A propósito del reciente cambio en la presidencia del gobierno español, Farid Barquet Climent relata cómo gracias al futbol el primer Presidente posterior a la dictadura franquista se enteró de su futura investidura
Ocurrió el sábado 26 de junio de 1976. Atlético de Madrid y Real Zaragoza disputaban en el Estadio Santiago Bernabéu la final del torneo que, durante la dictadura franquista y hasta esa noche, se llamó Copa del Generalísimo, y que desde la edición del año siguiente recibe el nombre de Copa del Rey.
Tras la muerte de Franco el 20 de noviembre de 1975, el mando de España pasó a manos de Juan Carlos de Borbón, quien convertido en rey como Juan Carlos I, asistió aquella noche de junio de 1976 al partido entre colchoneros y maños para entregar la Copa al capitán del equipo ganador del encuentro. Pero en el palco principal del Bernabéu el rey hizo algo más que simplemente cumplir con el protocolo de premiación, pues además de galardonar al campeón aprovechó para dejar entrever, sin revelarla totalmente a las claras, una decisión política que poco antes se había convencido de tomar, que materializó e hizo pública una semana después y que marcó el futuro de España.
Por aquellos días el recién ungido monarca quería contar con un nuevo Presidente del Gobierno que sustituyera a Carlos Arias Navarro, quien venía ocupando el cargo desde las postrimerías del franquismo, después de que fuera asesinado el Almirante Luis Carrero Blanco en diciembre de 1973.
Muchos eran los aspirantes —y más los suspirantes— a suceder a Arias. En el Consejo del Reino se barajaron hasta treinta y dos nombres, que luego se redujeron a diecinueve. Pero las opciones entre las que verdaderamente oscilaba Juan Carlos para sustituir a Arias se reducían a dos: el casi septuagenario José María de Areilza y el cuarentón Adolfo Suárez, seis años menor que el rey.
Según Paul Preston —biógrafo de Juan Carlos— aquella noche en el Bernabéu Adolfo Suárez, en la condición que entonces tenía de “ministro a cargo de la Delegación de Deportes, se encontraba sentado junto al Rey”. Fue entonces cuando, “señalando hacia el joven presidente del Real Zaragoza, que contrastaba fuertemente con el presidente del equipo contrincante, Atlético de Madrid, ya entrado en años, Juan Carlos le preguntó (a Suárez) si se había fijado en ‘qué majos son los presidentes jóvenes’”.
No fue en una audiencia en el Palacio Real de La Zarzuela, sino en una de las butacas de honor del estadio del Real Madrid, donde Suárez por fin recibió, apenas cifrado, el mensaje que tanto había esperado del rey y que lo llevaría a tomar parte principalísima en la difícil operación política que paulatinamente desmontó la dictadura y alumbró la moderna democracia española.
Seguramente Suárez no prestó mayor atención al solitario gol de José Eulogio Gárate a centro de Ignacio Salcedo que le dio al Atlético aquella Copa. No tanto porque Suárez era aficionado al Deportivo La Coruña —al que vería desde ese mismo palco ganar esa misma Copa en su edición de 2002, y del que sería nombrado Presidente de Honor y socio número 30,000 cuando el club se impuso llegar a esa cifra con motivo de su centenario; incluso, según información de la agencia efe, el político abulense probó suerte como futbolista en el equipo juvenil del Depor a finales de los cuarenta y principios de los cincuenta— sino porque su mente política estaría desde ese momento ocupada en otros asuntos: ideando cómo sobrevivir tanto a las intrigas de los más rancios franquistas desplazados del banquete del poder como a la desconfianza que su pasado al servicio de la dictadura despertaba en los sectores progresistas.
A principios de los años noventa, más de tres lustros después de aquella conversación definitoria, Juan Carlos I dijo en entrevista con José Luis de Vilallonga que “para tener éxito en ese paso (de la dictadura a la democracia) se necesitaban hombres nuevos, jóvenes, hombres con una visión del mundo que sus mayores no osaban tener”. Incluso afirmó que llegó a sentir: “una necesidad casi física de rodearme de hombres jóvenes como yo”. Y por eso eligió a Suárez.
Aquellas palabras del rey a Suarez en la platea principal del Bernabéu, que en abstracto resultarían anodinas, que fuera de contexto parecerían vacuas pero que auguraban una investidura, sólo podían ser decodificadas y su sentido interpretado si Suárez volteaba a ver uno solo de entre los rostros que esa noche lo circundaban: el de José Ángel Zalba Luengo, entonces Presidente del Zaragoza, el Presidente en el que se vio un Presidente.
Zalba presidía al Zaragoza aquella noche de final de Copa. Tenía entonces la edad de treinta y tres y ocupaba el máximo cargo directivo de su club desde cuatro años antes. Fue él quien contrató a los tres futbolistas legendarios que serían conocidos como Los Zaraguayos por ser los paraguayos del Zaragoza: el mediocampista Saturnino Arrúa y los atacantes Felipe Ocampos y Carlos Diarte, jugadores clave en aquel 1976, año que no pudieron coronar con un título, pero en el que obtuvieron el subcampeonato tanto en la Liga como en la Copa. Por aquellos días Zalba encabezaba también el Comité Organizador del Mundial que España alojaría seis años después.
De esa final por la Copa que su equipo perdió, en la que sin saberlo sirvió como símil para transmitir a su destinatario exclusivo una de las decisiones políticas más trascendentales de aquel tiempo, Zalba recuerda en entrevista concedida a El Periódico de Aragón: “…había mucha presión en el campo… muchos condicionantes. A mí me afectó mucho aquel partido”.
Yo pienso que había más presión en el palco que en la cancha. Y más que en el palco y en la cancha, había sobre todo presión en la calle. Sabemos que Zalba ayudó involuntariamente a liberar esa presión, a canalizarla. Hoy sostiene que le afectó mucho aquel partido, mientras Adolfo Suárez, si aún viviera, tendría que reconocer que fue el mayor beneficiario.
¿Qué ha sido de José Ángel Zalba? ¿Qué hace ahora a sus setenta y cinco años de edad? Como Suárez en sus tiempos de Presidente del Gobierno, hoy Zalba está empeñado en lograr una transición, pero de índole distinta: que la mayoría de los equipos españoles abandonen la naturaleza jurídica que desde los años noventa tienen de sociedades anónimas deportivas (SAD) dirigidas a la explotación del espectáculo, y vuelvan a ser clubes deportivos, dedicados a la práctica y promoción del deporte competitivo. Actualmente, en la Primera División española perviven nada más tres clubes deportivos, los cuales, en ningún momento de su historia, han dejado de serlo: el Real Madrid, el FC Barcelona y el Athletic de Bilbao.
Zalba actualmente es Presidente otra vez: desde hace casi una década encabeza la Federación de Accionistas y Socios del Fútbol Español, que agrupa a más de un cuarto de millón de tenedores minoritarios de partes sociales de clubes. Sus afiliados desean recuperar la incidencia que algún día tuvieron en las entidades que el descomunal poder económico de grandes inversionistas, bajo el parapeto de una supuesta coherencia en la gestión empresarial, les ha arrebatado desde la entrada en vigor de la Ley 10/1990, que creó las SAD y permite que éstas coticen en la Bolsa de Valores.
Zalba opina que el futbol español está financiera y políticamente en un caos. Para salir de éste propone una solución radical: “acabar con las S.A.D”, bajo el argumento de que “ahora son casi todas unipersonales”. En el debate entre sociedades anónimas y asociaciones civiles sin fines de lucro, Zalba se decanta a favor de estas últimas, pues considera que las SAD en ocasiones “adoptan posturas de absoluto menosprecio a miles de personas que, en su día, se sacrificaron y compraron acciones por valor de miles de millones de pesetas que ya están malgastados hace tiempo”, entre otros motivos, porque “en empresas en quiebra no caben sueldos descomunales entre sus dirigentes”.
Creo que Zalba suscribiría una frase del sociólogo inglés David Goldblatt, que conocemos gracias al argentino Jorge Ridao, Presidente del Alumni Azuleño, y a su paisano periodista Ezequiel Fernández Moores: «Los clubes tienen una deuda de lealtad con una comunidad que los antecede».
Misma convicción tienen algunos de quienes se han ocupado de analizar la estructura societaria de los clubes de futbol desde la perspectiva del Derecho: “Un club es mucho más que la ficción de una persona jurídica. Es un lugar o espacio de gran importancia social (…) El vínculo que une a un asociado con el club al cual pertenece es absolutamente diferente al del socio de una de una sociedad comercial de la que forma parte (…) Por eso hablamos de ‘cubes sociales’. Porque son espacios destinados a la sociedad, a la comunidad toda”.
José Angel Zalba apuesta hoy por una gestión de los equipos de futbol que se rija menos por la especulación financiera y más por la participación democrática, “ese sistema de convivencia” que Adolfo Suárez —a quien Zalba sirvió por una noche como involuntario alter ego— deseaba que no fuera, tal como dijo cuando dimitió como Presidente del Gobierno el 29 de enero de 1981, tan sólo “un paréntesis en la historia de España”.
Por Farid Barquet Climent