, escribió. Y por eso fue gol. Su gol cenital. Me gusta pensar que así como Maradona, en trance excepcional, se dio tiempo, átomos de segundo, para abrevar del consejo del Turco y rubricar su óleo, Al Owairan se fue llenando de Maradona mientras surcaba el pasto del Robert F. Kennedy de Washington como si transitara por la liviana arena de Riyad.

Said (der.) en estampa del album mundialista, compartida con un coequipero

Casi 25 años después del Mundial del 86, en 2010, refiriéndose a su gol Maradona dijo : “Yo creo que es un gol soñado”. Incluso llegó a declarar que de sólo oírlo relatado por Víctor Hugo Morales, sin siquiera tener que verlo, sentía «la misma emoción». tal como se le escucha decirlo en el minuto 03:10 del video que puedes ver aquí. El que no pudo decir lo mismo del suyo, ya no digamos a un cuarto de siglo de distancia sino cuando ni siquiera había transcurrido un lustro de haberlo conseguido, fue Said. Entrevistado para The New York Times en 1998, se mostró sorprendido de que en Estados Unidos siguieran pasándolo por televisión, y de plano se abrió con su entrevistador Christopher Clarey —autor de una biografía de Roger Federer traducida a 17 idiomas, publicada en 2021— hasta confesarle: “He visto este gol quizá mil veces y, sinceramente, estoy harto de él”. Y eso que el Rey Fahd —el monarca saudí que dio nombre a la Copa que fue el germen de la actual Copa Confederaciones— le entregó la llave de un auto de lujo nada más pisar el aeropuerto Rey Khalid a su regreso del Mundial.

El hartazgo de Said es entendible. Porque tal como afirma Clarey, no tuvo que pasar mucho tiempo para que la celebridad que le trajo ese gol suyo le generara “más problemas que beneficios”.

Al igual que a Maradona —otra vez el maestro y el copista, esto último nunca mejor dicho— a Said le gustaba “la vida nocturna al estilo occidental”, sostiene Clarey. Pero a diferencia de Maradona, Said no vivía en ni en Nápoles ni en Buenos Aires sino en “una monarquía absoluta regida por la ley islámica”, por lo que tener ese hábito “lo llevaría en última instancia a una pena de prisión y un año de suspensión del fútbol competitivo”. Reincorporado a la actividad, jamás recuperó el nivel mostrado en el Mundial estadounidense, y para la siguiente cita, en Francia 98, no fue ni la copia de sí mismo.

En el argot futbolero es usual decir que un portero se come un gol cuando un balón en mansedumbre se le cuela hasta al fondo de la red. A Said Al Owairan le ocurrió lo contrario. Él no se comió un gol, sino que fue un gol, un gol suyo, el que se lo comió a él.

fbc.

Noticia de un secuestro

Por: Farid Barquet Climent.

Entre las metáforas que abundan en el lenguaje del futbol hay unas que usamos para elogiar a los jugadores que saben arreglárselas en muy poco espacio. Cuántas veces hemos dicho, escuchado o leído que algunos virtuosos no necesitan más que un palmo de terreno para clavar la pelota en el arco, o que son capaces de gambetear dentro de un elevador, o que pueden recibir el balón, amagar y pasar con criterio, todo, parados arriba de una baldosa.

Esas metáforas suelen traer consigo otra más, una que empleamos cuando nuestro equipo se ve en la necesidad de neutralizar a cracks del tipo descrito. Decimos entonces que la zaga de nuestra oncena debe ser perfecta en la marca para no concederle a semejante adversario el más mínimo margen de libertad.

En sentido futbolero —figurado por definición— afirmar que tal o cual futbolista no debe tener el más mínimo margen de libertad resulta inofensivo, pero se torna alarmante cuando la expresión abandona su condición de metáfora y adquiere todo el peso de su dramática literalidad.

Aproximadamente dos horas después de concluido el partido en el que contribuyó con un doblete a la goleada 6-0 que el FC Barcelona le propinó al Hércules de Alicante la tarde del domingo 1 de marzo de 1981, el delantero asturiano Enrique Castro “Quini” fue secuestrado. Al abandonar el Camp Nou a bordo de su automóvil, un Ford Granada color whiskey, Quini tenía planeado conducir hasta el aeropuerto de El Prat para recoger a su esposa Mari Nieves y a sus dos hijos, una niña de 5 años y un bebé de 18 meses, quienes arribarían esa noche a la Ciudad Condal luego de pasar unos días en Asturias. Pero el ariete ovetense no pudo llegar por su familia. Cuando se disponía a reanudar trayecto rumbo a la terminal aérea tras una rápida escala en su departamento de la Vía Carlos III, el pichichi del momento —gracias a los 24 goles que marcó la temporada anterior para el Sporting de Gijón— de repente “nota un objeto frío que le ponen entre la oreja derecha y el cuello”. En adelante ya sólo recibe órdenes tajantes respaldadas por amenazas. Lo meten en su propio coche. Si osa despegar la vista, le aseguran que recibirá un tiro. Así lo relata el goleador en el libro que escribió sobre el episodio con auxilio de los periodistas Enrique García Corredera y Antonio Rubio.

Portada del libro de Quini sobre su secuestro, publicado por Planeta

Encapuchado, atado de manos, sus captores lo sacan de su vehículo (que abandonan en las inmediaciones de un mercado) y lo pasan a una camioneta en la que, metido dentro de un baúl, es trasladado por un largo camino hasta un taller, donde lo encierran en el minúsculo cuarto aislado, comunicado solo por interfono, que sería su prisión.

“El preso número nueve era un hombre muy cabal”, cantaba Joan Báez, cuando interpretaba la canción de la autoría de Roberto Cantoral que se intitula precisamente así: El preso número nueve. Aquel primer día de marzo de 1981, el número ‘9’ del Barça, hombre muy cabal, quedaba preso. Y no en un área de pasto de 16.50 metros, delimitada con líneas de cal, de esas en las que los centros delanteros son muy felices.

Los motivos del secuestro —que nunca razones— se podía especular que eran de índole política dada la coyuntura: el 23 de febrero, recién una semana antes del secuestro de Quini, el secuestrado fue el Congreso de los Diputados. El teniente coronel Antonio Tejero —“¡Quieto to’ el mundo!”— y un grupo de guardiaciviles empistolados, nostálgicos del franquismo aguijoneados por algunos de sus superiores que buscaban a la desesperada la restauración de la dictadura, reventaron la sesión parlamentaria en la que se votaba la designación de Leopoldo Calvo Sotelo como sucesor de Adolfo Suárez en la jefatura del gobierno español, primer golpe de estado, quizá el único, filmado para la televisión y retransmitido casi de inmediato a todo el planeta. Una historia de apenas 18 horas, minúscula pero decisiva —como la calificó Javier Cercas en su libro Anatomía de un instante— en la que estuvo en suspenso, en serio predicamento, la transición española a la democracia.   

El coronel Tejero irrumpe armado en el Congreso de los Diputados el 23-F

Los secuestros eran cosa normal en la España de aquel 1981. El 13 de enero había sido secuestrado por la organización Euskadi ta Askatasuna (Euskadi y Libertad, por sus siglas ETA) Luis Suñer Sanchís, industrial valenciano del cartón bajo cuyo mecenazgo se construyó el estadio donde hasta la fecha juega sus partidos de Cuarta División la Unión Deportiva Alzira, recinto que desde su inauguración en 1973 lleva el nombre del hijo del empresario, Luis Suñer y Picó, fallecido a los 21 años el 15 de enero de 1964. Cuando Quini fue secuestrado, Suñer Sanchís seguía en cautiverio: fue liberado hasta el 13 de abril a cambio de 341 millones de pesetas.

Otro secuestrado en enero de 1981, José María Ryan, ingeniero en jefe de la planta nuclear de la localidad vizcaína de Lemóniz, fue asesinado por ETA en febrero al no cumplirse la condición impuesta, consistente en demoler el complejo, de mil toneladas de hierro y 200 mil metros cúbicos de hormigón armado, en el lapso de una semana.

Suñer Sanchís, acompañado de su esposa e hija, saluda tras ser liberado

Pero el lunes 2 de marzo de 1981, día siguiente al del partido contra el Hércules, a las pocas horas de que el coche de su marido apareció abandonado afuera de un mercado, Mari Nieves recibe una carta, cuya autenticidad reconoce por su grafía, que desmiente probables motivaciones políticas de los secuestradores, quienes no reivindican el secuestro a nombre de ETA ni de alguna otra organización pero sí exigen el pago de 100 millones de pesetas. Y un día después, martes 3, a través de una llamada telefónica a la casa de los Castro dejan en claro de dónde quieren que salgan los fondos: de las arcas del FC Barcelona, entidad que por el fichaje de Quini había erogado el verano anterior alrededor de 80 millones.

Para mandar una prueba de que lo mantenían con vida, los secuestradores obligaron a Quini a leer un mensaje en voz alta frente a una grabadora. Acto seguido dieron instrucciones para que el casete con la grabación fuera recogido en el interior del baño de un establecimiento que todavía existe, el Bowling Pedralbes, frente a las oficinas que entonces tenía el FC Barcelona sobre la avenida del Doctor Marañón. Para ir por la cinta alzaron la mano un compañero de Quini en la plantilla barcelonista y un trabajador del club: el defensor vizcaíno José Ramón Alexanco y el responsable de relaciones públicas Óscar Segura. A la hora de decidir quién de los dos habría de entrar al boliche, Segura buscaba disuadir al líbero bajo el argumento de que éste para tenía esposa y un hijo, mientras que el publirrelacionista era soltero.

Segura se convertiría al paso de los años en un famoso asesor de futbolistas, mientras que Alexanco desde los años noventa es el jefe de futbol formativo del FC Barcelona. Es el responsable de haber incorporado en 1995 a Carles Puyol a La Masía —las instalaciones de la cantera barcelonista desde 1979—y también de llevar al mexicano Rafael Márquez a dirigir al Barcelona Atlètic en 2022. Como capitán, con 36 años y casi 400 partidos oficiales —en una época en que en España la capitanía le correspondía al jugador de más antigüedad en cada club, fuera o no titular— Alexanco habría de levantar en el palco de Wembley la primera orejona en la historia blaugrana el 20 de mayo de 1992.

Alexanco alza la primera Copa de Campeones de Europa ganada por el Barcelona

Quini y Alexanco recién se habían incorporado al FC Barcelona al inicio del torneo 1980-1981, el primero proveniente del Sporting de Gijón y el segundo del Athletic de Bilbao. Era una amistad reciente, pero muy intensa, como tantas que Quini cosechó. Hasta Maradona cuenta en su autobiografía que lo invitaba a comer asados en la casa que el argentino habitó en Pedralbes durante los dos años (1982-1984) que jugó en el Barcelona. Porque Quini siempre se hizo querer de inmediato por sus coequiperos en todos los planteles que integró. En entrevista con FutboLeo.net, el mexicano Luis Flores recuerda el tiempo en que compartió vestidor con el también apodado “Brujo”, único futbolista que ha ganado el trofeo pichichi en las divisiones Tercera, Segunda y Primera del futbol español. Tras su destacada actuación en el mundial México 86 con la selección mexicana, “Lucho” Flores, atacante surgido de los Pumas de la UNAM, fue contratado por el Sporting de Gijón de cara a la temporada 1986-87, la que el Brujo Quini eligió para retirarse de las canchas vestido de sportinguista. Llevado nada menos que para suceder en el puesto de ariete al máximo ídolo de La Mareona —como se le conoce al colectivo de aficionados del Sporting— Flores se remite a esa edición de la Liga en la que trabó amistad con Quini, la de mejor rendimiento de los rojiblancos en toda su historia al finalizar en el cuarto lugar de la tabla general, posición que, de haber estado vigentes en aquel tiempo las reglas actuales de la UEFA, les habría dado el pase a la Champions League.

“Hablar de Quini es hablar de lo mejor del futbol español, de todas las épocas ¿eh? El mejor jugador asturiano. Siempre lo he dicho: un gran jugador, en todos los sentidos. Muy competitivo, muy bien dotado físicamente, y goleador, goleador nato. De lo que yo pueda decir [de Quini] me voy a quedar muy corto. Tuve la bendición de conocerlo un año nada más, y en ese año me mostró que era un gran jugador, y mejor persona. Eso te lo puede decir cualquier asturiano”, sentencia Flores a más de siete lustros de distancia de sus primeras prácticas junto a Quini en la cancha de El Mareo, donde se entrenaba el Primer Equipo del Sporting, grama entonces tan maltrecha que el entrenador balcánico Branko Zebek, cuando llegó al equipo años atrás, en 1973, renunció, horrorizado, de sólo verla, esa misma en la que hoy, bastante mejorada, se forman los guajes, los prospectos sportinguistas, lo que alguna vez fueron, entre otros, el actual entrenador nacional español, Luis Enrique, y el que lleva lo guaje en el mote: David Villa, máximo anotador histórico de la selección española, el español que más goles ha marcado en mundiales, campeón de goleo en la Euro 2008 y segundo en la tabla de anotadores del mundial de Sudáfrica 2010. 

Estampa de Luis Flores correspondiente al álbum de la temporada 1986-87

“Imagínate el peso futbolístico de yo ser titular y tener en la banca a Enrique Castro Quini. No lo podía creer. Pero eran circunstancias de la vida, porque él quería retirarse con su equipo, y así lo hizo, con el equipo de sus amores: el Sporting de Gijón”, dice Flores, en tono más abrumado que jactancioso. Quini, que para el torneo siguiente habría de convertirse en secretario técnico del club, jamás tuvo malas actitudes hacia el mexicano por el hecho de verse relegado a la condición de suplente: “No se me olvida verlo ahí siempre sumando, siempre apoyando, con el técnico que era José Manuel Novoa”, evoca Flores al tiempo que subraya los rasgos más encomiables de quien se encaramaba al sitial de leyenda del equipo gijonés: “Muy solidario con todo el grupo, un tipo divertido, un tipo agradable, un tipo sociable. Como compañero, me tocó vivirlo: el mejor”.

Flores posa en El Molinón

Otro que guarda gratos recuerdos de Quini es el argentino Enzo Ferrero, histórico extremo de Boca Juniors en la década de los 70, que llegó al Sporting para el ciclo 1975-76. A pregunta formulada por FutboLeo.net, Ferrero escribe vía redes sociales desde Gijón, donde radica: “Mis recuerdos de Quini no pueden ser de otra manera que extraordinarios. Tuve la suerte de jugar con él muchos años y de colaborar para que él lograse varios pichichis”. Ferrero, el mayor asistidor de Quini, afirma: “Fuimos compañeros y amigos siempre. Él siempre tenía una broma para hacer reír a todos y siempre lo conseguía.”

Enzo Ferrero

A “Lucho” Flores, de sólo abrirle un pequeño resquicio a la memoria le brota de inmediato la gratitud: “Yo llegué al Sporting de Gijón y el primero que me acogió y me dio palabras de aliento y mucha confianza fue Enrique Castro. Una cosa impresionante. Su hermano, el portero [Jesús Castro], también, pero en menor escala”. El autor de goles clave para que México obtuviera la calificación a Estados Unidos 94 conserva un obsequio de Quini:

Allá [En España] el ‘9’ es el ‘9’, es el titular, no hay de que te pones el ‘400’ o el ciento veintitantos, allá el ‘9’ es el centro delantero y es el que hace goles. En alguna ocasión, él [Quini] inició un partido en la pretemporada. Creo que fue en Cádiz. Ganamos. Terminando el partido me dijo: ‘Lucho, esta playera es para ti’. Y me regaló la ‘9’. Todavía la tengo aquí, la guardo con mucho cariño porque me la regaló él. Tuve la estupidez de que no se me ocurrió decirle ‘fírmamela’, o ‘dedícamela’. Nunca lo pensé. Esa playera la guardo con mucho, mucho cariño. Sé el personaje que me la entregó.

A través de sucesivas llamadas telefónicas los secuestradores dieron la indicación de que el pago del dinero se hiciera en Girona, a donde acudieron Mari Nieves, Alexanco, Segura y un hermano de Quini ya mencionado por Luis Flores en estas líneas: el portero Jesús Castro, que entonces jugaba para el Sporting de Gijón, único equipo en su carrera, con el que disputó 449 partidos a lo largo de 18 temporadas, quien ya retirado del futbol perdió la vida a los 42 años el 26 de julio de 1993 en la playa El Pechón, en la costa cantábrica de Amió, luego de lanzarse al mar para salvar la vida de tres turistas ingleses: dos niños, de 7 y 9 años, y su padre. Los visitantes británicos sobrevivieron. Jesús, el guardameta devenido en guardavidas, no.

Los hermanos Quini y Jesús Castro

Nada más llegar a Girona, el cuarteto debía esperar una nueva llamada, que llegaría a la recepción de un hotel céntrico —no confundirlo con otro ubicado a las afueras, mucho más moderno, que albergó la última concentración de la selección mexicana antes de viajar al mundial de Qatar— en el que se les comunicó que ella debía cruzar sola la frontera francesa para llevar los billetes a Perpignan. La operación de entrega del efectivo en territorio francés no prosperó por falta de documentación migratoria de Mari Nieves, por lo cual los secuestradores optaron por una alternativa que finalmente habría de conducir tanto a su detención como a la liberación de Quini. Presuponiendo erróneamente que el secreto bancario tendería un velo sobre sus identidades, exigieron que el monto del rescate se depositara en un banco suizo.

Desde la primera llamada al domicilio de Quini —que, como todas, fue grabada por la policía— un desliz del secuestrador que telefoneó dio la pista de que no se trataba de una banda experimentada, profesional. El empresario hotelero Joan Gaspart, entonces vicepresidente blaugrana, fue quien se puso al auricular. El postrero mandamás culé —lo fue de mediados de 2000 a principios de 2003— escuchó desde el otro lado de la línea que los captores estaban dispuestos a mandarle, como prueba de que Quini seguía vivo, “un dedo, una oreja, o se lo enviamos por ‘trocicos’”. En cuanto escucharon ese localismo, “trocicos”, los policías que resguardaban la casa familiar de Quini conjeturaron: “El ‘ico’ lo suelen emplear en Aragón. Este tío puede ser, perfectamente, maño”. O sea, de Zaragoza.

La hipótesis habría de confirmarse. Luego de que uno de los secuestradores abriera una cuenta bancaria en Credit Suisse a nombre de un inexistente Pierre Petit, la ingenua pretensión de ocultarse detrás de una pantalla tan elemental se vio frustrada una vez que las autoridades suizas informaron a las españolas quién era el verdadero beneficiario: Fernando Martín Pellejero Brun, un zaragozano treintañero, casado, de oficio mecánico electricista.

Tras hacer un retiro a modo de prueba para cerciorarse de que el FC Barcelona hubiera depositado —como lo hizo— los 100 millones de pesetas convertidos a francos, Pellejero telefoneó a Zaragoza y acto seguido buscó huir en avión a París, pero fue detenido a bordo del taxi que lo iba a trasladar al aeropuerto. De inmediato confesó que tuvo dos cómplices, José Eduardo Sendino Tejel y Víctor Miguel Díez Esteban, al tiempo que reveló el lugar donde mantenían escondido al futbolista: el taller ubicado en el número 13 de la calle Manuel Vicens de la capital aragonesa. En su defensa los tres adujeron el mismo intento de justificación: “encontrarse sin trabajo y con la necesidad de tener que sacar adelante a una familia”.

No sé si Quini era lector o no, y menos puedo saber si antes de su secuestro había leído la última novela que escribió Stefan Zweig antes de que se suicidara en Brasil, huyendo del nazismo, junto con su esposa Lotte Altmann el 23 de febrero de 1943. Pero lo cierto es que Quini, para driblar a la locura, se valió del mismo recurso que utilizó el señor B., el protagonista de la tan breve como extraordinaria Novela de ajedrez del escritor vienés. Porque Quini, al igual que el señor B., en su encierro se puso a jugar en solitario con las torres, los peones, los caballos. “Sólo así podía olvidarme un poco de la tragedia que vivía”, escribe Quini en su libro. En la ficción de Zweig idear jugadas de ajedrez fue lo que mantuvo cuerdo al señor B. En cambio, tengo para mí que por más que tuviera al alcance un tablero cuadriculado y las 32 piezas de ajedrez, lejos de vislumbrar jaques, enroques o mates a la descubierta, durante los largos 25 días de su secuestro lo que Quini imaginó fueron goles. Muchos goles.

Porque una vez liberado, Quini habría de anotarlos todos. Uno detrás de otro, hasta contabilizar 101 para la causa barcelonista en 181 partidos (10 de los cuales fueron seleccionados´ por el club catalán como sus goles top y los puedes ver aquí) . Acumuló un total de 219 en todos los torneos de Liga que disputó, entre los que destaca uno que le hizo con el Sporting al Rayo Vallecano en 1979: un auténtico Van Basten, sólo que facturado nueve años del más celebre tanto del holandés, el que marcó en la final de la Euro de 1988.

Quini se reencuentra con Mari Nieves tras el secuestro (Foto: La Vanguradia)

Después de hacer un llamamiento a favor de la excarcelación de sus secuestradores, de otorgarles el perdón, de rechazar una indemnización económica de cinco millones y hasta de pedirle a Manuel Vázquez Montalbán que en el prólogo a su libro sobre el secuestro “no se meta demasiado con los secuestradores” porque “no eran mala gente”, Quini fue otra vez libre de hacer lo que hizo siempre: sacudir las redes.

De los tres partidos que se ausentó por estar secuestrado, su equipo no pudo ganar ninguno y por eso se rezagó en la lucha por título de Liga, que se terminó llevando la Real Sociedad de San Sebastián. Pero esas tres ausencias suyas no fueron suficientes para que perdiera el cetro de máximo anotador. Nada más recuperar la libertad, puso la asistencia para el gane en el partido de su regreso contra el Real Valladolid y en el siguiente marcó doblete ante el Almería.

Quini terminó ganando el trofeo pichichi la temporada de su secuestro y también el siguiente torneo, erigiéndose así, durante tres años consecutivos, en indiscutido líder de los goleadores del futbol español, no obstante lo cual, por una esas decisiones incomprensibles que a veces toman los entrenadores, el hispano-uruguayo José Santamaría solamente alineó a Quini como titular en uno de los cuatro partidos que España jugó en su mundial, y en dos más lo ingresó de cambio, al salvamento, a sacar las castañas del fuego, cuando la adversidad ya se había cernido sobre La Roja, que se despidió del torneo demasiado pronto (pasó con muchas complicaciones la primera fase y en la segunda empató con Inglaterra y cayó ante Alemania) en contraste con las expectativas generadas por la localía y por la valía de grandes jugadores con los que contaba. Como Quini.

Sobrevivió 37 años a su secuestro. Murió en Gijón por un infarto el 27 de febrero de 2018, a seis meses de cumplir 70 años. Desde el día siguiente, El Molinón, la casa del Sporting, el estadio español más antiguo destinado al futbol profesional, por decisión unánime del ayuntamiento gijonés modificó su nombre a Estadio Municipal El Molinón-Enrique Castro Quini.

fbc.

Fuentes:

Teresa Amiguet, “Quini, el secuestro de un pichichi”, La Vanguardia, 28 de febrero de 2021.

Enrique Castro, Del secuestro a la libertad (pról. Manuel Vázquez Montalbán, Ep. Pedro Ruiz), Barcelona, Planeta, 1981.

Javier Cercas, Anatomía de un instante, México, Mondadori, 2009.

El Mundo Deportivo, “El ‘asesor’: Cuando el futbol y sus hombres cambian”, 26 de junio de 1987, p. 12.

El País, “Los principales secuestros de ETA”, 14 de noviembre de 1982.

Javier Giraldo, “El día que el barcelonismo entró en ‘shock’: 40 años del secuestro de Quini”, Sport, 1 de marzo de 2021.

Lluís Lainz, Puyol. La biografía (pról. Louis van Gaal; epíl. Vicente del Bosque), Barcelona, Córner, 2013, pp. 40-43.

Sergio Levinsky, “Brilló en Boca Juniors y en España, quedó en las puertas de jugar dos Mundiales y trascendió el fútbol al punto de ‘ganar’ un Oscar”, Infobae, 29 de octubre de 2022.

Diego Armando Maradona, Yo soy el Diego… de la gente, Buenos Aires, Planeta, 2000.

Alejandro Prado, “Cuarenta años moldeando ‘guajes’”, El País, 9 de junio de 2018. Alfredo Relaño, “Alexanco, el futbolista más caro de España”, El País, 9 de junio de 1980.

Alfredo Relaño, “Alexanco, el futbolista más caro de España”, El País, 9 de junio de 1980.

Umbral de una era

Por: Farid Barquet Climent.

A José Woldenberg, por quien conocí la obra de Umbral

Media España se santiguaba escandalizada y la otra mitad aplaudía esperanzada: el 15 de octubre de 1975, una actriz de 27 años, María José Goyanes, aparecía sin ropa sobre las tablas del teatro de la Comedia de Madrid durante el estreno de la obra “Equus”. Fue el primer desnudo artístico femenino en España tras siete lustros de dictadura. La noticia seguramente llegó al palacio de El Pardo, y quizá por eso, 35 días después, Franco se acabó de morir.

María José Goyanes (izq.) en la obra teatral ‘Equus’ (foto: Comunidad de Madrid)

En las butacas del teatro de la Comedia no podía faltar el cronista literario de Madrid y su noche, nadie mejor para relatar el acontecimiento: Francisco Umbral, dueño de la pluma más demoledora, escritor tan prolífico como arrogante, convidado habitual a las fiestas de las familias del jet-set, la política y la cultura, que luego retrataba en sus columnas casi siempre con mordacidad, a veces con acidez y otras tantas a punta de insultos, con el arma de la descalificación siempre cargada (si no, que se lo pregunten al exportero de los juveniles del Real Madrid, postrero cantante y vendedor récord de discos en todo el mundo, Julio Iglesias, al que se refería como “Sinatra de Pinochet”).

Francisco Umbral

En aquel octubre del 75 en el que la Goyanes, tal como Umbral escribió en su crónica de aquella función, “tuvo el valor de desnudarse con un par (de ovarios) entre falangistas tempestuosos, políticos recelosos y marquesas a verlas venir”, llegó a las librerías, para no variar, un nuevo libro de Umbral, con título de pasodoble, Suspiros de España, en el que recopiló casi un centenar de artículos periodísticos, en uno de los cuales, para pegar la hebra, se valió de una presencia más recurrente que permanente en su obra, con la que Umbral tuvo, digamos, algunos devaneos: el futbol.

El futbol del que a Umbral le vino en gana soltar una opinión en 1975 no fue el que él había bautizado diez años atrás como “el fútbol caliente de Vallecas”, ese futbol sobre el que volvería a escribir en 1977 cuando el Rayo Vallecano llegó por primera vez a Primera, y del que habría de ocuparse en junio de 2007, dos meses antes de morir, cuando su memoria le dictaba que en la década de los 60 los futbolistas surgidos del barrio obrero eran “el mito erótico de las vallecanas”. Umbral aseguró haber sido del Rayo “toda la vida” y no, como podría suponerse, del Real Valladolid, criado como lo fue en Pucela. “Nunca ha sentido uno, con bastantes años de vallisoletanismo, el zarpazo morado y blanco de la camiseta local”, escribió para aclarar que nunca abrazó al equipo en el que Cuauhtémoc Blanco jugó 23 partidos —cómo olvidar su golazo de tiro libre al Real Madrid de Los Galácticos— y del que hoy es dueño Ronaldo Nazário “O Fenômeno”, bajo cuya conducción el club albivioleta acaba de regresar a la máxima categoría para la Liga 2022-2023.

Umbral bien pudo ser del Atlético de Madrid y no lo fue, a pesar de asistir consuetudinariamente al palco principal del estadio Vicente Calderón, invitado por Jesús Gil y Gil, donde tenía por costumbre acabar “ciego de coñac Torres y sin saber quién juega contra quién”, tal como recordó en su libro Crónica de esa guapa gente.

Si no era del Atlético, menos iba a ser del Real Madrid, del que detestaba las congregaciones multitudinarias para celebrar las conquistas de Ligas ya cantadas, ganadas desde varias jornadas antes de la última. Esos festejos le parecían tan artificiales como desenfrenados y lo llenaban de preocupación por la Cibeles, ya que, aseguraba, “a las diosas míticas de secano más vale no tocarlas demasiado porque luego se les cae la virginidad al charco bañándose en el agua municipal con Beckham”. Del Madrid también le disgustaba la transformación del Bernabéu convertido en “una especie de ciencia ficción acumulativa en su arquitectura camaleónica y mercantil” (y eso que, fallecido el 28 de agosto de 2007, Umbral ya no verá la remodelación que ha durado todo el tiempo que llevamos de pandemia de covid-19).

Ni pucelano ni colchonero ni merengue, Umbral era del Rayo. Se le acendró su rayismo siendo reportero, cuando se metía a los vestidores del estadio de Vallecas, su “ciudad sagrada del proletariat”, para entrevistar a su amigo “Felines”, cantante de regadera —lo testimonia Umbral— y extremo izquierdo hacedor de milagros, capaz de obrar dos ascensos del equipo franjirrojo al circuito estelar del futbol español: uno como jugador, con gol suyo, en la temporada 1976-77, y otro como entrenador en el ciclo 1988-89.

Félix Bardera Sierra, mejor conocido como «Felines» (Foto: A. Vega).

Pero no fue “el fútbol caliente de Vallecas” el que rondaba en la cabeza de Umbral en las postrimerías del franquismo. El que lo movió a escribir de futbol en esos días de incertidumbre fue un futbol al que le sientan a la perfección dos de los epítetos con los que Umbral calificó el histórico desnudo de la Goyanes: “escaso” y transgresivo”. Yo diría que en aquel tiempo era un futbol escaso por transgresivo y transgresivo por escaso. Me refiero al futbol femenino.

En un artículo intitulado precisamente así, “Fútbol femenino”, Umbral escribió:

«El otro día todavía pudimos asistir a un encuentro de fútbol femenino. ¿Qué fue del fútbol femenino? Que se quedó en nada. Mientras nosotros llevamos medio siglo corriendo detrás de la pelota, ellas, que son más listas o más prácticas, decidieron en seguida, nada más probar, que eso de la pelota no conducía a nada. Y lo dejaron».

El casi medio siglo transcurrido desde que escribió el artículo cuyo fragmento acabo de transcribir demuestra que Umbral cayó en un error de percepción. Octavio Paz diría que confundió el crepúsculo con el amanecer. Quizá Umbral no sabía que las futbolistas españolas que, según él, dejaron el futbol durante el tardofranquismo, tardo, pero franquismo, en realidad fueron presionadas para abandonarlo. “Desde la Sección Femenina de Falange se ordenó sabotear cualquier partido o iniciativa en pro del fútbol femenino”, afirma la periodista Mayca Jiménez, autora del libro Yo también quiero jugar al futbol. De acuerdo con el periodista e historiador del futbol Alfredo Relaño, la delegada de esa Sección en Valdemoro, Comunidad de Madrid, fue cesada por desoír la instrucción y apoyar la fundación de un equipo.

Pero ni así desistieron. Ninguno de los obstáculos que les pusieron fue suficiente para que las jugadoras claudicaran: armaron una selección nacional que sobrevivió en la clandestinidad durante nueve años.

Un probable acicate para mantenerse en el empeño quizá lo encontraron en la provocación que les lanzó el entonces presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), José Luis Pérez-Payá, exjugador de la Real Sociedad, del Atlético de Madrid y del Real Madrid, quien declaraba en enero de 1971:

«No estoy en contra del fútbol femenino, pero tampoco me agrada. No lo veo muy femenino desde el punto de vista estético. La mujer en camiseta y pantalón no está muy favorecida. Cualquier traje regional le sentaría mejor».

El “desagrado” de Pérez-Payá no se quedó en el juicio estético. Traspasó al plano de las decisiones institucionales y por eso la primera selección femenil española de futbol de la historia, la que organizó e impulsó el pacense Rafael R. Muga —quien publicó en 2015 el libro Las estrellas olvidadas, en el que homenajea al grupo de jugadoras que conjuntó para aquella epopeya—, tuvo que jugar su partido iniciático, contra a su homóloga de Portugal, sin el aval de la RFEF.

La selección femenil española de futbol ‘clandestina’ (Foto: As)

El 21 de febrero de 1971, en el estadio de La Condomina de Murcia, al árbitro del encuentro entre portuguesas y españolas, el sevillano Antonio Sánchez Ríos, no se le permitió portar el escudo del Comité Nacional de Árbitros (CNA) de la RFEF. Según Relaño, Sánchez Ríos tuvo que pitar “vestido de chándal”, en pants como decimos en México, en buzo como le llaman en Argentina, desautorizado como lo fue a portar el uniforme oficial de los silbantes.

Suscribo, aunque quizá descontextualizada, una de las afirmaciones de Umbral en su nada profética columna sobre el futbol femenil: “la mujer no tiene que aspirar a ser un hombre amateur”. Y es que en aquel tiempo a algunas de las jugadoras que sembraron la semilla del futbol femenil español se les trataba como remedos de los futbolistas varones de la época. Por aquellos días, en México, a Alicia Vargas, la más destacada de las seleccionadas mexicanas que consiguieron el subcampeonato en el primer mundial de futbol femenil, México 71, le decían “La Pelé”. Y algo análogo hacían en España con la portera de aquel primigenio combinado español, la valenciana Mari Carmen Arce, a la que, quizá con la intención de elogiar sus dotes para el juego pero en tácita asunción de que no podía tener un valor intrínseco sino sólo en referencia a un hombre, la apodaban “Kubalita”, por Ladislao Kubala, el responsable principal de que se construyera la casa actual del FC Barcelona, el Camp Nou, porque las 60 000 localidades del viejo estadio de Les Corts resultaron insuficientes para dar cabida al gentío que demandaba boletos para ver jugar al crack húngaro, cuyas actuaciones sobre el verde justificaron que el nuevo recinto ampliara el aforo en 50% (90 000 espectadores albergó el Camp Nou en su inauguración y sucesivas remodelaciones le dan actualmente capacidad para cerca de 100 000). Seguramente Mari Carmen no aspiraba a ser un hombre amateur. Pero así le pusieron: “Kubalita”. Una Kubala amateur.

Lo mismo le pasó a una de las compañeras de la “Kubalita” en aquella selección, la madrileña Concepción Sánchez Freire, a la que todos llamaban “Conchi”, y que vio cómo su mote familiar devino en “Conchi-Amancio”, cual si fuera no más que una mera émula de Amancio Amaro, el dos veces pichichi, campeón europeo de naciones en 1964 y de clubes con el Real Madrid en 1966. Y así se quedó para siempre: “Conchi-Amancio”, como si fuera una Amancio amateur.

Conchi-Amancio lanzándose de palomita (Foto: hoysejuegafem.com)

En este verano de 2022, en que el club Pachuca de México anuncia la contratación de la madrileña Jennifer Hermoso proveniente del FC Barcelona, me pongo a pensar que ese fichaje nunca habría ocurrido de no ser por su causa remota: el deseo tan grande que mostraron la “Kubalita”, “Conchi-Amancio” —que logró contratarse profesionalmente en Italia e Inglaterra—, las otras 17 integrantes de aquella selección fundacional y también otras pioneras, como Inma Cabecerán, que tuvo la iniciativa de convocar a la creación de la rama femenil del Barça en 1970.

Sin ellas España no podría presumir su segundo Balón de Oro: el que merecidamente recibió la mediocampista catalana Alexia Putellas en 2021, 61 años después del que ganara el gallego Luis Suárez en 1960.

Ojalá no tarde mucho en llegar el día en que se escuche, durante la narración televisiva de cualquier partido de la rama varonil, que el futbolista que está a punto de entrar a la cancha es conocido desde niño como “El Putellas” Vázquez o Pérez o García. Sería de justicia.

Alexa Putellas con su Balón de Oro en la ceremonia de premiación (Foto: Mujer Hoy)

Para la Real Academia de la Lengua Española, umbral es el “paso primero y principal o entrada de cualquier cosa”. Por eso digo que aquellas jugadoras españolas representan el umbral de lo que es hoy el futbol femenil español. Y lo hicieron contra todo. Alumbraron una era.

Por eso el valor que tuvieron al dar aquel paso primero y principal merece ser reivindicado como lo que fue en su tiempo: “una proclama democrática y libertaria frente al testamento franquista”, es decir, lo que fue para Umbral el desnudo de la Goyanes.

fbc.

Respuesta histórica

Por: Farid Barquet Climent.

A la memoria de António Ferro, amigo setubalense

En su libro clásico El descubrimiento del mar, J. H. Parry, connotado historiador británico de la navegación, relata que en 1497, un quinquenio después de que Colón, en la búsqueda de llegar a la India, terminara descubriendo América sin saberlo, el rey de Portugal, Manuel I, confió la encomienda de encontrar la ruta más rápida y segura para llegar a la India a Vasco da Gama, un gentilhombre de Setúbal del que no había constancia de que alguna vez hubiera ejercido el mando en alta mar y que por única credencial de pericia náutica tenía la de haber nacido en Sines, que entonces era no más que un puerto de pescadores construido sobre una de las hendiduras hechas en la tierra setubalense por las aguas del Atlántico.

Vasco da Gama zarpó de las orillas del río Tajo el 8 de julio al frente de entre 140 y 170 hombres a bordo de cuatro embarcaciones. Luego de bordear las costas de Marruecos y las Canarias y de hacer escala en Santiago, la más grande de las islas de Cabo Verde, cuando la flota se encontraba a unas cien millas de Sierra Leona —dice Parry— Vasco da Gama “hizo la osada alteración que convertiría su ruta en el modelo de los viajes a la India durante los siguientes trescientos años”, a saber: “meterse en la trampa que para la navegación era el golfo de Guinea, desoyendo así consejos e instrucciones”, maniobra que acabó por ser exitosa porque lo condujo hasta la India, pero que pudo haberlo colocado “a pocos centenares de millas de la costa oriental del Brasil”. Parry lo subraya: “Los europeos aún no conocían esa costa y no hay pruebas de que Vasco da Gama sospechase su presencia”.

Vasco da Gama

Si Vasco da Gama no sospechaba que pudo acabar en las cercanías de una tierra que a partir de 1511 aparece en los mapas bajo el nombre de Brasil, tampoco podía sospechar que ahí en Brasil, con motivo del aniversario 400 del descubrimiento de la ruta de las especias que él trazó, se fundó en Río de Janeiro un club deportivo, inicialmente dedicado a la práctica del remo, que adoptó su nombre como denominación: el Club de Regatas Vasco da Gama, que a cuatro siglos de la muerte del célebre explorador de los mares habría de ser protagonista de otra “osada alteración”, una que cambió el rumbo del futbol brasileño… y mundial.

Creado por inmigrantes portugueses el 21 de agosto de 1898, el Vasco da Gama incluyó en 1915 al futbol entre las disciplinas a ser practicadas por sus integrantes. Compitió por primera vez en la primera división carioca en 1923, luego de haber conquistado el año anterior el torneo de la segunda categoría. En aquella primera incursión en el circuito principal de la Cidade Maravilhosa salió campeón gracias a once victorias, dos igualadas y una sola derrota obtenidas por una plantilla incontenible, integrada por jugadores “negros, mulatos y obreros, arreados en las zonas pobres de la ciudad”, tal como se lee en la web oficial del club.

Escudo del Club de Regatas Vasco da Gama (CRVG)

Más que el verse arrasados por el Vasco, “lo que verdaderamente molestaba a sus adversarios era el origen de aquellos jugadores”, según lo consigna la página de internet del equipo cruzmaltino, apelativo que obedece a la cruz de Malta dibujada en las velas de las naus de Vasco da Gama y que los futbolistas vascaínos llevan en sus camisetas como escudo.

El periodista Mário Filho —cuyo nombre y profesión son la denominación oficial del recinto conocido mundialmente como Maracaná, pero que formalmente se llama “Estadio Journalista Mário Filho” en honor al impulsor de su construcción— sostiene en su libro O Negro no Futebol Brasileiro que “el secreto del Vasco era que se encargaba de mantener a sus futbolistas en un régimen de cuasi internado costeado por el club, estando los jugadores disponibles a tiempo completo”, lo cual contravenía el amateurismo entonces obligatorio, deudor de un ethos aristocrático, de un ideal moral, proveniente de los sportsman ingleses, que concebía al deporte como una práctica desinteresada, tal como lo afirma el sociólogo francés Pierre Bordieu en su ensayo «¿Cómo se puede ser deportista?».

El periodista Mário Filho, impulsor de la construcción del Maracaná y estudioso de la historia social del futbol brasileño, con Pelé

Algunos socios portugueses del Vasco ayudaban a su equipo disfrazando como trabajadores a sus jugadores, dándoles empleo en sus negocios aunque en estricto se dedicaran por entero al futbol. Fomentaban así un profesionalismo subrepticio que no era del todo nuevo, pues de acuerdo con el antropólogo brasileño Sérgio Leite Lopes se tiene noticia de que veinte años antes, en 1904, fue en otro club de Río, el Bangu Atlético Clube, fundado por una compañía textilera inglesa, donde nació “la figura del obrero-jugador: el operario que se destaca menos por su trabajo fabril que por su desempeño en el equipo de la empresa”.

Bajo el argumento de que violaba la prohibición del profesionalismo, los rivales del Vasco buscaron expulsarlo de la competencia. Pero como no encontraron fundamento reglamentario y en consecuencia el intento de expulsión no prosperó, se pusieron de acuerdo para crear en 1924 la Associação Metropolitana de Esportes Athléticos (AMEA) con el propósito de fundar una nueva Liga, en la que podría participar el Vasco sólo si prescindía de sus doce jugadores de raza negra.

José Augusto Prestes, un blanco nacido en Portugal, republicano, antimonárquico e ingeniero graduado en Estados Unidos, que entonces era presidente del Vasco, fue el encargado de redactar y  firmar un documento que marcaría un punto de inflexión: la resposta histórica, la misiva con la que el 7 de abril de 1924 dio una tan enérgica como elegante e inteligente contestación a la decisión de la AMEA adoptada el día anterior y dada a conocer a través de la prensa.

Parry nos cuenta que Vasco da Gama “era mucho mejor comandante que diplomático”. Prestes demostró ser muy buen comandante y también un estupendo diplomático, pues con el número de oficio 261 le hizo llegar al que se refirió como “Excelentísimo Señor Doctor Arnaldo Guilde”, presidente de la AMEA, la comunicación por la cual manifestó que

«En cuanto a la condición de que eliminemos a doce de nuestros jugadores de nuestros equipos, la Junta Directiva de C.R. Vasco da Gama no debe aceptarlo, ya que no estuvo de acuerdo con el proceso porque se hizo una investigación sobre la posición social de nuestros asociados, investigación llevada a un tribunal donde no tuvieron representación ni defensa».

Con resonancias del famoso telegrama que el general Ignacio Zaragoza le dirigió al presidente Benito Juárez para anunciarle el triunfo de las tropas mexicanas sobre el ejército francés en la Batalla de Puebla del 5 de mayo de 1862 (“Las armas nacionales se han cubierto de gloria”), Prestes abogó por sus futbolistas:

«Se trata de doce jóvenes jugadores, casi todos brasileños, al inicio de su carrera, y el acto público que pueda empañarlos, jamás se practicará con la solidaridad de quienes dirigen la casa que los acogió, ni bajo la bandera que tan galantemente han cubierto de gloria».

José Augusto Prestes

Prestes actuó como un buen comandante, no abandonó a sus hombres. Con alto sentido de la gratitud hacia los jugadores que consiguieron el trofeo de campeón, remató la carta afirmando que

«…sería un acto indigno de nuestra parte sacrificar, por el deseo de ser parte de la AMEA, a algunos de los que lucharon por nosotros para tener, entre otras victorias, la del campeonato de futbol de la Ciudad de Río de Janeiro de 1923».

Y concluyó así su escrito:

«Sentimos tener que comunicar a Vuestra Excelencia que desistimos de formar parte de AMEA».

La carta de Prestes surtió efecto, pero no de inmediato. Luego de un año marginado, en el que no pudo defender su título, el Vasco fue finalmente admitido en la AMEA en 1925, con sus jugadores negros.

Por aquella resposta histórica de Prestes, los más de seis millones y medio de torcedores del Vasco viven con el orgullo de saber que su club (que en 2021 naufragó por cuarta vez hundiéndose en la segunda división) fue el pionero en oponerse decididamente a la discriminación racial en el futbol brasileño.

De no haberse dado aquella resposta histórica, quizá nunca habríamos oído hablar de Pelé. En su niñez O’Rei era aficionado del Vasco da Gama, equipo al que le hizo el gol que por décadas se tuvo como el número 1000 de su cuenta personal, el que le anotó de penalti en Maracaná al portero argentino Edgardo Andrada la noche del miércoles 19 de noviembre de 1969.

Gol 1000 de Pelé, contra Vasco da Gama