Por: Farid Barquet Climent.
A Sergio Levinsky
“La pregunta ‘¿qué habría pasado si…?’ siempre ha fascinado a los historiadores”, escribe el historiador inglés Richard J. Evans en su libro Contrafactuales. ¿Y si todo hubiera sido diferente? Preguntas como “¿Y si Hitler hubiera muerto en un accidente de coche en 1930?” o “¿Y si Napoléon hubiera ganado la batalla de Waterloo?” —como lo especuló Víctor Hugo en Los Miserables—, activan nuestra imaginación retrospectiva hasta llevarnos a elucubrar desenlaces distintos de los que realmente ocurrieron.
Si a los historiadores les fascinan preguntas de ese tipo, no se diga a los futboleros, que algo de historiadores llevamos dentro, tan afectos como somos a la memorabilia. En nuestras conversaciones, quien suelta “¿Qué habría pasado si…?” le abre el telón a la formulación de conjeturas que construimos cambiando arbitrariamente algún hecho de la historia balompédica, con el propósito de ponderar la probabilidad de que ésta pudiera haber seguido un derrotero alternativo al que siguió en la realidad.
Hablar de los mundiales siempre es ocasión propicia para semejantes ejercicios contrafactuales. Por ejemplo: ¿qué habría pasado si Werner Liebrich no le hubiera destrozado el tobillo a Ferenk Puskas en el partido de primera fase que enfrentó a alemanes y húngaros en el Mundial de Suiza 54, antes de que se encontraran nuevamente en la final? El cambio de ese solo hecho seguramente llevará a deducir que con Puskas a plenitud la humanidad jamás habría escuchado hablar del Milagro de Berna ni Hungría se habría deprimido hasta borrarse del mapamundi futbolístico.
La muerte de Paolo Rossi el 9 de diciembre de 2020 instaló en los medios y las redes sociales una pregunta contrafactual que de sólo plantearse anuncia su conclusión: ¿qué habría pasado si il cannoniere toscano no hubiera jugado el Mundial de España 82? Respuesta general: Italia no habría sido campeona mundial por tercera vez. Y coincido, pero esa contestación, así enunciada, me dice poco, porque a mi juicio esconde algo más profundo: que el motivo por el que Rossi estuvo a muy poco de no acudir el mundial español, es el que termina por explicar la terza volta dell’Italia.
Con la camiseta de su equipo —el Perugia— empapada por la pertinaz lluvia que la tarde del domingo 23 de marzo de 1980 se precipitó sobre el estadio Olímpico de Roma, Paolo Rossi se dirigía a los vestidores tras otra lluvia que también le había caído encima, una lluvia de goles: el equipo local, la AS Roma, le asestó 4 al equipo de Rossi, conocido como Il Grifo Rampante por el animal mitológico que lleva por escudo: un león alado. En el instante en que sus pasos abandonaban la húmeda grama y sus tachones lo hacían caminar con dificultad sobre el acolchado pero impenetrable tartán de la pista olímpica, a Rossi le cayó de repente, más que una lluvia, una auténtica tormenta: elementos de la policía tributaria de la Guardia de Finanzas se lo llevaron detenido “ante la atónita mirada de los hinchas” —como relata Sergio Levinsky— por órdenes del comandante Gaetano Nanula, el que años después publicaría el prontuario jurídico La lotta alla mafia (La lucha contra la mafia).
¿Bajo qué cargo Rossi fue sacado del estadio a bordo de una patrulla? Un denunciante le imputó haberse prestado tiempo atrás al amaño de un partido de la Segunda División, que terminó en empate a 2 goles entre el Vicenza y el Avellino (cuando Paolo jugaba para el primero), supuestamente para favorecer a una red apuestas clandestinas, trama que, parafraseando la denominación Totocalcio de los juegos de pronósticos futbolísticos de ese país, fue bautizada por la prensa como Totonero: quiniela negra.
Totonero se convirtió en “la novela policiaca” del futbol italiano. Además de Rossi, otros 32 futbolistas fueron procesados. Todos fueron detenidos en la cancha o en los vestidores de los estadios en los que acababan de terminar sus respectivos partidos. “Las detenciones —recuerda Alfredo Relaño— se hicieron así, de forma simultánea, para que no tuvieran tiempo de avisarse unos a otros”. Alguno incluso tuvo que solicitar permiso para bañarse.
La bomba había estallado el primer día de aquel marzo, cuando Massimo Cruciani, un estafador que aparte de estafar vendía frutas en Roma, acudió ante la justicia a dolerse de que sus compinches estafadores lo estafaron en la estafa que tramaron juntos. Cruciani declaró que él y Alvaro Trinca, dueño de un restaurante del que Cruciani era proveedor, les propusieron a jugadores de uno de los dos equipos de Primera División de la ciudad, la SS Lazio, que accedieran a arreglar partidos a los que previamente apostarían para luego repartirse las ganancias. De acuerdo con información compartida por Alfredo Relaño, “el núcleo inicial de jugadores del Lazio fue captando a jugadores de otros clubes”.
Hasta ahí el plan caminaba, “pero no siempre los resultados eran los que ellos pretendían”, por lo que Cruciani y Trinca “comenzaron a endeudarse con prestamistas, y a exigirles a los jugadores las devoluciones de dinero que les entregaban para arreglar los partidos en los casos en los que no se concretaba el resultado pactado”. Hasta que, como recuerda Relaño, “un buen día Cruciani, harto y entrampado ante sus prestamistas, se presentó a la policía y cantó La Traviata”.
Al momento de las detenciones faltaban menos de tres meses para que diera inicio la Eurocopa, que por primera vez habría de disputarse en un solo país y ese país era precisamente Italia. Dada la inminencia del arranque del torneo continental, Relaño interpreta a la distancia que “sólo una sentencia rápida y severa podría restaurar en parte el comprometido crédito futbolístico” de il paese. Antes de que fuera procesado por la justicia pública, el 19 de mayo el comité disciplinario de la liga de futbol (Lega Calcio, como se denominaba entonces) sancionó provisionalmente a Rossi inhabilitándolo para jugar durante 3 años.
Para dar a conocer la noticia, el diario español El País reprodujo un cable de la agencia EFE que resultaría premonitorio:
«La suspensión de Rossi plantea un problema a Enzo Bearzot, seleccionador italiano, pues desde antes del mundial le considera insustituible en el equipo. Rossi fue uno de los jugadores más destacados del Mundial de Argentina. Tras conocer la suspensión, Bearzot dijo que habría que resignarse a jugar la fase final de la Eurocopa sin él» (…).
Y así fue. Rossi se perdió la Eurocopa. Resultado: a pesar de ser anfitriones, los azzurri no pudieron llegar a la final, e incluso perdieron también el partido por el tercer lugar ante Checoslovaquia en penaltis. Bearzot confirmó así que la ausencia de Rossi le restó poder goleador a su equipo, por lo que, más que mover cielo, mar y tierra, se concentró en espolear algunas voluntades con poder dentro de la Federazione Italiana Giuoco Calcio, persuadiéndolas de que, si se mantenía inconmutable el castigo, se privaría a La Nazionale de contar con su futbolista más letal en el Mundial a celebrarse dos años después.
El 19 de julio, a dos días de que se cumpliera el primer mes desde el último partido de la incolora, insabora e ingolora selección italiana en su Eurocopa, el diario El País publicó que
«La comisión de apelación de la Federación Italiana de Fútbol acordó reducir, de tres a dos años, la sanción impuesta por el comité disciplinario de la Liga al delantero centro del Perugia, Paolo Rossi».
Acortada su inhabilitación, persistía una pregunta: ¿en qué condiciones llegaría ya no el goleador, sino el hombre Paolo Rossi, al verano del 82? Porque parar dos años es el fin para casi cualquier futbolista. En estos días de pandemia hemos visto los estragos, las dificultades para volver que acusan tantos jugadores en todo el mundo, y eso que sólo pararon cuatro meses, menos de la cuarta parte del tiempo que Rossi estuvo sin plantarse frente a una portería. Además, durante la pandemia pararon todos los jugadores, todos, mientras que Paolo veía cómo el ayuno que se le aplicaba a él lo alejaba de los que estaban llamados a romperla en el Mundial: dos estrellas latinoamericanas que aun jugaban en sus países, el brasileño Zico y la sensación del primer mundial juvenil, Diego Armando Maradona, al igual que las dos figuras europeas del momento, el francés Michel Platini y el alemán Karl Heinz Rummenigge, quienes día con día aumentaban sus prestigios, pulimentaban sus cualidades y se alimentaban de futbol.
Deportista, humano, Rossi se marchitó. Ajado por la prolongada veda, apenas pudo reaparecer el 2 mayo y jugar “solamente los últimos tres partidos del campeonato italiano con Juventus”, equipo que antes de que le impusieran la sanción hizo válida la opción de compra total de su pase que tenía en el acuerdo de copropiedad con el Vicenza. Desmejorado, “muy flaco, cinco kilos por debajo de mi peso normal” —dijo en entrevista concedida a la revista Bocas del diario colombiano El Tiempo en 2014—, la prensa desaconsejaba su convocatoria al Mundial. Para sorpresa de muchos, para cólera de otros tantos y para aplauso de casi ninguno, Bearzot dejó en suelo italiano al capocannoniere de las dos últimas temporadas de la Serie A, Roberto Pruzzo, e incluyó Rossi en el renglón número 20 de su lista.
Por aquellos días, en Italia todo era división, la esfera política por delante (cuándo no en aquellos lares). El presidente del Consejo de Ministros, Giovanni Spadolini, atravesaba una grave crisis de gobierno. Estaba en gestación la ruptura de la coalición parlamentaria que el Partido Republicano, de Spadolini, tenía con el Partido Socialista de Benedetto “Bettino” Craxi, cisma que se consumó en agosto siguiente y que obligó a la celebración de elecciones anticipadas. En tiempos en que el acuerdo político dinamitó, el llamado de Rossi al Mundial no hizo sino atizar el clima nacional de discordia.
La Liga italiana 1981-1982 tuvo su última fecha el 16 de mayo, mientras que el debut de Italia en el Mundial estaba agendado para el 14 de junio. El tiempo apremiaba: se contaba con menos de un mes para poner a tono al enflaquecido y desencanchado atacante, por lo que hubo que tomar medidas extremas. Así lo recuerda Rossi:
«Fue entonces cuando decidieron alimentarme de manera diferente a los demás y todas las noches, de los 40 días de concentración, pasaban por mi cuarto el cocinero, el médico y el masajista a llevarme un vaso de leche caliente y una porción de torta de manzana, como a los niños, esas eran las creencias de ese entonces. Hoy en día existen regímenes alimentarios más complejos y estudiados, pero en cierta manera me sentía consentido, atendido, y eso me ayudó mucho».
El periodista español Enric González escogió la palabra precisa —además, una palabra italianissima— para retratar lo que fue Italia en el Mundial de España: crescendo. El rendimiento de Italia fue in crescendo partido a partido o, como se dice en el argot, de menos a más. Empate 0-0 con Polonia en el debut, después empate a un gol con Perú y otra vez empate por idéntico marcador con Camerún. Sin ganar, califica apenas a la segunda fase y ahí encuentra su primer triunfo: 2-1 sobre la Argentina de Maradona, Kempes, Ardiles y “Pelado” Díaz. De esos cuatro partidos, Rossi jugó poco más de tres y medio y no había firmado ni un gol. Parecía, nerudianamente, estar como ausente. Pero Bearzot no le retira la confianza y en la quinta partita se destapa Il Bambino D’Oro:
Anota Hat trick para eliminar al Brasil más preciosista y apabullante desde Pelé: el de Zico, Sócrates, Cerezo y Falcão. Luego, doblete contra la Polonia de Boniek en la semifinal. Y en el encuentro definitivo por la Copa del Mundo, contra Alemania, marca el tanto del introito de esa noche en el Bernabéu, el que hizo saltar por primera de tres veces de su asiento al presidente de su país, Sandro Pertini, que vitoreaba desde el palco los goles, tan animado como si cantara Bella Ciao, confirmando el venerable partisano que tiene razón Juan Sasturáin cuando afirma que “nunca somos más verdaderos que cuando nos entregamos a las emociones”.
Acerca de la manera en que se comporta la historia de la humanidad, el gran novelista y biógrafo Stefan Zweig escribió que han de transcurrir “millones de horas inútiles antes de que se produzca un momento estelar”. En el futbol pasa lo mismo. Y Paolo Rossi es prueba de ello. En su mundial, sí, su mundial, porque España 82 no fue, como se esperaba, el Mundial de Maradona (hubo que esperar 4 años más) ni tampoco el de Zico ni el de Rummenigge ni el de Platini, Rossi transcurrió inútilmente, si no millones de horas, sí la inmensa mayoría de los 575 minutos comprendidos en las 9 horas y media que deambuló sobre el pasto de las canchas españolas de Balaídos, Sarriá y Chamartín. Porque a Rossi le bastaron 6 descuidos 6, para dar 6 puntillazos 6, en 3 partidos que escribieron la epopeya de mayor gloria del futbol italiano. Pero antes de esas horas inútiles, hubo otras horas que no lo fueron en absoluto: las 17 520 que transcurrió privado de encontrarse con el balón, las que alimentaron su hambre de rivincita, de revancha. Saberse culpado injustamente fue el carburante de su rinascimento y el fermento de su hazaña reivindicadora: “Mi ha salvato la consapevolezza di essere inocente”.
Reconoció haber conversado unos pocos minutos con el frutero Cruciani a pedido de Mauro Della Martira, su compañero en el Perugia, pero negó tanto haber aceptado la propuesta de participar en el amaño como haber recibido dinero por el resultado. Y yo le creo. Y no por una “duda razonable”, como dicen los abogados penalistas. Porque por más que las investigaciones acerca de cómo opera el pestilente mundo de las apuestas en el futbol italiano sostengan que las componendas han sido tan recurrentes que conforman un sistema paralelo y subrepticio, estoy convencido de que, para hacer lo que hacía Paolo Rossi adentro de una cancha, hay que estar muy enamorado del futbol. Y quien ama así, no traiciona.
Foto: Enzo Bearzot y Paolo Rossi.
Bibliografía y fuentes:
Bohórquez, Erika Melissa, “Paolo Rossi: el orgullo azzurro”, El Tiempo, 29 de mayo de 2014.
Evans, Richard J., Contrafactuales ¿Y si todo hubiera sido diferente? (trad. Guillem Usandizaga), Madrid, Turner, 2018.
El País, “Paolo Rossi, suspendido por el escándalo de las quinielas”, 30 de abril de 1980.
_______, “Rebajada la sanción a Rossi”, 19 de julio de 1980.
Hill, Declan, Juego sucio. Fútbol y crimen organizado (trad. Concha Cardeñoso Sáenz de Miera y Francisco López Martín), Barcelona, Alba, 2010.
Levinsky, Sergio, “Cuando una rebaja de la sanción en las apuestas clandestinas le permitió a Paolo Rossi ganar el Mundial 1982 y alcanzar la gloria”, Infobae, 10 de diciembre de 2020.
Nanula, Gaetano, La lotta alla mafia. Strumenti giuridici, strutture di coordinamento, legislazione vigente, Milán, Giuffrè Editore, 2009.
Relaño, Alfredo, “Totonero: Operación Oikos a la italiana”, El País, 1 de julio de 2019.
Sisti, Enrico, “Giocatori in manette: 30 anni fa lo shock scommesse”, La Repubblica, 23 de marzo de 2010.
González, Enric, “El ‘modelo 82’”, El País, 11 de junio de 2006.
Sasturáin, Juan, El día del arquero (ilust. Fontanarrosa), Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1986.
Storie di Calcio, Paolo Rossi e il lieto fine di una favula spezzata”.
Zweig, Stefan, Momentos estelares de la humanidad (trad. Berta Vías Mahou), Barcelona, Acantilado, 2002.