Sentirse argentino

Por: Ariel Feller.

Con Pérez nos tratamos de usted y nos llamamos por nuestros apellidos. No sé bien por qué se dio de esta manera. Quizás sea porque, aunque parezca que somos amigos de toda la vida, nos conocimos de grandes; entonces no da para andar diciéndonos “viste boludo tal cosa” o “viste boludo tal otra”, como si fuéramos pibitos de los 80. O tal vez sea porque al no tutearnos generamos en nuestras mentes la idea que podemos decirnos cualquier cosa sin perder el respeto que nos tenemos.

Eso de no conocernos desde siempre hace que no sepamos todo del otro. Para colmo, que nuestras charlas siempre estén regadas con cerveza disminuye la chance de incorporar data personal. El alcohol puede fijar grasas, pero lejos está, evidentemente, de hacer lo mismo con la información. De todas maneras y gracias a que me pidió hace un tiempo que le escriba un texto para la solapa de uno de sus maravillosos libros de dibujos, tuvo que contarme cosas de su vida. Así me enteré de que, si bien nació en Laferrere, se trasladó con su familia, a muy temprana edad, a los Estados Unidos.

La reciente muerte de Diego Maradona trajo un nuevo capítulo a nuestra novelita “Descubriendo a mi amigo” porque las redes sociales de Pérez se inundaron de publicaciones sobre nuestro máximo ídolo de la pelota. ¿Qué pasa acá? me pregunté, si siempre fui yo el que de los dos más jode con Diego todo el tiempo. Entonces mi mensaje no tardó en llegar a su celular: “¿Qué le pasa Peréz? ¡Le pegó mal lo de Diego eh!”

Su respuesta que me acomodó un poco los tantos (como acomodaban los tantos las frases de Diego). La trascribo tal cual me llegó:

“Le voy a contar algo, trate de no interrumpir. Estando en yankilandia conocíamos poco de Argentina. Mi viejo tenía una idea bastante boluda de querer yankizarnos. Nos hablaba muy poco de Argentina. En el 86 me llamó mucho la atención un petisito que hacía maravillas en un deporte que apenas conocía (acá no cumplí con su pedido y le pregunté si ese petisito era yo). Los noticieros mexicanos no lo querían mucho y hablaban medio mal de un tal Maradona. Puteaban por un gol hecho con la mano y ninguneaban el que iba a ser el mejor gol de la historia… ¡El Diego fue el primero que me hizo sentir argentino! ¿Entiende o tengo que hacerle un mapa?”

Mientras un par de lágrimas caían sobre la pantalla de mi celular, con un hilo de vos dije: “¿Cómo no voy a entender Pérez? Si a miles de kilómetros a mí me pasó lo mismo”.

Foto: RCN

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Newell’s Old Boys: Fundación de una nación

Por: Farid Barquet Climent.

Howard Fast, el escritor norteamericano perseguido durante el macartismo, narra que “una fresca y agradable mañana de comienzos del otoño de 1774”[1] se presentó, en la casa que tenía Benjamin Franklin en Inglaterra, un hombre pobre, hijo de un corsetero, que se negaba a continuar el oficio paterno para no replicar el anodino destino de su progenitor. Vestido con ropas raídas y con un notorio descuido de su aspecto, aquel hombre que frisaba los cuarenta años acudió al connotado sabio e inventor para que le extendiera una carta de recomendación que le permitiera encontrar una oportunidad de trabajo en América.

Fue esa carta de recomendación, dirigida por Franklin a su yerno radicado en Filadelfia, la que llevó a Thomas Paine a la tierra en la que habría de redactar, con pluma libertaria, sus extraordinarios escritos panfletarios, preñados de persuasión, que galvanizaron el sentimiento independentista que desembocó en la fundación de una nación: Estados Unidos.

Casi un siglo después otra carta de recomendación, con remitente domiciliado también en Inglaterra, desencadenó la fundación de lo que sin exagerar es otra “nación” americana, argentina, más específicamente rosarina: la nación Newell’s. En 1869 Isaac Newell, un joven de 16 años nacido en el condado de Kent, en Rochester, a unos 50 kilómetros al sur de Londres, se embarcó en un buque de carga rumbo al Puerto de Rosario, portando como único equipaje una misiva que debía entregar a Mr. William Wheelwright, desarrollador del ferrocarril en Argentina, para que le diera empleo como telegrafista en la industria de los trenes.[2] En su nuevo oficio, cuya materia prima por definición son las palabras, Newell pronto se familiarizó con las de la lengua local y al poco tiempo se tituló como profesor de su idioma natal. Dio clases en el Colegio inglés y en 1884, junto con su esposa Anna Margaretha Jockinsen, abrieron su propia escuela, el Colegio Comercial Anglo Argentino, primera institución educativa no católica de la ciudad, por la que pasaron varias generaciones de estudiantes que se afanaron en practicar el juego cada vez más popular que les enseñó su mentor inglés en el patio de su sede, ubicada en el número 139 de la calle Entre Ríos.

Fue tal el gusto que el estudiantado le tomó al futbol, que casi 20 años después, el 3 de noviembre de 1903, un grupo de alumnos y ex alumnos del Colegio familiar, encabezado por un hijo de Isaac Newell, Claudio Lorenzo Newell, fundó el Club Atlético Newell’s Old Boys, que adoptó los colores rojo y negro de la institución de enseñanza de la que surgió y por la cual años más tarde retomó la vinculación con su origen escolar, pues desde 1993 cuenta con un plantel de nivel secundaria: el Complejo Integral Educativo Newell’s Old Boys.

Tras hegemonizar la liga rosarina en los primeros treinta años del siglo XX —en los que surgió de sus filas el pionero del éxodo, Julio Libonatti,[3] el precursor de las transferencias trasatlánticas, primer futbolista nacido en América que se enroló en un club europeo[4] al ser contratado en 1925 por el granate[5] de Turín: el Torino Calcio—, en la década siguiente el equipo de los ex chicos de Newell se convierte en el primer campeón citadino de la era profesional, y para los cuarenta logra su internacionalización al ganar 10 de 14 partidos como visitante ante equipos alemanes, españoles, portugueses y belgas, antecedentes exitosos de la gira europea que realizaría en 1955 con resultados igualmente halagüeños. Para entonces, ya abreviado su nombre como Ñuls, destaca en su alineación el mediocampista José “Piojo” Yudica, quien después le daría un campeonato nacional como entrenador en 1988 y posteriormente, junto a Rubén “Ratón” Ayala, formaría parte del cuerpo técnico que ascendió al club Pachuca a la Primera División del futbol mexicano en 1996.

Los años 60 fueron aciagos, de “turbulencia institucional”[6] para el club del Parque de la Independencia, a pesar de lo cual en sus filas apareció un jugador de época, Jorge “Indio” Solari —cuyo hermano Eduardo jugaba para el archirrival Rosario Central—, que al paso de los años dirigiría en México al América.

Hubo que esperar hasta el 2 de junio de 1974 para que llegara el primer título nacional de Newell’s, fecha en que, bajo la dirección de Juan Carlos Montes, salió campeón del torneo Metropolitano al imponerse nada menos que al archirrival citadino, Rosario Central, a domicilio para mayor euforia, en el Gigante de Arroyito. Fue en esos años 70 que vistieron su camiseta cracks del calibre de Héctor Casemiro “Chirola” Yazalde, primer jugador no europeo en ganar la Bota de Oro[7] al anotar 46 goles en una sola temporada para el Sporting de Lisboa; del zurdo Mario Nicasio “Marito” Zanabria, un generador de juego, un regista como les llaman en Italia, que retirado entrenó al Atlas de Guadalajara en la temporada 1992-1993; y de un canterano oriundo de Las Parejas, campeón mundial en México 86, estelar del Real Madrid y de las letras futboleras: Jorge Valdano.

Con las magníficas cartas de recomendación que su buen juego le granjeó, una generación de futbolistas rojinegros arribó a la Liga mexicana en los años 90 para integrarse a un conjunto con los mismos colores e idéntico uniforme. El director técnico Marcelo Bielsa y algunos integrantes del plantel de Newell’s que ganó el título del torneo Apertura 1990 y que salió campeón argentino en la temporada 1990-1991, fueron contratados por el Atlas de Guadalajara. Nombres como Eduardo Berizzo, Christian “Pájaro” Domizzi, Martín Félix Ubaldi, Ricardo Lunari y Mariano Dalla Líbera, fueron el armazón del cuadro tapatío que cobijó el debut de futuros internacionales mexicanos, como Pável Pardo, Oswaldo Sánchez y Jared Borgetti.

Vendrían también a México otras grandes figuras del Ñuls. Al Cruz Azul se incorporaron el portero Norberto Scoponi, segundo jugador con más participaciones en la historia de las siglas NOB con 370 partidos, y Julio Zamora, el extremo de punzantes desbordes que tantas asistencias sirvió a Carlos Hermosillo, el atacante que con sus 294 tantos es el mexicano que más goles ha metido en el país; el Atlas trajo a Darío Franco, que después saldría campeón con el Morelia; Irapuato, Veracruz y Tecos contabilizaron a su favor, entre los 3, casi 90 goles de Jorge Gabrich, campeón goleador en el Mundial juvenil disputado en México en 1983, que ese año fue el elegido por Menotti para reemplazar temporalmente a Maradona en el FC Barcelona[8] después de que Andoni Goikoetxea fracturó el maléolo peroneal[9] del mágico tobillo izquierdo del Diez de Fiorito; los Pumas de la UNAM contaron en momentos sucesivos con Bruno Marioni, último jugador auriazul en conseguir el título de goleo individual del futbol nacional, y con Ignacio Scocco, fino jugador de ofensiva, de esos diferentes, que hacen goles diferentes, como los que anotó hasta casi salir campeón del torneo Apertura 2007 con el conjunto universitario. En el presente, los Tigres de la UNAL tienen a Nahuel Guzmán.

Gracias al magnífico trabajo realizado en fuerzas básicas bajo la guía de Jorge Griffa,[10] en el seno de Newell’s nacieron a la vida futbolística jugadores internacionales de la talla de Abel Balbo, querido como pocos por la afición del AS Roma; Walter Samuel, el argentino que más títulos ha ganado en Italia (aunque nunca pudo ganar una Liga); Leonardo Biagini, campeón mundial juvenil en 1995 y contribuyente de recambio al doblete (Liga y Copa) del Atlético de Madrid en 1996; y Mauricio Pochettino,[11] el entrenador que causó sensación en Europa, primero, al llevar al Tottenham Hotspur a pelear la Premier, y después, al situarlo en la final de Champions en 2019.

Newell’s Old Boys no tiene tantos títulos como otros clubes argentinos, pero lo que sí tiene es mucha historia. Es la institución donde debutó Batistuta,[12] donde se retiró el atajapenales Sergio Goycochea, donde Messi hizo las inferiores y le dedicaron su primera nota periodística,[13] donde Maradona retozó durante 539 minutos repartidos en 7 encuentros antes de jugar su último Mundial,[14] donde se formó la esperanza argentina del presente, Lisandro Martínez, donde es tenido por “ídolo eterno”[15] el actual entrenador nacional de México, Gerardo “Tata” Martino, quien a su vez afirma que “pro­ba­ble­men­te no le al­can­ce la vi­da pa­ra de­vol­ver­le a Newell’s lo que le dio”.[16]

Sospecho que la carta de recomendación que entregó a Mr. Wheelwright, la trajo consigo Isaac Newell desde Inglaterra guardada entre las páginas de un ejemplar de Rojo y negro, la novela de Stendhal. Porque el título de esa obra alude a las pulsiones tirantes que terminaron por imprimirle un temperamento pendular a su protagonista, Julian Sorel, oscilante entre el rojo de la milicia francesa, a cuyo servicio lo inclinaba su admiración por Napoleón, y el negro de la vida monástica, cercana a su vocación de preceptor. En Newell’s Old Boys el rojo, guerrero, y el negro, reflexivo, como los pensaba Stendhal, no aparecen como extremos irreconciliables sino como la combinación virtuosa de combatividad e inteligencia. Y quizá por eso, cuatro años antes de morir a los 54 años, Isaac Newell los puso a convivir a partes iguales dentro del contorno curvilíneo del sobrio escudo de su equipo, cuyos seguidores en Rosario hoy conforman una legión tan grande que raya en una auténtica nación.  


[1] Howard Fast, El ciudadano Tom Paine, Barcelona, Seix Barral, 1999, p. 11.

[2] Rafael Bielsa y Eduardo Van del Kooy, Cien años de vida en rojo y negro: el nuevo libro de Ñuls,Buenos Aires, 2003, p. 13.

[3] Libonatti fue factor para que, en 1921, la selección argentina ganara en casa su primer título del campeonato sudamericano, que equivale a la hoy Copa América. Tras anotar el gol del triunfo en el partido decisivo, fue llevado en hombros desde la cancha de Sportivo Barracas hasta la Plaza de Mayo. Véase Luis Prats, La crónica Celeste. Historia de la Selección Uruguaya de Fútbol: triunfos, derrotas, mitos y polémicas (1901-2011), Montevideo, Editorial Fin de Siglo, 5ª ed., 2011, p. 47.

[4] Matías Rodríguez, “Julio Libonatti: Goleador de exportación”, El Gráfico, 18 de noviembre de 2014.

[5] El rojo granate que tiñe la camiseta del Torino Calcio (que en 2005 cambió su denominación a Torino FC) fue elegido en homenaje a la Brigada Savoia, la que en 1706, es decir, 200 años antes de la fundación del club, adoptó como insignia un pañuelo del color de la sangre, en honor del mensajero de la Brigada que cayó muerto tras llevar al pueblo de Turín la noticia de la liberación de la ciudad, que se encontraba sitiada por tropas francesas. Véase Alberto Manassero, Il Grande Torino. Gli Inmortali (pref. Franco Ossola), Rímini, Diarkos, 2019.

[6] Bielsa y Van del Kooy, Cien años de vida en rojo y negro, op. cit., p. 39.

[7] El premio Balón de Oro se instauró en 1968. Desde entonces se otorga al jugador que haya anotado más goles en una sola temporada de Liga de algún país europeo. Antes que Yazalde lo ganaron el portugués Eusebio (1968 y 1973), el búlgaro Petar Zhekov (1969), el alemán Gerd Müller (1970 y 1972) y el yugoslavo Josip Skoblar (1971). En la entrega correspondiente a la temporada 1973-1974 Yazalde superó los 36 goles del austriaco Hans Krankl, del Rapid Viena, así como los 30 tantos marcados por los alemanes Gerd Müller y Jupp Heynckes, del Bayern y del  Borussia Mönchengladbach, respectivamente, así como por su compatriota argentino Carlos Bianchi, del Stade de Reims. Después de Yazalde tendrían que pasar tres lustros para que otro no europeo, y también latinoamericano, lo recibiera: el mexicano Hugo Sánchez, primer futbolista en obtener ese galardón jugando para un equipo español.

[8] El País, “El argentino Gabrich ocupa la plaza de Maradona en el Barcelona”, 24 de octubre de 1983.

[9] Mundo Deportivo, “¡Maradona, al quirófano!”, 25 de septiembre de 1983.

[10] Jorge Griffa, 39 años en divisiones inferiores, Buenos Aires, Continente, 2013.

[11] Para convencer a los Pochettino de que Mauricio, de 14 años en 1986, se incorporara a Newell’s, Marcelo Bielsa y Jorge Bernardo Griffa, entonces entrenadores de divisiones inferiores, acudieron al domicilio familiar a una hora en la que estaban seguros que sus habitantes ahí se encontrarían: una madrugada. A pesar de haber despertado intempestivamente a sus integrantes, el “poder de persuasión” de los dos técnicos resultó eficaz: dos años después Mauricio debutó en Primera y en 1994 se marchó al RCD Español de Barcelona (que todavía se llamaba así, pues el año siguiente cambió su nombre a su traducción catalana: Reial Club Desportiu Espanyol), para el que jugó 9 temporadas con un paréntesis de 3 en la liga francesa, en la que defendió los colores del París Saint Germain y del Girondins de Bordeaux. Véase Cristian Grosso, Futbolistas con historia(s) 2 (pról. Ariel Scher), Buenos Aires, Al Arco, 2008, p. 40.

[12] Gabriel Omar Batistuta Zilli se resistía a jugar futbol. Le gustaba más el basquetbol. Empezó a jugar futbol organizado hasta los 16 años en su natal Reconquista, provincia de Santa Fe. Un día la selección nacional juvenil de Argentina (que integraban, entre otros, Fernando Redondo y Hugo Maradona, hermano de Diego) jugó un amistoso contra un combinado de Reconquista. Ganaron los santafecinos gracias a 2 goles de su renuente centro delantero: Batistuta. Tan destacada actuación intensificó la insistencia de Jorge Bernardo Griffa, entrenador de inferiores de Newell’s, para que se incorporara al club. Finalmente aceptó y se puso a las órdenes de Marcelo Bielsa, que entonces dirigía al equipo de la división 4ª especial (véase Cristian Grosso, Futbolistas con historia(s) (pról. Ezequiel Fernández Moores), Buenos Aires, Al Arco, 2007, p. 63-64). Tras debutarlo en Primera, los rojinegros rosarinos sólo pudieron retenerlo una temporada. En 1989 pasó a River Plate, con el que salió campeón dirigido por Daniel Pasarella, y al año siguiente se mudó al archirrival Boca Juniors, con el que, a pesar de que sus primeros 6 meses fueron difíciles, también salió campeón al ganar el Torneo Clausura de 1991, año en que emigró a Italia contratado por el Fiorentina. Con la maggia viola fue capocannionere en la temporada 1994-1995. Batistuta es el futbolista que más goles ha marcado en la historia de la Serie A italiana: 152 entre 1991 y 2003. Máximo goleador de la Copa América 91 disputada en Chile, fue artífice de la conquista del título de campeón continental, que repetiría el representativo de su país 2 años después, en Ecuador 93, gracias a dos tantos de Batistuta en la final contra México. Argentino con más goles en mundiales (10), es el único jugador en la historia de las Copas del Mundo en anotar hat trick en dos ediciones. Sus 56 goles con la camiseta albiceleste le valieron ostentar durante 14 años el récord de más tantos anotados para la selección argentina, hasta que en 2016 lo rompió el que rompe todas las marcas: otro surgido de Newell’s, Lionel Messi. 

[13] Érica Pizzuto, “Hoy presentamos: Lionel Andrés Messi, un leprosito que se las trae”, Pasión, suplemento del diario La Capital, 3 de septiembre de 2000, p. 9.

[14] Tras cumplir la primera de las 2 suspensiones de 15 meses que le impuso FIFA al dar positivo por doping, en 1993 Maradona regresó a jugar a la Liga argentina luego de 9 años en que militó en clubes europeos: FC Barcelona (1982-1984), Nápoles (1984-1992) y Sevilla (1992). La empresa privada Torneos y Competencias se había hecho de los derechos de transmisión televisiva de los partidos del futbol argentino, por lo que quiso tener de vuelta en el país al ‘10’ de Fiorito. El primer club que exploró la posibilidad de repatriarlo fue el club de sus orígenes, Argentinos Juniors, que bajo la presidencia de Luis Veiga cometió la infructuosa osadía de abandonar durante una temporada el barrio bonaerense de La Paternal para instalarse en otra ciudad (cual si fuera una franquicia de la nfl o un equipo del futbol mexicano), Mendoza, mudanza que naturalmente no trajo ningún beneficio, pero en su momento Veiga quiso coronarla con el regreso de Maradona. Al presidente del Argentinos convertido artificialmente en mendocino se le adelantó su homólogo de Newell’s, Walter Cattáneo, quien solicitó a Torneos y Competencias fungir como garante del contrato del campeón mundial en México 86 para persuadirlo de incorporarse al conjunto de Rosario. El factor determinante para materializar su llegada fue la goleada 0-5 que sufrió la selección argentina en casa durante la eliminatoria rumbo al Mundial Estados Unidos 94 a manos del representativo de Colombia, lo que motivó que tuviera que apurarse la vinculación de Maradona con algún club para ponerlo en aptitud de participar en el repechaje contra Australia, en el que Argentina habría de conseguir su lugar en la fase final de la Copa del Mundo. La inclusión de Maradona en la selección para los dos partidos ante los socceroos supuso desplazar de la albiceleste a un referente de Newell’s, Julio Zamora, quien una vez que se logró el objetivo de calificar al equipo nacional al Mundial recibió una llamada de Maradona, conversación que de acuerdo con el testimonio del “Negro”, fue así:  “‘En afa (Asociación del Fútbol Argentino) hay un cheque que se da por clasificar al Mundial, la mitad es para vos: vos te comiste las eliminatorias, la Copa América y yo jugué dos partidos nada más. Entonces, la mitad es tuya y la mitad es mía’, me dijo.  A los seis meses pasé por AFA y estaba el cheque firmado por Diego”. Véanse Federico Cristofanelli, “Los detalles desconocidos de la vuelta de Diego Armando Maradona al fútbol argentino en el 93”, Infobae, 13 de septiembre de 2020, y Axel Rolón, “Maradona y Zamora: el llamado de Diego para jugar juntos”, Planeta Newells, 17 de mayo de 2020.

[15] Bielsa y Van del Kooy, Cien años de vida en rojo y negro, op. cit., p. 166.

[16] Ignacio Levy y Marcelo Orlandini, “Los 100 años de Newell’s”, El Gráfico, 2003.

Mirando al Azteca

Al Doctor Sergio Olvera Cruz

Por: Farid Barquet Climent.

Séptimo piso del Hospital Nacional de Cardiología, al sur de la Ciudad de México. Son más o menos las 10:00 horas de la mañana del miércoles 25 de noviembre de 2020. Estoy en la sala de espera, haciendo lo que se tiene que hacer en una sala de espera: esperar. En mi caso, esperar información. Información sobre el estado que guarda un corazón.

Mientras miro a través de los enormes ventanales la espectacular vista dominada por el majestuoso estadio Azteca, de repente me llega una información que nada tiene que ver con la que estaba esperando. Es una información que me llega de afuera del hospital, no de adentro. Es mi argentino favorito quien me informa vía WhatsApp: “Acabo de enterarme que murió Maradona”. La noticia de la muerte de Maradona, el superhéroe que se salió de los cómics (como dice otro buen amigo argentino), me sorprende así, mirando al Azteca.

Maradona, que desde el Azteca me hizo querer al futbol con el corazón, se muere porque se le para el corazón en el mismo momento en el que el ser humano que me acercó al futbol con todo su corazón, mi superhéroe en casa, el que supo que el futbol puede ser una forma de decirnos que nos queremos sin decírnoslo, el que a mis seis años me llevó por primera vez al Azteca a conocerlo por fuera pocas horas después de que terminó la inauguración de aquel Mundial en el que Maradona habría de consagrarse, avanza exitosamente en salir avante de un problema en su corazón.

Aquella mañana el superhéroe de las canchas ya no pudo gambetear a la muerte, como cantaba Bersuit, mientras que el superhéroe de casa tiene todavía muchos partidos por jugar.

Cosas del corazón. Mientras tanto el mío, atravesado por la tirante simultaneidad de esas dos informaciones, en aquel instante sólo atinó a ordenarle a mis ojos que dejaran brotar unas lágrimas… mirando al Azteca.

Foto tomada por el autor con su celular, mirando al Azteca.

Atlante: La distancia no es el olvido

Por: Farid Barquet Climent.

Mañana domingo el Atlante pondrá punto final a una estancia de 13 años lejos de su casa, la Ciudad de México, al recibir en la capital del país a los Leones Negros de la Universidad de Guadalajara dentro del torneo Guard1anes 2020.

El mote “Equipo del pueblo” que acompaña al Atlante no es un eslogan que se le haya ocurrido a un publicista. Lo fraguó la tradición y lo acuñó el periodismo. Es mucho más que una frase: es la expresión sintética del arraigo de los Potros de Hierro entre los sectores populares.

En los años 30 y 40 del siglo XX, los clubes Asturias y España, tal como lo evidenciaban sus denominaciones, estaban vinculados a la colonia española radicada en la capital; el Necaxa cosechaba seguidores en el gremio electricista y el América gozaba de simpatías en estratos socioeconómicos privilegiados, aunque después su afición se expandió hasta atravesar todos los estamentos una vez que lo adquirió el consorcio televisivo dominante. Pero el que animaba los fines de semana de obreros y pequeños comerciantes era el Atlante, que a pesar de tortuosas mudanzas a otros lares siempre ha conservado un enclave de identidad territorial: la capital de México. Si un equipo chilango existe, ese es el de los Potros de Hierro.

En 1916, dos hermanos que inmigraron a la capital provenientes del Estado de Querétaro, Trinidad y Refugio “Vaquero” Martínez, fundaron un equipo al que primero llamaron Sinaloa, como la calle de la colonia Condesa sobre la que se ubicaba la cancha llanera en la que jugaron sus primeros partidos, cercana al rancho La Nopalera, en los límites con el pueblo de Tacubaya. Después lo denominaron Lusitania y luego U-53 (supuestamente en honor a un submarino que se usó en la Primera Guerra Mundial), hasta que finalmente se decantaron, en 1920, por el nombre definitivo, Atlante, cuya primera década quedó marcada por el primer ídolo futbolístico atlantista, el interior izquierdo Juan “Trompo” Carreño, anotador en la Olimpiada de Amsterdam 1928 del primer gol mexicano en juegos olímpicos, y autor también, en Uruguay 30, del primer tanto nacional en Mundiales.

El estreno del Atlante en la Liga Mayor, la de la entonces Federación Central, equivalente a la hoy Federación Mexicana de Futbol, tuvo lugar hasta 1927. Algunos historiadores sostienen que el populoso equipo tuvo que someterse a partidos de prueba antes de ser aceptado, aunque otros estiman que esa versión es un mito. Lo cierto es que un año antes de su ingreso al circuito estelar el Atlante se midió ante los principales equipos del momento gracias a que en los tres años previos se enseñoreó como campeón de la Liga Spalding, fundada en 1918 por el sueco Pablo Alexanderson para que en ella compitieran equipos de barrios populares que no podían pagar la cuota exigida para el ingreso a la Liga de la Federación. Además, el año anterior el Atlante había representado a México en los primeros Juegos Deportivos Centroamericanos. Hayan sido o no a modo de exámenes de admisión, venció al Toluca 7-3 y luego al entonces campeón América, al que superó 2-1 el 15 de agosto de 1926. Aprobado con creces, el conjunto que ese año empezó a vestir de azulgrana debutó en la división máxima el 9 de octubre de 1927 en un encuentro contra el Necaxa, que terminó empatado a 2 goles y que marcó el inicio de un clásico de época. Porque su primer título de campeón lo consiguieron los Potros de Hierro en 1932, bajo la dirección del español Miguel Tovar Mariscal, precisamente tras derrotar en una serie de 4 partidos al Necaxa, que el año siguiente se cobraría revancha adjudicándose el cetro. La alineación del primer Atlante campeón la conformaron Luis Garfias, Alberto “El Serio” Islas, Agustín “El Compadre” Pérez (que además fungía como tesorero del equipo), Rafael “La Pipisca” Durán, los hermanos Felipe “Diente” y Manuel “Chaquetas” Rosas, Fernando “Patadura” Rojas, los hermanos Gabriel “La Nacha” y Felipe “La Marrana” Olivares, Dionisio “Nicho” Mejía y Juan “Trompo” Carreño.

La primera Copa del Mundo de la historia, Uruguay 30, la ganó la selección anfitriona. El club del que provenían 4 de sus integrantes, el Bella Vista de Montevideo, enfrentó al Atlante el 8 de marzo de 1931 luciendo en su alineación a rutilantes estrellas,  como José Nasazzi, “El Mariscal”, el futbolista que creó la figura del capitán de equipo y que en esa condición lideró a sus compañeros del representativo nacional uruguayo hasta conseguir en 1924 y 1928 dos medallas de oro olímpicas más el título mundial en 1930, en cuyo honor fue bautizado con su nombre el estadio del Bella Vista y que alternó aquella tarde ante la oncena azulgrana con otros también campeones mundiales, como Miguel Ángel Melogno y Pablo Dorado, que contra los potros mexicanos jugaron reforzados por otros dos integrantes de la selección celeste, Héctor “Manco” Castro y “La Maravilla Negra” José Leandro Andrade, quienes jugaban para el club Nacional de la capital charrúa. El Bella Vista, con todo y sus flamantes primeros ganadores de la Copa Jules Rimet, mordió el polvo en la Ciudad de México: el Atlante fue el vencedor por marcador 3-2.

La maltrecha economía atlantista obligó a recurrir, a mediados de los 30, a la protección del jefe de la policía de la Ciudad de México: el entonces todavía Coronel José Manuel Núñez, bajo cuya gestión, en los albores de los 40, los Potros ficharon a un ariete español, Martín Vantolrá, ex integrante del Real Club Deportivo Español de Barcelona y del Fútbol Club Barcelona y además secretario general del sindicato de futbolistas catalanes, quien tras la guerra civil española, gracias a la política de asilo del presidente Lázaro Cárdenas del Río, se exilió en México, a donde vino a jugar una gira con los azulgranas mediterráneos, pero de donde ya nunca se fue, pues se quedó para siempre entre nosotros, primero militando una sola temporada en el club España e inmediatamente después, durante toda una década, hasta su retiro en 1950, portando la camiseta azulgrana del Atlante, cuya oncena contó con la contribución decisiva de Vantolrá para la conquista de un título enseguida de su incorporación: el de campeón de Liga 1940-1941, junto a Raúl “Pipiolo” Estrada, Benjamín Alonso, Carlos Laviada, Antonio “Peluche” Ramos, Alberto “Caballo” Mendoza, Alfredo Hidalgo, Leonardo “Chanclas” Zamudio, José “Margarita” Gutiérrez, Ignacio “Calavera” Ávila y el costarricense Antonio Hütt, dirigidos por Luis Grocz.

El 8 de febrero de 1942 los atlantistas lograron otra hazaña internacional. Los clubes azulgranas de México y de Argentina, los entonces subcampeones de sus respectivas Ligas, el Atlante y el Club Atlético San Lorenzo de Almagro, se enfrentaron en el único partido que el equipo del barrio bonaerense de Boedo perdió durante su gira de 10 partidos por tierras mexicanas, en la que superó 1-2 al Necaxa, a la selección de Jalisco dos veces —la primera 0-1 gracias a un gol de Isidro Lángara, que después sería ídolo en México jugando para el Real Club España, y la segunda por goliza 1-9— y le propinó una tremenda goleada a un combinado de Irapuato 0-12 en la ciudad fresera. En la cancha del desaparecido Parque Asturias de la Ciudad de México —convertido desde los años 60 en tienda de autoservicio— los Potros se impusieron por marcador 5-3 a aquella oncena en la que destacaba el ítalo-argentino Mateo Nicolau —que se quedaría en México, primero con el América y después durante tres temporadas en el Atlante, antes de emigrar al FC Barcelona y luego volver para poner fin a su carrera con el Zacatepec— junto a otras figuras, como Salvador Grecco y Rinaldo Fioramonte Martino, conjunto que por su juego arrollador motivó que desde entonces al club se le apode “El Ciclón”, buena fama que fue llevada a Europa a finales de 1946 y principios de 1947 para enfrentar una exitosa serie de 10 partidos en España y Portugal, en la que salieron triunfantes en la mitad al ganarle 2 veces a la selección española merced a 13 goles que le anotaron entre los 2encuentros, goleando al representativo portugués 4-10, imponiéndose 1-4 al Atlético Aviación —hoy Atlético de Madrid— y venciendo por marcador 9-4 al Porto.

El torneo 1945-46 marcaría un hito: la delantera atlantista conformada por Vantolrá, Nicolau, el ídolo nacional Horacio Casarín, el también mexicano Ángel “Angelillo” Segura y el costarricense Rafael “Tico” Meza, anotó 105 de los 121 goles marcados por todo el equipo en los 30 partidos de la temporada, promediando 4 dianas por encuentro. El año siguiente esa ofensiva fue la clave en la consecución del primer trofeo de campeón de Liga en la era profesional que el Atlante tiene en su haber.

Treinta años después, lejos de la tutela del ya para entonces General Núñez, —que habría de fallecer el año siguiente—, mientras su propietario era el empresario editorial Fernando “Fernandón” González —al que se le atribuye la idea de sustituir por Juanito 70 a Pico, la mascota diseñada originalmente para el Mundial de 1970 por el estadounidense Lance Wyman, autor de la identidad gráfica de los Juegos Olímpicos México 68 y del Metro de la Ciudad de México—, el Atlante descendió el 29 de julio de 1976. Regresó a la más alta competencia un año después, dirigido por José “Che” Gómez, invicto durante su breve estancia en la Segunda, y en el otoño de 1978 cambió de manos. La historia del traspaso le fue contada a quien esto escribe por su principal protagonista: Arsenio Farell Cubillas, director general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de 1976 a 1982. Afuera del salón de clases en el que impartía cátedra de Teoría General del Proceso a futuros abogados —entre ellos yo— a principios de los años 2000, Farell recordaba que el presidente de la república en la segunda mitad de los 70, José López Portillo, estaba molesto por los adeudos de cuotas a la seguridad social acumulados por un sinfín de patrones, por lo que ordenó a Farell que abriera créditos fiscales, o sea, expedientes de deuda, a morosos ricos y famosos para que la cobranza de sus débitos hiciera escarmentar en cabeza ajena al resto del empresariado nacional. En consecuencia, Farell instruyó que le reportaran una lista de patrones incumplidos. En la relación aparecía un nombre que de inmediato llamó la atención del funcionario: “Fernandón” González. Requerido en las oficinas de Paseo de la Reforma 476, el dueño de Litográfica Juventud reconoció ante Farell: “debo no niego, pago no tengo”. “¿No tiene? ¿Acaso no es usted dueño del Atlante?” —replicó Farell.

Fue así como, a modo de dación en pago, el 10 de octubre de 1978 el Atlante pasó a formar parte del patrimonio de la mayor institución nacional de seguridad social. En los años siguientes el Atlante-IMSS incorporaría a su nómina a una pléyade de estrellas extranjeras: al máximo goleador histórico del futbol mexicano, el brasileño Evanivaldo Castro “Cabinho”, que venía de salir campeón romperredes con los Pumas de la unam los últimos 4 torneos y que como azulgrana mantendría ese cetro 3 años más; al argentino Rubén “Ratón” Ayala, mundialista en 1974, referente del Atlético de Madrid campeón intercontinental en 1974; al polaco Grzegorz Lato, Bota de Oro mundial en Alemania 74; y al argentino Ricardo Antonio Lavolpe, campeón mundial en 1978 como tercer guardameta de la selección argentina, retirado en México en otro equipo del IMSS, el Oaxtepec, e importado por el Atlante en 1979 directamente desde otro viejo proveedor azulgrana, el Club Atlético San Lorenzo de Almagro, del que es el socio número 88235N-0 Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco.

En cuanto Farell dejó el IMSS para ocupar el cargo de secretario del Trabajo y Previsión Social, el Atlante pasó a otra entidad gubernamental, el Departamento del Distrito Federal, hoy Gobierno de la Ciudad de México, lo que marcó su mudanza al estadio de la Ciudad de los Deportes, que de inmediato fue bautizado como Azulgrana. Sobre la grama del recinto de Indiana 255 una generación de jóvenes mexicanos escribiría algunas de las páginas más gloriosas en la historia atlantista. Fueron tiempos en que la propiedad del club volvió a ser detentada por particulares, adquirido primero por el vendedor de automóviles Juan Mata, después por el fabricante de artículos deportivos José Antonio García y más tarde por el empresario televisivo Alejandro Burillo Azcárraga. Nombres como Félix Fernández, Guillermo Cantú, César “Chispa” Suárez, Luis Miguel Salvador, Mario García, José Guadalupe “Profe” Cruz, Roberto “Demonio” Andrade, Tomás Cruz, Raúl “Potro” Gutiérrez, evocan ese Atlante campeón 1992-1993, mayoritariamente hecho en casa, cuya alienación recita de memoria la grey atlantista, que después se encariñaría también con los planteles que acaudillaron los sudamericanos Sebastián “Chamagol” González y Luis Gabriel Rey, y más tarde, también con el que conquistaría un nuevo título en 2007, el que integraban, entre otros, Federico Vilar, Javier Muñoz Mustafá, David Toledo, José Joel “Chícharo” González, Christian “Hobbit” Bermúdez, Giancarlo Maldonado y Gabriel Pereira, el habilidoso mediocampista que para celebrar sus goles se ponía la máscara del “Místico”, el acrobático luchador del pancracio capitalino.

En 2020 el grupo empresarial encabezado por Emilio y Felipe Escalante ha hecho posible el regreso del Atlante a la Ciudad de México. Con todo acierto la presidencia deportiva del club ha sido confiada a un exfutbolista oriundo de la ciudad, Jorge Santillana, destacado delantero surgido en los años 90 del trabajo con jóvenes que ha caracterizado a los Pumas de la UNAM; mientras que como Director Técnico del plantel ha sido designado un integrante del Atlante histórico de mitad de los 90, Mario García, que en años recientes ha dirigido equipos de la División hoy de Expansión y que fungió como auxiliar técnico de Diego Armando Maradona a su paso por el futbol de nuestro país.

“Dicen que la distancia es el olvido, pero yo no concibo esa razón”, reza el bolero de Roberto Cantoral y de esa misma convicción es la fiel afición atlantista, la que a pesar de la distancia nunca arrojó a sus Potros a las fauces del olvido.

Foto: Atlante FC

Sevilla: El trabajo detrás del éxito

Por: Farid Barquet Climent.

La portería es la escuela ideal para ser entrenador: la mayor parte de un partido el cancerbero observa a distancia. Pero si además de portero toca ser el suplente, el aprendizaje se multiplica. Porque a diferencia de cualquier otra posición, el portero no puede rebuscarse una oportunidad en otro puesto de la alineación. Mientras a un extremo puede llegarle su oportunidad habilitado como lateral, o un central que sabe salir jugando puede devenir en mediocampista de contención, el portero sólo puede jugar de portero. Y para colmo, por reglamento no puede haber más que uno. De ahí que el suplente sólo pueda participar por expulsión, lesión o sensible baja de juego del titular. Su ingreso a la cancha nunca obedecerá a un ajuste táctico. Si a alguien le ajusta el calificativo de suplente, es a él.

Privados de incidir en el juego, los porteros suplentes se resignan a que la banca les recompense con aprendizaje. Por eso algunos de ellos, tras pasarse la mayor parte de sus carreras viendo partidos desde los márgenes del campo, se convierten después en laureados entrenadores. Sin estar propiamente dentro pero tampoco del todo fuera, sentados más tiempo que ninguno de sus compañeros en ese mirador sin parangón, de tanto esperar su turno terminan por desarrollar capacidades analíticas que los preparan para algún día asumir el timón.

Un discreto portero español de los años 90, que en las primeras 5 temporadas de las 7 que militó en Primera División jugó solamente 9 partidos, supo explotar las posibilidades pedagógicas de la banca y basar en las lecciones ahí aprendidas una de las más exitosas gestiones de un directivo contemporáneo en el futbol europeo. Nacido en Cádiz en 1968, Ramón Rodríguez Verdejo, “Monchi”, Director Deportivo del Sevilla Fútbol Club de 2000 a 2017 y de 2019 a la fecha, fue el eterno suplente de Juan Carlos Unzué, dueño inveterado del arco sevillista de 1990 a 1997. La temporada 1996-1997, la única en que “Monchi” tuvo más apariciones que Unzué, el equipo descendió, y ni siquiera durante la siguiente en Segunda División le fue confiada la titularidad, por lo que acabó retirándose a los 28 años al finalizar la campaña 1999-2000.

Su decisión de no volverse a poner los guantes coincidió en el tiempo con una de las peores crisis institucionales de la historia del Sevilla. La entidad recibió el nuevo milenio agobiada por deudas y sin disponer de los recursos más elementales para la práctica deportiva. En vista de que no tenía dinero para contratar a un directivo experimentado, el presidente en turno, Roberto Alés, pensó en Monchi para ocupar la dirección deportiva: “Me ofrecieron el cargo y acepté lo mismo que si me hubieran dicho que me dedicase a pintar las rayas del campo. Sabía lo mismo de una cosa que de la otra. El club era un auténtico desastre y yo me veía obligado a hacer de todo”, dice el gaditano en las páginas del libro El Método Monchi: Las claves del sistema de trabajo del rey Midas del fútbol mundial, escrito por el periodista Daniel Pinilla.

A dos décadas de aquellos días en que no tenía ni balones, el Sevilla es hoy, gracias a “Monchi” y sus colaboradores, uno de los equipos más estables, rentables y ganadores del viejo continente. Hoy ganó por sexta vez la UEFA Europa League, convirtiéndose en el equipo que en más ocasiones la ha ganado. Las 5 anteriores las conquistó en un lapso de 10 años, entre 2006 y 2016, guiado por la divisa “Levantar títulos sin provocar deudas”. Ha cosechado además 2 Copas del Rey, una Supercopa de España y otra de Europa.

“Monchi” supo convertir al Sevilla en “club vendedor”, que compra barato para luego vender caro, gracias a su singular capacidad de captación de promesas en varias partes del mundo. “Teníamos que encontrar el talento antes que nadie”,afirma. Gracias a esa búsqueda de tesoros por doquier, el equipo del barrio de Nervión pudo hacerse de los servicios del brasileño Dani Alves, proveniente del Esporte Clube Bahía, a cambio de 800 mil euros, y luego lo vendió al FC Barcelona por 35 y medio millones. Las salidas de los también brasileños Julio Baptista, al Real Madrid, y Adriano, al Barcelona, dejaron 20 y 9.5 millones, respectivamente, en las arcas del club, mientras que la partida del colombiano Carlos Bacca al Milán aportó una ganancia de 20 millones.

En El Método Monchi se revelan algunos de los aciertos que hicieron posible el resurgimiento del Sevilla. Resalta la importancia que el Director Deportivo le dio a la elaboración de bases de datos y a la redacción de informes puntuales sobre el rendimiento de los futbolistas, tanto de casa como de otros clubes e incluso de otras ligas. Si bien no pregona la infalibilidad de fórmula alguna, “Monchi” expone cómo la generación y sistematización de información estadística le ayudó a aminorar el impacto deportivo generado por la desincorporación de jugadores derivada de las urgentes necesidades de capitalización que enfrentó cuando asumió el mando. El trabajo permanente de exploración de posibles sustitutos de cada futbolista del plantel le permitió a la dirección técnica amortiguar la merma en el funcionamiento futbolístico provocada por cada baja y, en consecuencia, acotar la reprobación mediática y los reclamos de la tribuna. “No es que el fútbol sea algo matemático, pero el margen de error se reduce bastante”, dice este dirigente de 51 años, en cuyas decisiones de fichajes y traspasos prevalece “el peso del criterio elaborado sobre un futbolista durante un largo período” por encima de “una racha de mal juego que pueda depreciarlo en el mercado”.

Dirigido en sus tiempos de jugador por entrenadores campeones europeos y mundiales como Luis Aragonés y Carlos Salvador Bilardo, “Monchi” expone en el libro el modo como ha articulado sus relaciones con los sucesivos directores técnicos que él ha incorporado al club y subraya la atención que se debe prestar a la figura del capitán en equipos cuya plantilla cambia constantemente. En sus páginas comparte también las que en su opinión deben ser las líneas generales de una adecuada política salarial; reflexiona sobre las consecuencias de la edades cada vez más tempranas de ingreso de los futbolistas al profesionalismo; advierte sobre cómo las grandes competencias de selecciones resultan escaparates engañosos cuando se asiste a ellos chequera en mano a la búsqueda de refuerzos; destaca la importancia de subordinar las pautas de comunicación del club a su área deportiva —en lo cual coincide con un histórico del Sevilla, hoy entrenador del Atlético de Madrid, Diego Pablo “Cholo” Simeone— e involucra a ésta en el proceso de adaptación y acoplamiento de los recién llegados, todo decantado por la experiencia adquirida por “Monchi” a lo largo de casi dos décadas como director deportivo de un club al que hizo renacer sin haber siquiera imaginado que le sería conferida esa responsabilidad: “jamás pensé que iba a serlo ni me preparé para ello”.

¡Arre, Atlante!

Por: Farid Barquet Climent.

Cromología hípica es la ciencia que estudia la pigmentación de la piel y del pelo de los caballos. Una exhibición de esta disciplina, pero en su variante futbolística, fue la que pudimos ver la tarde de hoy cuando los Potros de Hierro del Atlante presentaron los nuevos uniformes que lucirán durante su primera temporada en la Liga BBVA Expansión, que marcará su regreso a la Ciudad de México.

El evento de lanzamiento, conducido por el comunicador y exfutbolista Luis García, estuvo encabezado por el Presidente Deportivo del club, Jorge Santillana, y contó con la participación del director técnico azulgrana Mario García.

Para dar a conocer a su fiel afición los atuendos con los que un renovado plantel atlantista se batirá durante el torneo Guard1anes 2020 a partir de su debut el próximo domingo 23 de agosto en el Estadio Ciudad de los Deportes, ocho de sus integrantes modelaron las ropas de local y de visitante más las que portarán los guardametas. Se trata de indumentarias que con toda seguridad calarán en el gusto de los seguidores del “Equipo del Pueblo”, pues recuperan tanto las tonalidades históricas del azul fuerte y del rojo granate como la distribución y el grosor tradicionales de las barras verticales, rematadas por el escudo en el centro del pecho. La marca fabricante de los uniformes, UIN, supo combinar el buen gusto en el diseño con la comodidad que garantiza la alta calidad de los materiales empleados en su confección.

El entrenador Mario García, integrante del Atlante histórico de mitad de los 90 y que fungió como auxiliar técnico de Diego Armando Maradona a su paso por el futbol de nuestro país, resaltó la importancia de “arrancar con las bases del futuro bien cimentadas” y prometió que a todos los equipos que se les pongan enfrente a él y a sus dirigidos “vamos a competirles”. García Covalles subrayó la importancia de que el empresario que ha hecho posible el retorno del Atlante a la Ciudad de México, Emilio Escalante, sea aficionado desde niño al equipo que en este 2020 celebra el centésimo aniversario de haber sido bautizado con el nombre que su leal grey pronuncia orgullosa: Atlante.

Por su parte el flamante Presidente Deportivo, Jorge Santillana, destacó que Emilio Escalante “ha marcado la línea de que este equipo debe estar en Primera División”, palabras que el exdelantero de clubes como Pumas, Cruz Azul, Tigres y Rayados asumió como todo un compromiso ante los seguidores atlantistas que estuvieron pendientes de la presentación a través de las redes sociales oficiales del club. Para lograr tan alto objetivo, dijo Santillana, la directiva ha hecho el esfuerzo de incorporar “gente comprometida y que conozca la historia de este equipo y los alcances que puede tener”. En conversación con su excompañero Luis García (ambos salieron campeones del futbol mexicano en la temporada 1990-1991 defendiendo al equipo de la UNAM) el dirigente atlantista enfatizó el valor de la humildad sobre todo en un club de raigambre popular como el Atlante, dijo también que los que participan en esta nueva etapa atlantista están “nerviosos sí, emocionados mucho, pero más que todo comprometidos”, y abrió las puertas de la entidad para quienes sientan vocación por dedicar su vida a practicar el deporte del balón de gajos: “Buscamos invitar a la gente del pueblo a que vaya a ser observada, a esa gente que tenga el sueño de ser futbolista”, sentenció quien jugara para el Atlas de Guadalajara en tiempos del cambio de milenio, bajo la dirección de todo un histórico del Atlante: Ricardo Antonio Lavolpe.

Como cierre del acto, el directivo Christian Barrientos expresó con firmeza y emoción que “el Atlante es chilango” y recordó que el conductor del evento, Luis García, salió campeón goleador del torneo Invierno 97 enfundado precisamente en la camiseta azulgrana, cuya versión 2020 le gustó tanto al mundialista en 1994 y 1998 que en tono de broma sostuvo que le parece tan elegante que la vestiría “si se casa una vez más”, con lo que sumaría otro enlace matrimonial a los varios que contabiliza el exatacante del Atlético de Madrid y la Real Sociedad de San Sebastián.

En un clima distendido y jovial, los participantes coincidieron con Santillana en desear “que el atlantismo resurja”.

70 años de gozo, rutina y lágrimas

Por: Farid Barquet Climent.

El Estadio Olímpico Universitario (EOU) es para muchos aficionados de Pumas —entre los que me incluyo— lo que para el filósofo español Fernando Savater es “la tierra natal”: “el rincón insustituible hecho de gozo, rutina y lágrimas, que en nuestra memoria el tiempo despiadado nunca podrá del todo borrar”.

Inaugurado oficialmente el 20 de noviembre de 1952 con la presencia del entonces Rector Luis Garrido y de Miguel Alemán Valdés a escasos diez días del fin de su sexenio como Presidente de la República, la primera piedra de su construcción se colocó un día como hoy hace 70 años: el 7 de agosto de 1950. El proyecto arquitectónico y la dirección estuvieron a cargo de los arquitectos Augusto Pérez Palacios —cuyo archivo personal fue donado por sus familiares a la Facultad de Arquitectura en 2003— Raúl Salinas Moro y Jorge Bravo Jiménez.

La primera justa deportiva que tuvo lugar en su seno fueron los II Juegos Juveniles Nacionales, que iniciaron aquel 20 de noviembre de 1952, aunque se tiene noticia de un evento previo: la quinta edición de los Juegos Nacionales estudiantiles, inaugurados el 22 de septiembre de 1951.

Desde entonces son incontables los momentos de gozo, rutina y lágrimas que han tenido lugar al abrigo de sus gradas, no sólo para los aficionados de Pumas, sino para el deporte universitario, nacional y mundial. Es el único recinto latinoamericano que alojó la inauguración y clausura de una Olimpiada en el siglo XX: los decimonovenos Juegos Olímpicos México 68. Privado de albergar partidos de la Copa Mundial de Futbol México 70, 16 años después terminó por hacer suya la etiqueta de estadio mundialista durante el Mundial México 86, en el que disputó el primero y el tercero de sus encuentros de aquella justa el representativo que salió campeón: la selección argentina capitaneada por Diego Armando Maradona.

El EOU ha sido sede de las ediciones de 1955 y 1975 de los Juegos Deportivos Panamericanos, también de los los Juegos Deportivos Centroamericanos y del Caribe en 1954 y 1990, de los Juegos Deportivos Estudiantiles Centroamericanos y del Caribe en 1977 y de la Universiada Mundial en 1979, amén de numerosos encuentros memorables del clásico de futbol americano Pumas-Poli, a los que deben sumarse diez partidos finales de la Liga mexicana de futbol —ocho de Primera División y uno de Segunda, que marcó el ascenso de Pumas al máximo circuito en 1962— siete de los cuales se conquistaron, no obstante que deberían contabilizarse ocho pero debe recordarse que en la primera final ganada de Primera División, en 1977, el partido de vuelta como local se jugó en el estadio Azteca.

En su aforo el EOU tiene marcado su destino: 68,954 espectadores. 68 es el año de los juegos olímpicos y (1)954 es el año en que se fundó el equipo de futbol que en él se aloja: los Pumas de la UNAM.

En la pista del EOU, durante la Olimpiada de México, el estadounidense Jimmy Hines, con su marca de 9.95 segundos, logró por primera vez en la historia bajar de los 10 segundos en los 100 metros planos. En aquellos juegos, el también estadounidense Bob Beamon impuso el récord mundial de 8.90 metros en salto de longitud, que se mantuvo vigente por más de dos décadas. Otro norteamericano, Dick Fosbury, enseñó al mundo la técnica de salto de altura que desde entonces y hasta la fecha emplean todos los competidores.

Dos atletas estadounidenses de raza negra, Tommie Smith y John Carlos, ganadores de las medallas de oro y bronce, respectivamente, en la carrera de 200 metros, parados en el podio de medallistas alzaron cada uno un puño enfundado en un guante negro, con lo que legaron al mundo una imagen que perdura como símbolo a favor de la igualdad y la no discriminación.

Aquellos juegos fueron los primeros en ser transmitidos a todo el mundo vía satélite, y para estrenar ese adelanto se introdujo una novedad: en vez de cumplir con el protocolo habitual de las clausuras conforme al cual los atletas desfilaban agrupados en delegaciones por países, por primera vez todos los deportistas pudieron convivir, bajo un desorden festivo y fraterno, durante la parte final de la ceremonia, mezclándose sin distingos de nacionalidad sobre la cancha del EOU.

52 años después de la Olimpiada, el EOU refrendó su vocación igualitaria al acoger, el 14 de marzo de 2020, el primer partido del equipo femenil de los Pumas, el último encuentro antes de la suspensión de la actividad deportiva derivada de la pandemia de coronavirus.

El talud exterior del EOU, formado por las gradas del lado oriente, está decorado con el mural que algunas fuentes intitulan La Universidad, la familia y el deporte en México y otras La Universidad, la familia mexicana, la paz y la juventud deportista, obra de Diego Rivera, en la que participaron 70 obreros, albañiles y canteros, así como 12 pintores y arquitectos. Además, adentro del palco del rector hay dos murales más de Rivera de menores dimensiones por definición: La llama olímpica y El escudo de la fundación de México-Tenochtitlán.

El arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright, entre cuyas obras destaca el Museo Guggenheim de Nueva York, dijo del EOU:

“El Estadio Olímpico de la Universidad de México es precisamente de México. Entre todas las estructuras que integran la Ciudad Universitaria varias se elevan a la dignidad de la arquitectura notable de México y sus grandes tradiciones. La primera entre todas ellas es el Estadio. Aquí se pueden ver las grandes tradiciones antiguas de México honrando a los tiempos modernos. Pero esta estructura no es una imitación, es una creación en el más auténtico sentido y está llamada a ocupar su lugar entre las grandes obras de la arquitectura de hoy y mañana”.

El propio Lloyd Wright declaró que en su propuesta arquitectónica, denominada “arquitectura orgánica”, “el espacio interior era la realidad de los edificios”. Si un inmueble se ajusta a esa afirmación es el EOU: en su interior han ocurrido momentos de gozo, rutina y lágrimas que cada asistente —asiduo, esporádico, de única ocasión o incluso quienes jamás han estado en él, sino que han seguido sus incidencias por radio o televisión— registra en un listado muy personal que da realidad al inmueble, del mismo modo en que, según la politóloga y periodista Denise Dresser, cada mexicano hace acopio de motivos para confeccionar una lista “rica, colorida, voluptuosa, fragante”, que conforma “su propio pedazo del país colgado del corazón”. En la lista de motivos que para ella conforman “el país de uno” figuran desde los murales de Diego Rivera —como los del EOU— hasta los huevos rancheros y las caricaturas de Naranjo. Los aficionados de Pumas tenemos, cada uno, una lista semejante, plagada de escenas evocativas, que para nosotros dotan de realidad ya no al “país de uno”, sino al “estadio de uno”, a nuestro Estadio Olímpico Universitario, que más temprano que tarde abrirá nuevamente sus puertas para seguir engrosando esas listas entrañables que atesoramos, colgadas del corazón, hechas de momentos de gozo, rutina y lágrimas.

 

Dedicado a Gerson Cruz Rocío

y como felicitación a Javier Garay por su cumpleaños 60.

Foto: Expansión.

 

 

Calibrar el envite

Por: Farid Barquet Climent.

En la vida y en el futbol, algunas veces, muy pocas, el débil triunfa. Y son muy pocas porque en otras ocasiones, muchas más, a pesar de encontrarse cerca de la gloria, ésta al final se le escapa.

En 1589 el poderío marítimo del imperio británico era inmensamente superior al de la corona española. Dos años atrás el pirata inglés Francis Drake había tomado Cádiz por asalto y apenas el año anterior sus huestes habían repelido con éxito, en la costa de Plymouth y en la isla de Portland, el intento de invasión de la paradójicamente llamada Armada Invencible, la más ambiciosa empresa bélica financiada bajo el reinado de Felipe II, rey de España. Mientras las naves ibéricas aún continuaban en reparación en los astilleros de Santander tras el fallido ataque, vino la reacción inglesa: la flota de Drake fue avistada desde el puerto gallego de La Coruña el 4 de mayo de 1589. España se encontraba en indefensión, pues la aventura frustrada de la Armada Invencible le causó la pérdida de 18 de sus 41 barcos mercantes. Todo auguraba una rápida victoria del invasor, al que se creía imbatible en el mar. Sin embargo, la campaña terminó en la mayor catástrofe naval en la historia de Inglaterra, pues una heroína coruñesa, María Mayor Fernández de Cámara y Pita, que pasó a la posteridad como María Pita, se encaramó a la muralla que cerca la ciudad y desde ahí encabezó la resistencia popular, que culminó con la retirada inglesa el 16 de junio. En esa ocasión el débil triunfó.

Cuatro siglos y un lustro después, el 14 de mayo de 1994, otra muralla de La Coruña, aunque nacida en Serbia, de 1.85 metros de estatura, Miroslav Djukic, corazón de la zaga del equipo del Real Club Deportivo La Coruña, tenía a sus pies la gloria para la ciudad. A lo largo del torneo 1993-1994 el modesto club coruñés —conocido por todos como El Dépor— que en 1988 se había salvado en el último partido de caer hasta la tercera división —a la que finalmente sucumbió en el coronavírico verano de 2020—, sacudió el establishment del futbol español y de paso sorprendió a todo el planeta al hacer peligrar el duopolio históricamente ejercido en la Liga por el Real Madrid y el FC Barcelona. Sobre una base de talento local personificado en el fino mediocampista Fran, fortalecida con el aporte de jugadores provenientes de otras regiones de España que no habían sido suficientemente valorados hasta entonces (el solvente portero cántabro Paco Liaño; los valencianos Nando y Voro; el eterno suplente de Hugo Sánchez en el Real Madrid: Adolfo Aldana; el atacante asturiano Javier Manjarín, que jugara después en México para Atlético Celaya y Santos Laguna) o que se encontraban de plano en trance de retiro (el lateral guipuzcoano López Rekarte), eficientada y abrillantada por estrellas brasileñas (Donato, recién desechado por el Atlético de Madrid con lujo de grosería de Jesús Gil y Gil; Mauro Silva, traído directamente del Bragantino, pequeño club paulista absorbido en 2019, al igual que otros equipos en varios países, por una marca de bebidas energetizantes; y Bebeto, la estrella goleadora de los clubes cariocas Vasco da Gama y Flamengo, que abandonó Brasil sólo porque le aseguraron que Riazor era una playa tan atlántica como Copacabana) y el todo sostenido en la parte baja por el líbero Djukic, aquel Súper Dépor goleó 4-0 al Real Madrid de Benito Floro apenas en la segunda jornada, primera gran muestra de los tamaños de ese plantel, que logró mantener la regularidad casi todo el torneo, imprimiéndole un dramatismo a su desenlace como no se recordaba alguno tan vibrante en las poco menos de 7 décadas de competencias ligueras profesionales disputadas hasta entonces.

El romanticismo ínsito en la gesta de un equipo débil que amenazó con entrometerse en el coto cerrado de la gloria, reservado casi exclusivamente a los dos más fuertes, no podía ser desdeñado por la literatura. Lo recogió uno de los máximos narradores españoles de las últimas décadas, el leonés Julio Llamazares, quien subraya que aquel conjunto gallego

«Hasta seis puntos había llegado a sacarle de ventaja al Barcelona, su perseguidor más cercano y persistente, ventaja que había ido perdiendo en los últimos partidos, sin duda por la presión, hasta el extremo de llegar a la última jornada igualados a puntos al frente de la tabla».

En esa última jornada el FC Barcelona debía recibir al Sevilla y el Dépor hacer lo propio con el Valencia. De ganar su partido el de la ciudad Condal, el blanquiazul de Galicia tenía necesariamente que imponerse en su respectivo encuentro para salir campeón. Tal como lo sintetiza Llamazares, el conjunto dirigido por Arsenio Iglesias “se jugaba a una carta el campeonato que durante toda la temporada había tenido en la mano”. Como en tiempos de María Pita, el panorama no pintaba favorable para los coruñeses, pues la oncena catalana le pasó por encima a la andaluza por marcador 5-2, obligando al Dépor a ganar sí o sí.

Durante los primeros 89 minutos de juego estuvo más cerca la puesta en ventaja del Valencia, a través del montenegrino Pedja Mijatovic, que la llegada del gol del campeonato para La Coruña. La desilusión ante la inminente difuminación de la conquista del título se apoderó de los asistentes al estadio Riazor. Llamazares recrea el momento:

«Quedaba sólo un minuto —más lo que añadiese el árbitro— para que se produjese un milagro. Y se produjo. Llegó el milagro cuando ya nadie en el campo y en las gradas lo esperaba (…) Aunque parecía imposible, el milagro se había producido. Mejor dicho: se podía producir. Porque el árbitro había pitado penalti, pero el penalti había que convertirlo ¡Y a ver quién era el valiente que lo tiraba en esas circunstancias!”.

Bebeto ya había fallado 2 penaltis en el último mes, mientras que el cobrador habitual, Donato, había salido de cambio por Alfredo, también mediocampista, pero de características más ofensivas. En el orden de prelación de tiradores el tercero era Djukic. “Fue justo en ese momento —escribe Llamazares— cuando Djukic calibró el envite”: al serbio “le pareció que todo el estadio se apoyaba de repente sobre él”.

405 años atrás María Pita calibró el envite que suponía resistir el desembarco inglés y gracias a su temple y entereza salió airosa, pero Djukic, tras calibrar el envite que se le había sobrevenido en la soledad del manchón penal, no pudo resistir el embate de los nervios. Dudó hacia dónde y cómo dirigir su disparo, que salió flojito, raso, apenas a un paso sobre el costado derecho del portero valencianista, José Luis González, quien con sólo recostarse atajó el envío. Djukic, “arrodillado en el césped, como un boxeador caído, sólo pensaba en huir de allí”. En esa nueva ocasión, en la antesala de la gloria, el débil cayó.

La tensión dramática y el final trágico de esa temporada irrepetible los narró Llamazares en ese relato al que intituló precisamente “El penalti de Djukic”. Pero esas mismas incidencias parecen haber sido prefiguradas por Llamazares desde 6 años antes, pues diversos pasajes de su novela La lluvia amarilla, publicada en 1988, leídas a la luz de los hechos de aquella noche de primavera de 1994 captan la desolación de aquella escena. Es como si Llamazares hubiera escrito dos veces sobre la misma tragedia, una antes y otra después de ésta. “Una sombra de miedo y de inquietud envolverá esa noche sus ojos y sus pasos”, se lee en el primer párrafo de la novela, enunciado que bien podría calificar como metáfora de las emociones que invadieron al futbolista balcánico cuando tuvo a merced la oportunidad de destronar al Barcelona impidiéndole conquistar la Liga por cuarto año consecutivo, instante único respecto del cual el zaguero bien podría decir, aún hoy, como dijo el personaje del monólogo novelístico de Llamazares: “sólo yo lo he pisado en todos estos años”. Otra frase, “el silencio y la quietud serán totales”, vale como descripción figurada por anticipado de la atmósfera que habría de apoderarse de las tribunas del Riazor cuando Djukic malogradamente pateó desde los 11 pasos. En resumen, cualquier aficionado deportivista suscribiría, en primera persona, que la del 14 de mayo de 1994 ha sido, como escribe Llamazares en su novela profética, “la más larga y desolada de las noches de mi vida”.

 

Fuentes:

Elliott, John H., La Europa dividida (1559-1598) (trad. Rafael Sánchez Mantero), Barcelona, Crítica, 2010.

Gorrochategui Santos, Luis, Contra Armada. La mayor catástrofe naval de la historia de Inglaterra, Madrid, Ministerio de Defensa, 2011.

Llamazares, Julio, La lluvia amarilla, Seix Barral, Barcelona, 15ª ed., 1990.

Llamazares, Julio, “El penalti de Djukic”, en Tanta pasión para nada, Alfaguara, Madrid, 2011.

 

Foto: Sport.

Arturo Heredia

Por: Farid Barquet Climent.

En estos tiempos de pandemia en que los médicos sacan el pecho por la humanidad, falleció un miembro insigne del gremio, uno de los pioneros de la medicina deportiva en México, que participó de la fundación del servicio médico del club de futbol Pumas de la UNAM: el doctor Arturo Heredia.

Invitado por el doctor Aniceto Ortega y Espinoza —descendiente de Aniceto Ortega del Villar (1825-1875), el obstetra cuya capacidad reconocieron tanto Maximiliano como Benito Juárez—, Heredia entró a trabajar a Pumas como médico de campo, encargado de brindar atención a los futbolistas durante sus entrenamientos y partidos, enseguida de que el equipo ascendió a Primera División en 1962. Antes de su llegada, los jugadores acudían con un masajista invidente.

En un texto reunido en la obra colectiva intitulada Lesiones en el futbol, publicada por la UNAM en 2003 bajo la coordinación de María Cristina Rodríguez G. y Soledad Echegoyen Monroy, Heredia relata cómo empezó a esbozarse lo que hoy son los servicios médicos del club auriazul, desde la incipiente elaboración de historiales clínicos de los jugadores, que antes no se hacían; pasando por el acondicionamiento de un área específica para el tratamiento médico y enfermería en el ala sur-poniente de los antiguos vestidores del Estadio Olímpico Universitario, gracias a la visión que tuvo el entrenador argentino Renato Cesarini; hasta la dotación de los primeros aparatos de ultrasonido y de microtermia, pues antes se tenía que acudir al Centro Médico Universitario para tratamientos de diatermia; y la aplicación de los primeros exámenes anuales de evaluación funcional sobre consumo de oxígeno, fuerza, velocidad, resistencia y coordinación.

Destaca Heredia que en los años setenta, en el plantel Iztacala de la entonces Escuela Nacional de Estudios Profesionales (ENEP), hoy Facultad de Estudios Superiores (FES), se inauguró el Departamento de Desempeño Humano, a cargo del doctor Rodolfo Limón Lazón, donde se realizó por primera vez un estudio completo de los aspectos fisiológicos del deportista. Heredia lo subrayaba: “El Club Universidad fue el equipo pionero en hacer estudios a sus deportistas”.

Como lo fue en los estudios fisiológicos, Heredia nos recuerda que Pumas también fue el primer equipo mexicano en contar con un preparador físico, Víctor Manuel Acevedo, cuya estafeta tomaría y haría evolucionar Ariel González a partir de los ochenta. Y fue también el primer club nacional en brindar atención psicológica, a través del doctor Finol, para luego acoger en su seno a toda una institución en la materia: Octavio Rivas Solís.

Equipo de la Universidad, Pumas se benefició, a lo largo de los 27 años en que contó con la colaboración directa de Arturo Heredia, del apoyo y el entusiasmo de pasantes de la Facultad de Medicina, a los que con el paso del tiempo el club terminó por ofrecerles en reciprocidad un horizonte vocacional dentro de la medicina deportiva, formados todos bajo el ejemplo humano y profesional de Heredia, como fueron los casos, entre otros, de los doctores Juan Cervantes, Alfredo Islas, Gregorio Domínguez, Gerardo Aguilar, José Luis Balderas y, muy especialmente, su discípulo más orgulloso, un continuador brillante y generoso de la obra de Heredia: el doctor Miguel Ángel Curiel, a quien dedico estas líneas con un abrazo solidario y cariñoso, con motivo de la partida, ayer 6 de julio, de su querido mentor, a quien vemos hasta la derecha de la foto, de pie, feliz, ataviado por completo con los pants de sus Pumas, la tarde del 9 de agosto de 1981, día en que el equipo de la UNAM conquistó su segundo título de Liga.

 

 

Fue y regresó

Por: Farid Barquet Climent.

1986 fue el sexto de los 8 años que duró la guerra Irán-Irak, en la que murieron más de 200 000 personas en cada uno de los dos países. Entre tanta desolación, el futbol apareció como una flor, literalmente, en medio del desierto: ese año la selección iraquí tuvo su única participación mundialista hasta ahora.

Compuesto por jóvenes de la misma generación que el medio millón de combatientes que Saddam Hussein envió al frente recién el año anterior, el representativo de Irak cumplió en el mundial mexicano una actuación que se puede calificar como decorosa en función tanto de su nulo historial futbolístico fuera del continente asiático como del terrible momento que atravesaba esa nación. Si bien perdió sus tres encuentros, lo hizo por la mínima diferencia y sólo en un cotejo recibió más de un gol.

Mientras la política interna de Estados Unidos se sacudía por el descubrimiento de que el presidente Ronald Reagan financiaba la contrainsurgencia en Nicaragua con fondos provenientes de la venta de armas a Irán para su uso contra la población iraquí, los futbolistas mesopotámicos hacían su debut mundialista contra el combinado de Paraguay en el estadio de la capital mexiquense, que para el certamen fue rebautizado como Toluca’86. El solitario gol de Julio César Romero “Romerito” inclinó la balanza a favor de los guaranís. Por igual marcador, el equipo proveniente de las riveras del Tigris y del Éufrates cayó en su tercer partido ante la selección anfitriona, que en ese mundial tuvo la mejor participación de su historia en Mundiales. Si bien el marcador pudo haber sido más abultado —en el primer tiempo un zapatazo de Luis Flores se estrelló en el travesaño y otro remate suyo, una cuasi media tijera, fue finalmente atajado por el portero Insayaf Abdulfattah— fue el tanto anotado por Fernando Quirarte al minuto 54 el que le dio el triunfo a México.

Entre su partido de estreno y el de su despedida, Irak jugó otro, en Toluca, en el que consiguió anotar su único gol en Copas del Mundo. Su autor fue un joven bagdadí, de entonces 22 años, Ahmed Radhi, quien logró batir al arquero que, de haber existido en aquella edición mundialista el premio Guante de Oro, habría sido su seguro ganador: el belga Jean-Marie Pfaff.

A punto de cumplirse una hora de partido, cuando ya pesaba sobre su equipo una desventaja de dos goles, Radhi fue visto sin marca por su compañero Hashim Natik, quien le filtró el balón hacia la entrada del área. Antes de que llegara al cruce el central Francois Van der Elst, el camiseta ‘8’ iraquí cruzó un derechazo inatajable para el rubio arquero.

Es el gol más recordado de los 62 que Radhi marcó —su mejor “cliente” fue el Líbano: le hizo 5— en los 121 partidos en que defendió la camiseta de su país, tradicionalmente verde, pero que a sabiendas de que ese color es el mismo de la indumentaria del seleccionado de la nación sede de aquella justa, quizá para no incomodar al dueño de la casa fue sustituida de cara a sus compromisos en tierras mexicanas por vestimenta celeste ante México y Bélgica, y amarilla ante Paraguay.

Cuando vino al Mundial Radhi era jugador del club Al-Rashid, fundado tres años antes por Unay Hussein, el sicótico y brutal hijo primogénito de Saddam, designado por su padre como ministro de deportes y presidente del Comité Olímpico iraquí, muerto en 2003 en un ataque durante la más reciente invasión estadounidense, de quien se afirma que mandaba torturar e incluso llegó a matar a los futbolistas si perdían sus partidos, según investigaciones de Simon Freeman publicadas en su libro Baghdad FC: Una historia oculta de deporte y tiranía. Además del Al-Rashid, que desapareció tras el derrocamiento de Hussein, Radhi jugó para otro club de su país, Al-Zawraa, que aún compite en la liga profesional, y militó también en un equipo qatarí: Al-Wakrah.

Radhi participó con su selección en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988. Su destacada actuación le valió ser condecorado como Futbolista Asiático del Año. Es el único iraquí que ha ganado esa distinción. La Federación de Futbol de Asia lo catalogó en el noveno lugar de la lista de los mejores futbolistas del siglo XX nacidos en ese continente.

El iraquí Khalid Kaki escribió el poema Fue y regresó:

Fue al huerto

y regresó con una flor…

A las tiendas

y regresó con pan

y una lata de sardinas…

A la guerra

y regresó con una espesa barba

y cartas de los muertos

Radhi no fue a la guerra Irán-Irak ni a la primera guerra del Golfo Pérsico, la de George Bush padre, ni tampoco a la segunda, la de Bush hijo. Pero Radhi sí fue a un Mundial. Y regresó con un gol.

A donde también fue, pero de donde ya no regresó, es de la enfermedad que asola a la humanidad en estos días. En la cama de un hospital de Bagdad, Ahmed Radhi murió hoy 21 de junio de 2020.